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OPINIÓN - VIERNES 14 DE OCTUBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

JJ Santos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El mundo del toro tiene en las televisiones relatores estupendos y magníficos glosadores. No es la primera vez que me pronuncio, como aficionado que soy desde que vestía pantalón corto, sobre la maestría de Manolo Molés narrando un espectáculo taurino. En la última feria de otoño de Madrid, he tenido la suerte de recrearme, nuevamente, en su extraordinario hacer y en los comentarios de Antoñete y de Emilio Muñoz. Cada cual con su peculiar estilo, pero dando ambos una lección de sapiencia que nos facilita la comprensión de un oficio en el cual, además de complejidad, existe siempre el riesgo de ir al hule con las carnes abiertas.

Tampoco se quedan atrás quienes cumplen la misma función en la 1 de TVE. Con una particularidad: hacen que nos sintamos orgullosos de lo bien que suena el español bien hablado. Fluidos de palabras, que no precipitados, da gusto oírles narrar y comentar las actuaciones de toreros, toros y demás participantes de la fiesta, con una precisión en la que todo vocablo desempeña la función para la que fue creado. Y hasta se preocupan de que el glosador sea un torero que tenga por la palabra la misma afición que le hizo triunfar en los ruedos. De ahí que hayamos tenido la suerte de saber más del mundo de toro por medio de los excelentes comentarios de Roberto Domínguez o, últimamente, de Raúl Gracia, El Tato.

Sin embargo, nos apena decir que en el fútbol todo se desarrolla de manera contraria. Que las retransmisiones han ido de mal en peor y han llegado a ser un desastre en todos los sentidos. Ya no es que se grite, desaforadamente, y haya que reducir la voz del aparato hasta términos inaudibles. Ni que se haga trizas el idioma. Ni mucho menos que tengamos que soportar las mentiras contadas por unos locutores que no saben ni papa de lo que están viendo. O bien hablan de oídas y anulan, de paso, la voluntad de un comentarista que teme perder su colaboración. Unas veces por ganar unas pesetas y otras, como sucede con entrenadores en activo, para no perder la cuota de popularidad que ofrece un medio tan colosal como es la televisión.

Todo lo dicho, digo, sería insoportablemente soportable, siempre y cuando Antena 3 nos prometa, por todos sus muertos, que J J Santos y un tal Luque, nunca más serán los encargados de ponerse delante de un micrófono para decirnos cómo la selección española busca clasificarse para el Mundial de Alemania. Porque si no es así, y aunque me tilden de antiespañol, hoy mismo me apresto a pedir en una novena la eliminación de los españoles en la muerte súbita de la repesca.

Santos y Luque han conseguido algo que yo creía imposible: convertir a Michail Robinson en un privilegiado de las retransmisiones futbolísticas. Y, por supuesto, han dejado a Carlos Martínez, también de Canal digital, en las mejores condiciones para que reciba un premio por no ser ya el relator que más oídos ha desgraciado en su vida profesional.

El partido frente a San Marino fue ya la gota que colmó el vaso de los despropósitos balompédicos televisados. ¡Qué horror! Qué sensación de impotencia al no poder tener línea directa con el susodicho Santos para cantarle las cuarenta. Alocado en todas sus intervenciones: lo cual le hacía cometer errores de bulto. Obsesionado, hasta el sonrojo, con que los bosnios empataran el partido; un deseo general que fue decayendo por culpa del narrador, en todo momento empeñado en que supiéramos que un locutor de Antena 3 mantenía al seleccionador al tanto de lo que ocurría en Belgrado. Una vergüenza nacional. Un disparate televisado. Chabacanería insoportable. ¿Será así en Alemania?
 

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