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OPINIÓN - SÁBADO 29 DE OCTUBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

Siguen en sus trece
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El pesimismo de Unamuno, de Baroja, de Valle-Inclán, de Azorín, es decir, de los hombres del 98, estaba más que justificado. Puesto que la España de 1900 era un caos y los nacionalismos comenzaban ya a comportarse como verdaderos reventadores de la unidad nacional, tratando de desgajarse de otras regiones que no podían seguir el paso a su economía. Las mejores familias de Cataluña respiraban independentismo.

De todos modos, conviene recordar que la burguesía catalana jugaba siempre con dos barajas. Por un lado, necesitaba a la España pobre para vender gran parte de sus productos y nutrirse de la mano de obra barata; por otro, el pistolerismo anarquista y el controlado por los empresarios, consiguieron imponer el terror en las calles y éstos se veían obligados a recurrir al Gobierno de Madrid para que les echara una mano.

Cualquiera que haya leído un poco al respecto, sabe que si en Cataluña no existe una banda terrorista al estilo de ETA no es porque no haya sido deseada por sus movimientos independentistas, sino debido a que, por encima de cualquier otra cosa, la pela para los catalanes con pedigrí es sagrada. Alguien dijo un día que en la tierra no hay más que un dios: el dinero. Nada me impide pensar que la frase no se le pueda atribuir a un catalán.

El particularismo cultural y político que reclama Cataluña, actualmente, no es nuevo. Parten otra vez de cuando les dio la calentura, terminando el siglo XIX, de propalar un movimiento romántico, La Renaixença, para recordar historias de una arcadia feliz que les había arrebatado el Rey más odiado por ellos: Felipe V. A partir de ahí, La nacionalitat catalana, de Enric Prat de la Riba, publicado en 1906, habla ya de una nacionalidad catalana y de Cataluña como única patria de los catalanes. La obsesión de los prohombres de la tierra era crear movimientos específicos independientes de y ajenos a la vida cultural de Madrid. Ni siquiera, salvo raras excepciones, se preocupaban de las cuestiones y debates que dominaban la cultura española: el 98. La excepción pudo ser Maragall.

En contraposición a semejante provincianismo cultural, surgió el modernismo promovido por Rusiñol y Casas, entre otros artistas, empeñados en europeizar la cultura catalana frente al espíritu cateto y arcaizante de la Renaixenca. Lo cual recibió el visto bueno de un Azorín que veía con muy buenos ojos el vigor de la nueva juventud artística y literaria catalana (y citaba a Rusiñol, Casas, Maragall...).

Proclamada la República, los catalanes volvieron a las andadas: tenemos hechos diferenciales tan grandes que queremos ser nación. Y allá que lo intentaron desde el balcón de una Generalidad que no dejaba de dar problemas a un régimen que estaba dando sus primeros pasos en una España donde Unamuno ponía el sentir trágico de ella. Con Franco cedieron los catalanes en sus apetencias independentistas, pero tuvieron tiempo para que los ricos se hicieran más ricos con el Caudillo y fuera germinando la semilla de un victimismo que no ha cesado aún. Un victimismo convertido en arrogancia y que nos muestra, al margen de los camisas negras de ERC, a un presidente del Barcelona, Joan Laporta, dispuesto a anexionarse Valencia, Baleares y parte del antiguo reino de Aragón.

Lo cual no es extraño, pues el presidente azulgrana, emparentado con franquistas de toda la vida y de pensar que con el Generalísimo vivían mejor, representa el verdadero espíritu burgués de la tierra: el que llevó a sus mejores representantes a pedir la independencia y, luego, terminaron comiendo en las manos de los dictadores. Menos mal que Laporta tiene siempre a mano a un Puentes Leira.
 

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