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OPINIÓN - JUEVES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

La escena del escarabajo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Uno ha echado los dientes viendo fútbol y ha jugado bastantes años y ha entrenado durante 14 temporadas. Y, por tanto, me siguen desagradando las muy variadas maneras que tienen los futbolistas, desde ya no sé cuando, de celebrar sus goles. Tal vez porque antes, durante mi época, la explosión de júbilo que causa la consecución de un tanto se celebraba mediante el rito de acudir todos los jugadores a la búsqueda de su autor para darle la paliza regocijante de los abrazos. Los había que ni siquiera corrían para sumarse a la melé, porque optaban por correr, de un sitio para otro, cantando su ¡goooool! interminable. Yo mismo sigo acordándome de la transformación que el hecho me causaba y los alaridos de felicidad que daba.

No me cansaré de decir que tiempos pasados nunca fueron mejores, pero hay momentos en los que uno no tiene más remedio que echar la mirada hacia atrás para meterse en las inevitables comparaciones. El motivo me lo ha proporcionado la celebración de los goles marcados en Vitoria por Ronaldo. Celebración a la que ha respondido Dimitri Piterman, presidente del Alavés, con tanta ira como atiborrado de racismo.

Aun así, lleva razón el excéntrico hombre de negocios; un aventurero a quien el fútbol le tiene sorbido el seso, cuando denuncia la falta de respeto, yo lo tacharía de chabacanería, de unos niñatos millonarios, imitando en el césped de Mendizorroza los movimientos del escarabajo. Cierto es que Piterman, en todo momento extravagante y poniendo el mingo a cada paso, ha replicado con una dureza desmedida a un acto pueril y estúpido en todos los sentidos.

Mas no son únicamente los jugadores brasileños del Madrid quienes dan la nota cada vez que baten al portero rival, sino que tan lamentable costumbre lleva ya muchos años de actualidad y tiene visos de seguir creciendo en gestos tan disparatados como absurdos y grotescos.

Ahí tenemos, por poner un ejemplo reciente, el caso de Diego Tristán: recuperado anímicamente por Joaquín Caparrós, y que da rienda suelta a su alegría, tras marcar un gol, haciendo una especie de peineta con una de sus manos sobresaliendo por detrás de su nuca pelada y numerada. Con lo cual causó el enfado de los aficionados aragoneses.

De todos modos, hay muchas cosas en el fútbol actual que dejan mucho que desear. Más bien por ser tan ficticias como teatrales e indignas de profesionales que tienen ya suficiente edad para darse cuenta de que los fingimientos se perciben a mucha distancia.

Verbigracia: ¿cuál es la razón por la que los futbolistas se reúnen en el círculo central del terreno de juego para conjuramentarse si han tenido todo el tiempo del mundo para hacerlo en la intimidad del vestuario?

Otro ejemplo, que estamos viendo en cada partido, es la representación entre Ronaldinho y Eto’o, antes de que el árbitro mande empezar. ¿Acaso han carecido de tiempo, mientras se enfundaban el traje de faena, para concienciarse entre abrazos y besuqueos de que han de luchar al máximo por la victoria? Algo que el camerunés ha extendido ya a Messi. Éste recibió todo un discurso al oído, durante los prolegómenos del encuentro europeo contra el Udinese, mientras se hacían carantoñas que no venían a cuento en el escenario donde estaban.

Algunos dirán, y están en su perfecto derecho, que semejante puesta en escena ayuda a que el espectáculo gane muchos enteros y que los aficionados vibren ante los gestos comprometidos de sus ídolos. A mí, la verdad sea dicha, me suena todo a camelo. Claro que peor es ser comentarista de una gran cadena y a la par accionista de un equipo de Primera División. Eso sí me parece más grave.
 

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