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OPINIÓN - JUEVES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2005

OPINIÓN / EL OASIS

Los perros son envenenados
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre
@elpueblodeceuta.com
 

Durante la postguerra, en aquellos terribles años 40, los perros y los gatos servían, mayormente, para que muchos españoles pudieran desahogar en ellos sus instintos infrahumanos. La escasez de alimentos, los horrores vividos en una guerra recién terminada,  las frustraciones, las injusticias existentes, etc, hacían posible que los animales se viesen perseguidos con manifiesta crueldad.

Los perros, salvo excepciones, vagabundeaban en su vejez, abandonados a su suerte, tras haber cumplido con eficacia su trabajo en el campo o al servicio de cualquier pastor. No había comida suficiente para alimentar una boca improductiva. Los animales, sarnosos, cubiertos de parásitos,  heridos,  con tumoraciones  y con los ojos carcomidos por las legañas y la pena, andaban siempre huyendo de las pedradas con que los chavales montaban sus torneos de puntería y de malaúva.

El analfabetismo reinante y la falta de sensibilidad daban pie a que pocas personas pudieran impedir tamaña barbarie. Para los animales, en aquella época, lo mejor era ser recogidos por el carro de los perreros y ser sacrificados en cuanto llegaban a las dependencias municipales preparadas al respecto.

Los extranjeros, sobre todo los británicos, hablaban de nuestra enorme crueldad con los animales, mientras nosotros pensábamos que era una mariconada cuidar a un perro con el esmero que lo hacían ellos. Con la llegada de los americanos a las bases españolas, nos hacíamos cruces al comprobar de qué manera viajaban desde Estados Unidos con sus mascotas y  de cómo éstas formaban parte principal de la familia. Semejante comportamiento seguía pareciéndonos una excentricidad y le buscábamos la parte negativa en menos que canta un gallo.

Fuimos cambiando, ciertamente,  a medida que nuestra forma de vida iba mejorando, pero en los años sesenta aún se cometían muchas canalladas contra los animales. Yo recuerdo una, muy conocida por las autoridades madrileñas, que se practicaba en el canodromo de Carabanchel: a los galgos favoritos, para ganar la carrera, se les pisaba las patas delanteras hasta ocasionarles la tumefacción necesaria y así eran vencidos por los perros menos dotados y a los que los mafiosos se jugaban la pasta gansa y la duplicaban.

Con el paso de los años, sin embargo, hemos ido mejorando e innumerables españoles hemos aprendido que la lealtad, la honradez y los sentimientos de un buen  perro no tienen precio. Si bien la mejora sigue siendo insuficiente: se ahorcan galgos; se aserraron las patas de 15 perros en Tarragona; en la Comunidad Autónoma de la Rioja, y concretamente en la Sierra de Cameros, hay perros viviendo en condiciones lamentables; se abandonan a los animales en pleno verano y, peor aún, los envenenamientos de perros se han  hecho habituales.

En Ceuta, por ejemplo, y aunque los veterinarios no quieren sembrar el pánico entre la población, ya se han contabilizado, desde el mes de mayo, la muerte de doce perros por medio de un veneno tan letal como desconocido: según publicó este periódico y que yo he podido confirmar poniéndome al habla con los profesionales. Unos profesionales que están aturdidos ante lo que está sucediendo. Y lo peor del caso es que las autoridades ni han hablado con la claridad necesaria ni tampoco han puesto en marcha los dispositivos urgentes para investigar las causas de tan horrendas muertes.

Recibo información, a última hora y de buena tinta, de cómo dos niños se han envenenado: será eso lo que estaban esperando las autoridades para cumplir con sus obligaciones de protegernos tanto a las personas como a los animales. Lo cierto es que cundirá el pánico.

 

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