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OPINIÓN - MARTES 4 DE ABRIL DE 2006

 
OPINIÓN / EDITORIAL

El último adiós a Mustafa Ahmed

Tres hijos, una mujer y demás familiares... Todos destrozados... Un joven de 15 años le quito la vida y ayer todos lloraban su muerte. Cientos de ceutíes acudieron al entierro de Mustafa Ahmed para darle el más sentido y último adiós. En su barriada le definen como un hombre comprometido con los suyos, trabajador y jovial... empleado de Obimace y afiliado a Izquierda Unida, no sólo sus compañeros le quisieron acompañar en su despedida sino cientos de personas que, comprometidas con la causa y apenadas por el suceso, no quisieron faltar con esta cita a la condena y, sin duda, al dolor. La noticia saltaba el sábado; después de una discusión, un joven de 15 años mataba de un tiro a Mustafa Ahmed. El menor de edad procedía de un reformatorio de Cádiz. Una situación de aparente tensión que se resolvió con disparo. Además de la tristeza inmediata y la lógica indignación, surgen las preguntas; algunas muy simples y coyunturales: ¿qué hace un adolescente con un arma? ¿cómo se hace con ella? ¿qué le impulsa a disparar a bocajarro tras un encontronazo verbal?... Y otras algo más complejas, sobre todo en la respuesta, y que giran en torno a la falta de seguridad en una barriada en la que los índices de delincuencia juvenil son superiores a los del resto de la ciudad; a la falta de espacios de ocio para los menores; al alto absentismo escolar de los jóvenes del Príncipe; y a la sensación de lejanía de las instituciones y autoridades. Cuestiones de trasfondo social, que dirían los expertos. Que la línea de autobuses deje de subir al Príncipe a las seis de la tarde no desemboca en un asesinato, pero muestra una parte de la realidad que vive esta barriada, cuyos vecinos están hartos de callar y aguantar la quema de contenedores, los cortes de luz y los tiros al aire de madrugada. La culpa no está en la Asamblea ni en la Delegación de Gobierno, pero sí está en ambos espacios la solución. Ahora sólo hay que esperar que esas soluciones lleguen. Lo mismo debía pensar Mustafa.
 

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