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OPINIÓN - LUNES, 10 DE ABRIL DE 2006

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Admisión y matriculación de alumnos

Por Andrés Gómez Fernández


A través de un periódico malagueño me informo de las irregularidades que se cometen a la hora de matricular alumnos, al pretender los padres acreditar falsas dolencias con informes médicos para conseguir una plaza escolar. La picaresca familiar parece no tener límites. Junto a la renta familiar y el domicilio, que se falseaban, se une lo de los informes médicos. El objetivo no es otro que obtener más puntos en la baremación. Y es que, en estas fechas se disparan las solicitudes de certificados de alergias o cualquiera tipo de trastornos alimenticios, muchos de ellos ficticios.

En general, para matricular a un niño en Educación Infantil o Enseñanza Primaria, se tienen en cuentan la proximidad del domicilio familiar, los hermanos en el centro, la renta familiar, el número de componentes de la unidad familiar, discapacidades y enfermedades crónicas del alumno. Por esto último, se les concede 0,5 puntos.

Los médicos se ven asediados cuando llegan a la consulta pidiendo un informe para el colegio. Algunos sí son patologías reales; otros no. En algunos casos, los médicos hacen sus informes con pocos detalles, siendo las alergias alimenticias –leche o huevo- las que son menos demostrables; con frecuencias son de carácter transitorio. La legislación al respecto determina que, para alegar una enfermedad crónica del alumno, es necesario un certificado médico extendido por el médico de familia, donde se explique que el niño tiene una dolencia que afecta al sistema digestivo, endocrino o metabólico, y que por ello requiere una dieta compleja y estricto control alimenticio, por lo que es necesario la escolarización cercana al domicilio por si, en algún momento, necesita algún tipo de alimentación o medicación. De ahí el valor del 0,5 puntos, evitando que la familia pueda ir al sorteo de plaza. Para la renta familiar, es la propia Agencia Tributaria la encargada de comprobar los datos; para la proximidad del domicilio, un certificado del municipio.

En nuestra ciudad, los criterios aplicados en la baremación para la admisión de alumnos, coinciden con los de la ciudad malagueña, pero la puntuación otorgada es distinta. Así por ejemplo, en la otra orilla, por áreas de influencia del domicilio familiar y áreas limítrofes, se otorgan ocho y cinco puntos respectivamente; en nuestra ciudad, cuatro y dos puntos por dichos criterios. En el resto de criterios, también se aprecian puntuaciones distintas.

Este aspecto que regula el procedimiento para la elección de centro educativo y la admisión de alumnos en centros sostenidos con poderes públicos, tiene una legislación por la cual se han dado pasos muy importantes, pretendiéndose que, por un lado, el alumno se admitido ene. Centro que reúna mejores condiciones para el desarrollo de su actividad escolar, y, por otro, que ningún niño quede sin escolarizar. Se constituyó la llamada Comisión de Escolarización con objeto de atender las demandas que pudieran producirse fuera de los plazos ordinarios.

Todo muy lejos de lo vivido por mí en mis primeros tiempos, ya muy lejanos. La admisión de alumnos no se regía por una normativa como la actual. Al menos en la localidad donde yo ejercía. Daba la impresión, eso sí, que de la Delegación provincial del Ministerio de Ecuación, el objeto prioritario era que ningún niño se quedara sin escolarizar, dándose la circunstancia que no se tenía en cuenta la ratio. No existía todavía la Educación Infantil –después apareció con el nombre de Parvulario- y la admisión se realizaba a partir de primero de Primaria, donde 7º y 8º tenían una conceptuación especial, y para impartirlo era necesario disponer de una titulación especial, valida para traslados especiales, es decir, que posibilitara para traslados en localidades de más diez mil habitantes, por lo tanto, se les denominaban. “diezmilistas”. Para la educación de los pequeños se recurría a las “amigas” (“migas”), que abundaban en todas localidades.

Como no había normativa específica, la admisión de alumnos se realizaba en el propio Centro, llevado a cabo por los maestros. La matriculación no se cerraba, ya que quedaba abierta durante todo el año escolar. Para dar comienzo el curso, el día 15 de Septiembre, ya, desde el día primero se anunciaba que empezaba la matriculación. Se daba la circunstancia que, dada la escasez de maestros, en muchos lugares no se empezaba el curso en la fecha prevista. Fue mi caso. Como no pudimos, parte de mi promoción quedarnos en Ceuta, nos enviaron a la Delegación de Cádiz, donde allí, mediante un extenso catálogo de plazas en distintas localidades, elegíamos escuelas. Pero ya nos encontrábamos a 11 de Octubre. ¿Qué ocurrían con las unidades, mientras, oficialmente, no se cubrían? En general, se repartían los grupos entre aquellos maestros definitivos, o bien, el Director del Centro las cubría con maestros idóneos, contando con la ayuda económica del Ayuntamiento. Para tener una idea de cómo se pretendía que todos los alumnos estuviesen escolarizados, vale mi ejemplo: fui tutor de un grupo de setenta alumnos, formados por 5º y 6º nivel. Y no era mi caso el único. Muchos compañeros también se vieron “invadidos” por la presencia de alumnos en sus aulas.

Y surgía, en cierta medida la “picaresca”. Ocurría que había mucha flexibilidad para la incorporación de los maestros, ya que disponíamos de quince días para hacerlo. Pues, y los habían madrugadores, que se encargaban de matricular a los nuevos alumnos, encontrando con ello una “renta” apreciable, ya que sobre la marcha seleccionaban los grupos , para después –haciendo uso de la mayor antigüedad en el centro- se quedaban con los mejores. Además intuía también la situación económica, que les servirían para las llamadas permanencias. Esta lamentable forma de compensación económica, que mediante una ridícula aportación, que todos los niños no tenían para pagarlas, les daban derecho a permanecer –“permanencias”- una hora más en clase con su tutor. A veces sucedía que los más necesitados de este tipo de apoyo o refuerzo escolar, se nos marchaban, porque no podían abonarlas. Por otra parte, el Ministerio enviaba unas ayudas o becas, muy limitados, no cubriendo todas las necesidades.

Afortunadamente esa etapa, tan negativa en nuestras vidas, desapareció; pero, aquellos que tuvimos que padecerla nos queda un triste recuerdo, que eso sí, sabemos que no se volverá a repetir. También, por otra parte, nos queda la satisfacción de, al no tener que estar sometido a la ratio –que en aquellos tiempos ni se hablaba de ella- contribuimos a cumplir con el objetivo de “ningún niños sin escuela”.
 

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