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OPINIÓN - MARTES, 18 DE ABRIL DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hipócritas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Apenas tuve uso de razón, algunos sabios del lugar me dijeron que desconfiara de los sepulcros blanqueados. Y es que en mi niñez muchas personas ya habían leído a Quevedo. Y, claro, estaban al tanto de que los hipócritas suelen ganarse el infierno con mucho trabajo.

Los hipócritas gustan de orar a los cuatro vientos para exhibirse ante la gente y no cesan de usar el nombre de Dios para defenderse de cualquier pregunta que se les haga relacionada con los cargos que ocupan. No admiten críticas. Y en cuanto las reciben, se imaginan que a fuerza de invocar al Padre la gente creerá que son santos varones que, por serlo, son perseguidos por quienes están endemoniados (!) y necesitan, más pronto que tarde, que les practiquen un exorcismo con todos sus avíos.

Mientras tanto, es decir, mientras ello no suceda, los hipócritas seguirán propalando, por tierra, mar y aire, que ellos rezan diariamente por quienes están en pecado mortal. Debido a que éstos escriben para acosar y derribar a personas tan extraordinarias como ellas. Y lo dicen sin percatarse de que están ofendiendo a Dios y, sobre todo, sin saber si los endemoniados (!) procuran rezar en cuanto cierran la puerta de su casa y en el momento oportuno. Que es en privado cuando las divinidades prestan atención a lo que se les pide, por más que estén agotadas del esfuerzo a que son sometidas por los que aspiran a ser considerados bondadosos, humildes y ejemplos de cómo es necesario comportarse en esta vida.

Una vida que será buena, o muy buena, en función de que a ellos, los falsos, les dejemos hacer cuanto les plazca. Incluso el hecho de ser alguaciles diarios de cuanto consideran que es un modo de existir que no se corresponde con la realidad que los individuos se han forjado. Pero en cuanto se les recuerda que ellos también están obligados a dar cuenta de sus actos, ponen el grito en el cielo y desde allí claman revestidos de una autoridad celestial impropia de quienes deberían comportarse con la humildad a la cual tanto apelan.

Y es entonces, amén de reírme lo justo, cuando la memoria me lleva en volandas a pensar en el cardenal Tarancón y en algo que dijo -cito de memoria-, más o menos así: “Cuando hablo con los políticos quiero que me hablen como tales y no como curas”. Sabia respuesta de tan grande autoridad eclesiástica y personaje de tan buen recuerdo para quienes pensamos siempre en una España moderna y donde, entre otras muchas cosas, los laicos respeten a los religiosos y éstos, a su vez, permitan que los primeros hagan proselitismo de sus creencias.

Pues bien, cuando yo le digo a alguien que la federación que preside lleva, si acaso no me demuestra lo contrario, un siglo sin airear su contabilidad; o si yo escribo la denuncia que militantes del PP me hacen en lo tocante a la forma de comportarse de ese alguien en la sede del partido, lo que menos necesito es que ese tal me responda como si fuera el vicario general o el deán de la catedral.

Porque así, adoptando esa postura, flaco favor le hace a la religión: que es algo muy íntimo y que no debe usarse como escudo defensivo para solventar los problemas terrenales. Que vestirse ropajes de mártir es postura muy sobada y antigua. Y causante casi siempre de tanta hilaridad como repudio. En cambio, lo que sí espero de ese alguien, que además de tener un cargo, escribe en un periódico y dice lo que le viene en ganas, como no podía ser de otra manera, es que deje de invocar a Dios para enemistarme con Él. Y atienda a mi petición.

Coda: “La amistad, como el diluvio universal, es un fenómeno del que todo el mundo habla, pero que nadie ha visto con sus ojos”. La cita pertenece a un humorista, y no a Quevedo.
 

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