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CULTURA - LUNES, 24 DE ABRIL DE 2006


TIGRE DEL CIRCO 'BELLUCCI'. NICOL'S.

ESPECTÁCULO / reportaje
 

El País de las Bocas Abiertas

Oscar, ‘el hombre de goma’ y las piruetas aéreas de Kimberley la trapecista asombran
al público ceutí en el circo ‘Bellucci’
 

CEUTA
Elsa Cabria
elsacabria@elpueblodeceuta.com

“El circo es la verdadera y pura diversión, es la diversión que no es más que diversión, es la diversión por la diversión”. Ramón Gómez de la Serna era un apasionado del espectáculo circense. El entusiasmo del célebre escritor español quedó impreso en su obra ‘El Circo’ (1943) en la que detalló, hasta la extenuación, todos los entresijos de los artistas, del siempre expectante público y de los exóticos animales. La luz y el color que volcó en su literatura ilumina la itinerante lona roja del circo italiano ‘Bellucci’ que acampa estos días en Ceuta con una única intención: hacer apología de la boca abierta, la locura del asombro.

Amarillo, rosa y azul. Haces de colores en un pequeño mundo de color. El público ansioso mira la pista, no falta mucho, son las seis o las ocho en punto (los dos horarios posibles) y el espectáculo debe comenzar. El rigor y la buena educación brillan tanto como las lentejuelas de los trajes. Llegó el momento, el circo ‘Bellucci’ despega, zarpa, arranca; el espectador se pone cómodo (en primera fila, si tiene suerte), está en el paraíso de la magia.

El presentador del show llama a Yuri Guidi, el domador de caballos, que sale a la pista luciendo pajarita y chaqueta de lentejuelas azules. Con dos largas varas azota el polvoriento suelo como señal de respeto. Los seis caballos cabalgan haciendo círculos. Varias vueltas al ritmo de la música que, a lo largo de dos horas, da sentido a la emoción colectiva. Alta, estruendosa, festiva, circense.

La calma inicial toca a su fin con el vals de despedida. El último caballo hace la reverencia y Yuri dice adiós. Como en el teatro, ahora es el turno de las risas. Entra Tony, el payaso enano.El chaleco y la corbata a cuadros hacen juego con sus coloretes. Toca el violín, tira un ratón al público. Las luces se apagan, la broma da paso al primer ejercicio de boca abierta: la bicicleta BMX.

Dubie Ludovic entra a ritmo de punk. Dos rampas rodean al ‘cabriolista’ del circo. “Guau” exclama el público. Salta de un lado al otro, no se baja de la bicicleta, la retuerce, la dobla, la pisa, pero ni un pie en el suelo. Doble pirueta y fuera. Vuelve Tony para lidiar un toro. El mihura de 550 kilos se le resiste, pero ya es el turno del malabarista. Tres bolos arriba, cuatro bolos abajo, cinco bolos arriba. “Formidable”, dice el presentador. Después llega el más difícil todavía: ocho aros en el aire para que caigan en su cabeza. “Espectacular”, resuena entre las móviles paredes de la carpa. Tony vuelve varias veces (una vez quiere dar un salto mortal, otra lanzar un cuchillo, de nuevo escuchar la radio), su presencia produce la ilusión general de saber que aún quedan más actuaciones. Las dos últimas antes de la segunda parte.

El ‘hombre volador ‘ precede a Oscar, el increíble ‘hombre de goma’. Contorsiona hasta las cejas. Es tal su elasticidad que es uno de las pocas personas que gira 360 grados sobre si mismo. Las caras de los niños reflejan que algo alucinante sucede ante sus ojos. Las caras de los adultos dicen lo mismo porque en el circo no existe el reparo. Sin gritos o aplausos no hay espectáculo.

Tigres

Tras el descanso, la solitaria pista está encerrada entre las verjas que acogen al domador de tigres. Y a los tigres. La música genera tensión, seis hermosos felinos entran glamurosos en el recinto. Todos serios, aunque están domesticados el miedo a un imposible salto siempre está ahí. Por si acaso. “Son enormes, ¿el domador no se asustará?, se oye entre el público. El juego de la elegancia tigresa llega a su fin a ritmo de bulería. El aullido final deja paso a la escuela de equitación de Emidio Bellucci quien, con traje de montar y sombrero, monta un bello caballo negro. El circo fusiona momentos de pura belleza estética con secuencias de riesgo real. Es un pálpito constante, nadie se puede relajar. Así lo demuestra la llegada, y casi culminación del espectáculo, del mago y su ayudante. A la joven de corta melena negra, le aparecen y desparecen los vestidos de mil colores. El público boquiabierto. “¿Cómo lo ha hecho? ¿No llevaba un traje blanco? ¿De dónde le ha salido esa larga melena rubia? Tras la bateria de preguntas entre los curiosos del público, la voz de alarma interior suena. El final se puede oler.

¿Ya nos vamos?

La cúpula de la lona se viste de gala. Un columpio espera a Kimberley la trapecista, un prodigio de las alturas que ha actuado en el ‘Madison Square Garden’ y tiene especial habilidad para sujetarse boca abajo pendiente de los talones. “Sólo lo hacen tres en el mundo”, asegura uno de los responsables del circo ‘Bellucci’.

Las bocas abiertas en perspectiva vertical miran al cielo rojo de la lona. La melena rubia de la trapecista embelesa al público. La música suena cada vez más baja. Por sorpresa, aparece Max el payaso. Triste música mientras se desmaquilla y se viste de calle. adiós zapatos, adiós Bellucci. “¿Ya nos vamos?”, dice un niño.
 

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