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OPINIÓN - MARTES, 25 DE ABRIL DE 2006

 
OPINIÓN / EDITORIAL

No falta entretenimiento informativo

Y no lo decimos por la llegada del Circo Bellucci, que también, sino por la amalgama de circunstancias que rodean a estos 19 kilómetros cuadrados de apéndice español ubicado en la zona más septentrional del norte de Africa.

Informativamente hablando la semana se inicia con la continuación de un macro juicio en el que la Justicia trata de aclarar y esclarecer las responsabilidades en uno de los últimos y sonados asesinatos que se circunscriben al mundillo neblinoso de las, por fin, antiguas crónicas negras de Ceuta que protagonizaban bandas no precisamente de bienhechores.

Bien es cierto que el fin de semana se cerraba con el éxito organizativo del primer gran congreso con el que Ceuta se postulaba como ciudad sede en función de sus potencialidades turísticas. Ha superado con nota el particular examen y se perfila como un destino capaz de acoger encuentros de primer nivel.

En tanto, un grupo de socialistas ceutíes representaban a los militantes y simpatizantes del PSOE en la Ciudad Autónoma durante la celebración de los dos años de Zapatero al frente del Ejecutivo nacional en el marco fetiche de los socialistas, “Vista Alegre” y con una congregación de unos 20.000 militantes de toda España. Ceuta estuvo también allí.

Pero la semana viene protagonizada por el derrumbe de la ladera del Recinto ubicada en la calle Santander. Desprendiose la ladera el pasado Viernes Santo, pero sin embargo es ahora -once días después- cuando el asunto pretende ser objetivo político con traducción final en rédito partidista.

No parece en exceso congruente, no sólo menospreciar el trabajo de los técnicos, sino desconfiar de los informes periciales que se han efectuado y que, se siguen realizando. Ver tanto telediario predispone a pensar que sucesos con trascendencia política -caso del barrio catalán del Carmel- tengan su extrapolación a Ceuta con el derrumbe del Recinto. La política debe tener un principio y un fin. Ni todo debe ser aplaudido, ni todo criticado. Hay un punto en que los intereses de los ciudadanos están por ecnima de intentos de ventaja electoral y, en ese juego deben conocer todos las reglas, pero además, aplicarlas.

El bien general es demasiado serio como para bailar a ritmo de demogogias, un baile pegadizo pero cansino a la postre.
 

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