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OPINIÓN - SÁBADO, 05 DE AGOSTO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Diez cochinos minutos
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Me llama mi familia de Ceuta echando las muelas y lanzando imprecaciones más vulgares que un ataúd tuneado. Me paro ante el dicho y reflexiono sobre la moda del tunning en los coches, como los propietarios los horterizan con alerones, ruedas especiales, luces de discoteca y unas chuminadas decorativas tan merdellonas que hielan la sangre en las venas. Y luego (aluego se dice en el Palo) veo el ataúd lleno de cachivaches, con los neones,los colorines y las inevitables rayas de cebra y el muerto en tanga de leopardo y no es que se me hiele la sangre, sino que se me hace imperiosa la necesidad de un Diazepán bajo la lengua. Rabian mis colegas ¡Por diez cochinos minutos!.

Agraviados al máximo y todo por mor de esa Operación Paso del Estrecho que adquiere en España tinturas onegetistas y saca a relucir todos los melindres plañideros de los profesionales de la buena conciencia, que se piensan que no se brega con turistas y con veraneantes, sino con víctimas de desastres, hambrunas y calamidades. Sin una víctima a mano, no hay buena conciencia profesional que valga.

Pero en Ceuta me dicen que, las autoridades portuarias o los dirigentes del invento se equivocan y lo que hacen es joder a los de la Operación, que no son víctimas de nada sino clientes de una compañía naviera que pagan sus buenos dineros por embarcar sus coches y embarcarse a ellos mismos. De pasajes de caridad nada y de regresar a España en patera con la hipotermia tras el cuarto de hora de recorrido y la deshidratación, tampoco. Son usuarios y clientes que merecen un trato correcto y de calidad, porque los billetes no se los regalan los tontos de baba de ninguna oenegé, sino que van a la agencia y pagan sus buenos euros, por lo que adquieren todos los derechos y todos los privilegios.

Al parecer de lo que se trata es de ahorrar diez minutos y ponen a los pobres usuarios y a sus vehículos en una explanada durante cuarenta y cinco minutos, en lugar de dejar que, durante ese tiempo, disfruten de las instalaciones portuarias, se refresquen, consuman un piscolabis o recen sus plegarias. Nada. Todos al mogollón los cuarenta y cinco minutos al tiempo que le echan el combustible al buquebús a la vera de los coches incumpliendo las más elementales normas de seguridad. ¿Y si hay un accidente y explota por combustión el petroleo, la gasolina o el invento que le echan al barco para que funcione?. Pues nada, toda la clientela explosionada y tema para varios telediarios, entre el rescate de las víctimas, los bomberos, los voluntarios, las pruebas de ADN, las manifestaciones de solidaridad, la condena, repulsa, rechazo y minuto de silencio en la puerta del ayuntamiento mientras ondean las banderas a media asta. Y ya tenemos la tragedia del verano.

Los usuarios se quejan del plantón de cuarenta y cinco minutos a pique de salir volando por los aires si a aquello le da por reventar, o si le da a un niño por salir corriendo y se cae al mar, o se deshidrata una señora por la espera. Pero los listos de turno, que se creen muy astutos cuando son unos mindundis y unos cantamañanas, deben pensar que hacen algo encomiable por la sociedad aligerando diez minutos en la Operación Paso del Estrecho y que son el summun de la operatividad cuando lo único que hacen es perjudicar a la clientela, fastidiarla y quitar toda calidad al servicio.

De nada sirve poseer buenas instalaciones portuarias si no se aprovechan y la Operación está dirigida por la versión ceutí de Jose María el Tempranillo, que se llamaba así por su especialidad en ahorrar tiempo y esfuerzos, vamos, que tempraneaba. Con los que vuelven de sus vacaciones también se escatima el tiempo y se les dificultan las condiciones, sin tener la mínima sensibilidad a la hora de tomar en consideración que, esos automovilistas, tienen ante sí un viaje de retorno que bien puede ser de miles de kilómetros y que, las fatigas, el agotamiento y las dificultades las tienen asumidas de antemano, porque el regreso no es en absoluto tan gratificante como la ida. Pero no está bien que las incomodidades y los inconvenientes comiencen en el primer puerto Schenguen y que ese puerto sea Ceuta.

Imagen de poca coordinación para la ciudad autónoma e imagen de ínfima consideración para con el pasaje, amén de detrimento de cualquier tentativa de calidad a la hora de ofrecer el servicio contratado. Porque cuando un tipo paga un billete contrata un servicio y ese servicio se puede exigir, no desde luego desde la explanada, cuarenta y cinco minutos penando y el buquebús repostando ante la angustia de los observadores. Perdonen, excusen, que como hay tantas modernidades, lo mismo las normas mínimas de seguridad han quedado superadas por nuevos reglamentos que desconozco, o por algún tipo de disposiciones paridas por el Gobierno de la propia Ciudad Autónoma, porque con esto de las autonomías hay mucho mamoneo, por ejemplo los hosteleros vascos se niegan a aplicar la legislación antitabaco, ese inmenso atentado contra nuestras libertades individuales, en los establecimientos de hostelería y la autonomía de ellos les legisla a medida. Al igual que los insolidarios catalanes tienen bajo control sus propias prisiones y mimados a sus presos y el resto viéndolas venir.

Lo mismo Ceuta ha legislado sobre ahorrar y aligerar diez minutos en las operaciones de embarque, pasándose por el forro disposiciones o reglamentos molestos e incordiantes. Me lo aclaren para no ir jamás a Ceuta en coche, porque a servidora la tienen cuarenta y cinco minutos esperando y pide el libro de reclamaciones y el dinero del pasaje de vuelta p´atrás que dirían los llanitos gibraltareños, amén de sufrir un ataque de ansiedad. Yo deseo llegar al puerto, tomarme mi refresco o merendar o tomar el aperitivo, hacer pipí, refrescarme, comprar el periódico y si hay una Virgen del Carmen por los aledaños recitar un Ave María, en una palabra, hacer lo que me de la gana y me salga de mi ingle moruna hasta llegado el tiempo prudencial para embarcar, porque no soy un borrego para que me lleven de aquí para allá en rebaño y a trompicones.

El que espera desespera. Y ustedes no esperen mi desvencijado coche en Ceuta, me moveré en taxi y todo por ahorrar diez cochinos minutos. Oprobioso y lacerante. Eso es.
 

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