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OPINIÓN - LUNES, 07 DE AGOSTO DE 2006

 
OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

La música como plato de verano

Por Víctor Corcoba Herrero


No hace mucho tiempo, algunas familias se afanaban en buscar la enseñanza musical por razones sociales. Se decía que un nivel de conocimiento de las obras de la música clásica sintonizaba con una buena cultura general. Los tiempos cambian, para bien o para mal, y esas fascinantes experiencias culturales, se han extendido a todas las gentes. También los gozos se contagian en los pobres, a Dios gracias. Hoy advierto, con cierta alegría y no menos expectación, como cada día son más los restaurantes que cuidan la música que ponen a sus clientes, al igual que los vinos o los propios menús. Esto le da un toque de empatía al ambiente. En todo caso, a nadie le amarga un plato de melodías bien servidas, con sus acordes y contrapuntos.

Cuando la atmósfera de los sonidos tiene ese ángel que nos sublima, o que nos acompaña, el mundo se ve de otra manera y uno se desprende hasta del corazón. Lo armónico siempre concilia y reconcilia, es un lenguaje que rompe rejas y alimenta sobre todo el amor, que buena falta nos hace para no quemarnos al pisar el asfalto diario donde llamean lenguas de desamor a cuarenta grados de veneno. En la mesa, mejor que un repetitivo y televisivo noticiario rosa o una película del marujeo, una de música es el mejor entrante para calmar ansiedades y que nuestros sentimientos vuelvan a su estado cristalino. Estoy convencido de que es una buena manera de alargar la vida y de alegrarnos la jornada.

La música siempre va directa a nuestra parte más sensible, más necesitada de cuidado. Por ello, nos alegra que los españoles empiecen a gastar más euros en música que en medicinas. Según el último Anuario de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), el gasto por habitante en conciertos de música clásica alcanzó la cifra simbólica de un euro en 2005, lo que revela que hubo más espectadores, más conciertos y más recaudación que en 2004. Esto es una sabrosa noticia, puesto que el ritmo es para las habitaciones del alma lo que la luz para la existencia, mucho más fundamental que saber vestir en cada momento y para cada ocasión. A veces lo interior no lo cuidamos y es más vital que lo externo. Si tremendo es caminar sin amor por la vida, no menos huérfano resulta ser incapaz de llevarse una música a los labios.

Estoy seguro de que si los españoles seguimos en la onda de consumir música clásica nos vamos a adelantar en los puestos mundiales de la felicidad. Ahora estamos en el cuarenta y seis, a pesar de tantas ventanillas sociales con teléfonos de esperanza y un sol de justicia para alegrarnos el cuerpo. La música nos transporta a ese otro mundo invisible con el que soñamos, puesto que este visible mundo aún siendo más o menos feliz, o estando más o menos satisfechos de la propia autobiografía, siempre nos restará mucho por hacer. Consolar a los demás puede ser un buen propósito. Las artes, cuando en realidad es artículo de ordenada genialidad, siempre nos alivian por dentro. En este sentido, la música tiene un lenguaje especial que nos mueve (armónicamente) y conmueve (serenamente). El mismo San Agustín dio fuelle a tan preciado manjar, cuando dijo: “El que canta ora dos veces”.

Lo de cantar es historia timbrada ¿Lo tendrán en cuenta los que ahora pretenden reescribir la historia de nuestra historia? Sepan, por si acaso, que nuestra tradición musical es católica cien por cien, y que constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne. También esta música sacra está en alza. En este momento, yo mismo, mientras enhebro las palabras, fiel a la costumbre de escribir con música de fondo, escucho un CD que es toda una referencia a la belleza de la santidad, se trata de la misa flamenca de Alfredo Arrebola, premio Nacional de Flamenco y Flamencología.

Personalmente me gusta llevar a la boca estos aires que son poesía en vivo, gritos de un corazón que habla. Los fandangos, las malagueñas, los soleares, las granainas, seguiriyas, cartagenera y demás recitados, son verdadero arte del pueblo oprimido y sentida oración del ser que camina. Los textos tomados del Misal Romano, conforme a la Constitución Apostólica “Missale Romanum”, promulgado por Pablo VI el día 3 de abril de 1969 y adaptados por el cantaor Arrebola no quedan a la improvisación, ni al arbitrio de su cante, sino a una bien concertada dirección en respeto a las normas litúrgicas, como era de esperar dada su adecuada formación teológica y flamencóloga. Recomiendo al lector esta música por ser buena compañera para llenar soledades y meditar, pues ella misma es un concierto de silencios que nos encandilan el espíritu y nos encienden la virtud.

En consecuencia, propongo, por si alguno todavía tiene dudas, la música como plato de verano para huir de las tristezas y redimir penas. Palabra que cura. Es el arte de las musas lo que se ofrece. Si los gozos del paladar son más vivos oyendo una música clásica, (se mejora la digestión), las noches tienen también su encanto suscitando sentimientos, pensamientos o ideas. Toda una experiencia estética que toca el amor y roza lo místico. Hay ciudades y pueblos que han tomado buena nota de lo bien que le sienta al vecindario este tipo de encuentros y organizan, con carácter gratuito, ciclos de conciertos inolvidables, donde la música docta navega al aire libre y en escenarios singulares. Me da igual que tome de primer plato, segundo o postre, al romper el alba, a la siesta o a la hora de las brujas, música académica, artística, de concierto, clásica occidental, sacra, litúrgica, erudita, orquestal…Eso sí, que sea en verdad música y no sucedáneos. No le vendan gato por liebre y acabe más sordo que la una. Rechace imitaciones, por aquello de que sólo relaja la belleza cuando está estéticamente aderezada.
 

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