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OPINIÓN - DOMINGO, 13 DE AGOSTO DE 2006

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Autodidactismo

Por Andres Gómez


En general, una persona autodidacta es aquella que se instruye a sí misma. Los casos de autodidactas son innumerables. Para llegar a serios sólo es necesario que el sujeto sienta la verdadera necesidad de aprender, de conocer. Por supuesto que esta circunstancia se da casi siempre en personas adultas, que demuestran un gran interés en realizar su propio aprendizaje-autoaprendizaje. Dicho así, podemos pensar que el citado proceso es imposible, pero la realidad de los hechos nos demuestra que los sujetos consiguen sus objetivos, que suelen ir en alcanzar una lecto-escritura, capaz de realizar los productos convenientes para comunicarse con su entorno, y por añadidura, unos conocimientos elementales de Matemáticas.

Mis padres fueron autodidactas. No tuvieron oportunidad en su niñez de ir a una escuela. Su entorno natural era de estructura rural, con la consiguiente carencia de centros educativos, por lo que si hubiesen querido no hubiesen podido asistir al colegio. Tampoco se pudieron beneficiar de aquellos “maestros” rurales, hoy olvidados, y, por consiguiente, sin reconocimiento alguno, que de forma itinerante reunían en un cortijo a un grupito de niños y niñas para transmitirles unos conocimientos elementales. Eran “idóneos”, que contribuyeron a iniciarlos en la lecto-escritura y las operaciones aritméticas fundamentales. Se suponía que vivían de su trabajo.

En el caso de mi madre, que no sabía leer ni escribir, casi toda su vida se la llevó trabajando, realizando, al mismo tiempo que mi padre, las aportaciones complementarias para el sostenimiento de una familia de seis hijos. Siempre dispuesta para trabajar en aquellas tareas que ocasionalmente le salían. Trabajos domésticos. Pero este sistema ocupacional inestable dejó de existir y se colocó en un hotel de cierta categoría, en nuestra ciudad. De realizar labores primarias, pasó a camarera de planta, por lo que se dio cuenta que para llevar cierto control elemental del material puesto a su disposición, y su consiguiente responsabilidad, necesitaba de conocimientos de lenguaje-lecto-escritura y de matemáticas. Esta asignatura estaba superada, por la experiencia de la vida diaria, pero la otra, no. Así que manos a la obra. No había que decepcionar a aquellas personas que había depositado su confianza en ella.

Mi padre estaba en la misma situación que mi madre: tampoco sabía leer ni escribir, pero las cuentas las dominaba muy bien. Nunca conocí las estrategias que utilizaba, pero para el cálculo mental era un perfecto dominador. Claro que cuando llegaba el momento del “fiado” nos pasaba la tira a uno de nosotros, para que comprobáramos si el tendero de turno, la había realizado sin error. Pasaba un poco de la lecto-escritura.

Mi madre, por la necesidad antes apuntada, estableció su propia estrategia de “Autopreparación”. Se compró un cuaderno de dos rayas. Uno de nosotros, generalmente yo, teníamos que ponerles unas muestras, que después ella, pacientemente reproducía. Se trataba de repetir palabras como toallas, sábanas, fundas…, es decir, el nombre del material de camas que estaban bajo su custodia. Al final de cada copia, reproducía su nombre y primer apellido, porque ya no estaba bien visto que firmara con el dedo. Así se introdujo en el autodidactismo. La segunda parte de su “plan de alfabetización, consistió en adquirir un manuscrito, su querido manuscrito, del que nunca se separaba. No recuerdo si fue su propia iniciativa o por consejo de alguien. Lo cierto fue que mi madre encontró el instrumento más valioso que pudiera imaginarse: “Mi primer manuscrito”. Ya, en el prólogo del libro, los autores informaban: “Aquellos profesores que persisten en el imperdonable error de no considerar la escritura como el medio más eficaz para la enseñanza de la lectura, indudablemente, una sorpresa desagradable, rayana, quizás, en la decepción al hojear este librito”.

Y bien eficaz que fue su utilización, porque si algunos no están de acuerdo, enseñando a leer escribiendo, esto es, simultaneando ambas enseñanzas, el sujeto se identifica de tal modo con los caracteres manuscritos -mayúsculas y minúsculas más corrientes-, que prefiere su lectura a la de los de molde; y esto es tan cierto, que algunos profesionales llegaron a pensar formalmente en la conveniencia de proscribir por completo caracteres de imprenta, al menos, durante el primer periodo de aprendizaje.

De éxito fue calificado el “autodidactismo” de mi madre, que veía como conseguía progresar, para su satisfacción personal, en el campo de la lecto-escritura. Se mantuvo en su puesto de camarera en el centro hotelero, donde había conseguido plaza fija. Pero no se quedó así; ella seguía con sus actividades, aparcando de momento su manuscrito, y realizando incursiones en otros materiales como periódicos y libros de lecturas.

Gustaba mucho a mi madre alternar su inseparable manuscrito con un libro de lectura de la editorial Edelvives, concebido con miras educativas, despertando en el lector valores morales, religiosos y patrióticos –en esta época no podía faltar estos últimos-. Refería mi madre, con frecuencia, el episodio “Las cuentas de Pablito”, donde éste presenta a su madre lo que le debía por ciertos servicios prestados. Su mamá, con tristeza, en el desayuno dejó la cantidad que le debía”, acompañada de una nota. En la nota, detallando todos los servicios que le había prestado en su corta existencia, la resumía con “no me debes nada”. Pablito quedó impresionado por la nota de la madre, y llorando, le dijo: “mamá nunca podré pagarte lo mucho que te debo”. Referir la moraleja del cuento, quizás mi madre la refiriera para hacernos ver que en la unidad familiar, nadie debe nada, que “todos estamos a la par y jugando”.

Mis padres lucharon contra la adversidad –seis para educar durante la posguerra-, y no dudaron en que todos fuésemos a la escuela para que no nos ocurriera lo mismo que a ellos. Al menos intentaron que todos consiguiéramos una preparación dentro de unos niveles de enseñanza primaria. Claro, que los suyos eran otros tiempos.
 

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