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OPINIÓN - SÁBADO, 26 DE AGOSTO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Árabes en Marbella
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

En mi anterior trabajo en el extinto periódico de Marbella, donde hicieron de mi vida un infierno por sospecharme opusina y yo no negarlo tres veces, en el diario marbellero existían fechas clave. Y entre ellas contaba muy mucho el desembarco del rey Fahd y de su séquito, cuando no de algunas de las docenas de príncipes de la Familia Real saudí, porque, todos y cada uno de ellos merecían cacho, es decir un arrebatado editorial rezumante de respeto, reconocimiento y simpatía. Churreteo del fino para que, los árabes, no dudaran en dejarse los sacos de billetes en la localidad y enriquecieran con su tradicional dadivosidad al pueblo de Marbella.

Buena gente el descansado rey Fahd. Rumboso donde los hubiera, adoraba las puestas de sol disfrutadas desde el pueblecito de Istán y dio billetes para ampliar el hospital, aunque él, en el palacio que antes se llamaba Mar y Mar y luego el Rocío, tenía su propio complejo hospitalario. En verdad tenía de tó. Gloria bendita. Y tropecientos mil siervos y criados, a tres mil euros al mes. Era rumorearse que llegaban esos a los que, eufemísticamente, llamaba en mis babosas editoriales “Corceles del desierto con corazones de león” para que mil criaturas, muchas de ellas marroquíes, acamparan en los portones del suntuoso palacio hecho a la imagen y semejanza de la Casa Blanca, para que quedaran bien claras las simpatías saudíes por el hermano americano. Y es que, los árabes ricachones siempre han sido muy coleguitas de los yankis. Los que son antiamericanos son los moros pobres y los arruinados, que, lógicamente, andan amargaítos porque, de los lujos y las ostentaciones de sus correligionarios, se enteran por las noticias, mientras ellos andan pidiéndole un euro a una farola.

Pero a los corceles del desierto y a esas que yo llamaba “distinguidísimas y elegantes damas árabes de ojos de gacela” refiriéndome a las enjoyadas millonarias compradoras compulsivas que arrasaban las tiendas de Puerto Banús, parecía importarles en general una mierda el que, a ciento y pico de kilómetros, bajo los cielos de plástico del Ejido y del Campo de Nijar, penaran islámicos como ellos, malviviendo bajo cartones o en cortijos abandonados, sin luz ni agua y en la penuria más absoluta. Demasiadas diferencias a todos los niveles entre los pijísimos saudíes y los inmigrantes moros. Más cercano estaba el pueblo llano español, por ejemplo servidora de ustedes, al paisa que vende alfombras o ropa por las playas, estragaítos por la chicharrera, que esos príncipes y princesas altivos y cargados de diamantes que se mueven en rolls mientras sus criados van detrás en una furgoneta y aparcan sus coches en el aparcamiento de Benabola, justo a la entrada del puerto.

Dicen y cuentan que, el exclusivísimo Corte Inglés de Marbella, que es una pasada de lujo y no como el Cutre Inglés de Algeciras o de Málaga, cierra sus puertas a partir de una hora determinada, con todo el personal en sus puestos, para que lleguen las damas de la realeza saudí a comprar con comodidad y a llevarse las compritas en los camiones de las grandes almacenes. Las joyerías en general y la de Gomez-Molina en particular hacen su realísimo agosto sacando a los escaparates tiaras y coronas de brillantazos, collares de piedras preciosas, rólex de tirada limitada y todo tipo de piezas del lujo más excesivo para satisfacer a su exigente clientela, ya saben, los corceles y las de los ojos de gacela, que pueden dejarse tranquilamente un millón de euros en una tarde.

Eso si, a esa gente tan fina nunca les dará por montarse en el barco de Ceuta, llegar al puerto y ver con sus ojos a esos morillos del pegamento que, con el coste de tan solo una de las joyas que ellos compran podrían tener solucionadas sus vidas y las de su familia. Es otro universo. Y los selectos árabes que apestan a perfumes caros y llevan diamantes hasta en el carnet de identidad no son moros, son otra cosa.

Y ante ellos, nosotros en aquel entonces y los de ahora también, nos derretíamos en adulaciones, pregonando el carácter de “crisol de culturas” de Marbella, porque los marbelleros son en eso como los ceutíes, solo que con levísimas diferencias. Las “culturas” representadas en la ciudad costasoleña están integradas por príncipes, presidentes, altísimos empresarios, adinerados profesionales, reyes y lo mejor de cada casa de Arabia Saudí, Líbano,Qatar o Siria. Ellos, sus palacios, sus maravillosas villas diseñadas por los mejores arquitectos y paisajistas y su integración en la vida local a base de distinción, glamour, elegancia y billetes. Ceuta es otra cosa. En Ceuta hay lo que hay. Para que nos vamos a engañar, por muchos crisoles que sean ambas ciudades. Aunque en Murcia también hay jornaleros moros, ecuatorianos, bolivianos, senegaleses y rumanos y a nadie jamás se le ocurría comparar a Murcia con un crisol de nada. Será que, los gobernantes murcianos no gastan autocomplacencia sino un pragmatismo duro y real y un realismo nada eufemístico ni poético.

Marbella “la muy hospitalaria”.Lógico. Con los muchimillonarios que son capaces de traerse a estrellas de la música internacional para que amenicen sus fiestones veraniegos y que no remiendan de viejo ni de pellejo sino que gastan como posesos, “todo el mundo” tiene mucha hospitalidad y no se habla jamás de “tolerancia y solidaridad” porque esos príncipes y esos millonetis, ni tratan de que los toleren ni de que sean solidarios con ellos, porque llegan con el cielo ganado con sus corazones de león, sus ojos de gacelas y su elegancia a tope. Es una tribu privilegiada que fondea con sus yates y crea riqueza por donde va pasando y ese tipo de inmigrantes de postín son muy queridos en España. Es más ,se les quiere con locura y nunca jamás han creado un problema de integración ni de convivencia y menos aún han sufrido el zarpazo del “rassismo”.

Se ve, se palpa en Marbella, que el pueblo español no es racista, en absoluto, lo que parece que no aguantan los pepitos ni las marujas es el pobretonerío. Ni a los profesionales de la marginalidad y la no-integración que subsisten a costa de las subvenciones derivadas de los sudados dineros de los currantes. A veces la gente es muy borde y muy como es y te sueltan eso de “Que los que vengan, vengan a gastar y no a costarnos los dineros”. Pero mis paisanos de los campos sin luz de Almería no cuestan dinero, ganan lo que pueden, dejándose los pulmones en los brócolis, con el hígado envenenado de pesticidas. No vienen a parasitar sino a currar. La pena para ellos , mi pena, es que nunca se lo llamaré, no les llamaré “corceles del desierto con corazón de león” ni “ojos de gacela” ni les daré la bienvenida a Puerto Banús desde un editorial. A ellos les llamo “buena gente” y “Tíos dignos” y a ellas “Mujeres y madres valientes” y para mi valen más que todos los corceles y todas las gacelas, aunque nunca puedan ni soñar en acercarse a una chic joyería de Banús.
 

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