PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura


Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

SOCIEDAD - LUNES, 28 DE AGOSTO DE 2006


Pedro del Corral. NICOL’S

inmigración / menores
 

Crecer sin padres (II)

Los diferentes centros de menores de la ciudad cuentan con más de cien niños que
no necesariamente están en desamparo.
Fábrega lamenta el ‘efecto llamada’
 

CEUTA
Laura Fernández
laurafernandez@elpueblodeceuta.com

La cuestión de los centros de menores en la Ciudad Autónoma ha sido noticia en la última semana por las manifestaciones del responsable del área de menores de la ciudad, Miguel Fábrega, acerca del “efecto llamada” que podría provocar la aplicación de la redistribución de los niños llegados a Ceuta, Melilla y Canarias en diferentes centros del resto de comunidades autónomas españolas. Así, esta redacción quiso dar un paseo por algunos de los centros de menores de la ciudad para comprobar cuál es la situación en la que conviven más de un centenar de chavales ‘no acompañados’. En la primera parte, publicada en la edición de ayer, avanzábamos algunas cuestiones relativas, especialmente, a las principales diferencias que caracterizan a estos centros.

Hogar, dulce hogar

Algunos de los hogares de menores de la ciudad son una gran casa. Cuando el visitante entra, hacia las 10:30 de la mañana, en el antiguo colegio y hoy centro del Mediterráneo, la cocina huele a chocolate y los niños desayunan en el comedor. Hay algunos menores en la plazoleta, recién reformada, que merodean alrededor de los bancos mientras saludan al extraño que viene de la calle. El director y casi padre en funciones de los 21 niños que allí residen, Pedro del Corral, abre las puertas de su casa y la enseña orgulloso. El centro está impecable. El personal, un lujo. Aquí trabaja el mismo número de cuidadores (12) y educadores (10) que en el centro ubicado en el monte Hacho. De hecho, y para lograr la precisión, deberíamos destacar que en el segundo trabaja un cuidador menos, quedando la cifra en 11 monitores -aunque ellos cuentan con un animador sociocultural-. La diferencia radica en que allí vive una veintena de menores mientras que en el de la Esperanza residen más de 50 adolescentes. En el Mediterráneo son más pequeños y sí pertenecen al grupo de los ‘no acompañados’. Algunos son de Ceuta y otros de fuera. La estancia media de julio fue de 20 menores, entre los que se encontraban cuatro de España, diez marroquíes, cinco de nacionalidad india y uno llegado desde Bangladesh. No obstante, también hasta aquí se acercan a veces los familiares para saludar o traer un regalo a sus niños, que lo festejan por todo lo alto.

El responsable, Pedro del Corral, asegura que este centro no tiene más niños que en años anteriores. En el de la Esperanza, por el contrario, el director, Luis J.Pérez, sí refleja un incremento de casi el 70 por ciento en sus instalaciones: “Ha habido años que éramos la mitad”. En el recuento del primer semestre de los últimos años puede observarse que en 2003 habían pasado por el Mediterráneo 50 menores, en 2004 llegaron 43, en 2005 fueron 88 y de enero a julio de este año la cifra se estanca en 78 niños. Así, si bien puede apreciarse un leve incremento, en ningún caso merece ser reseñable, según el director.

Las instalaciones


Las habitaciones de los menores son de dos o cuatro camas. Una planta para niñas, otra para niños y la de abajo se reserva a las urgencias que puedan traer a más menores al centro. Por el contrario, en la antigua residencia del monte Hacho, las habitaciones -algunas convertidas en barracones- se comparten entre más de doce. No obstante, indica el director, “aquí hemos tenido visitas inesperadas de inspecciones y jamás han podido decir nada negativo”. Y esto se debe, fundamentalmente, al riguroso sistema de normas. A las 11:00 de la mañana, cuando el visitante se acerca, comprueba que todo está en orden. Las camas hechas y el desayuno en las mesas. Algunas informaciones del gobierno canario indican que en general cada menor no acompañado de los que llega a las costas españolas cuesta al Estado cinco millones de las antiguas pesetas anuales.

En ocasiones, algunos de estos muchachos argumentan que dentro se les pega o se les obliga a hacer cosas que no desean. Sin embargo, no hay más que ver el sistema organizativo, los informes, los documentos, las reglas, el carisma e incluso la seriedad del personal de todos los centros para ver que esto “sería imposible”, matiza Pérez. La plantilla hace todo lo que puede con un presupuesto que, aseguran, es más que suficiente.

Trabajo dentro y fuera


Casi todos los menores trabajan dentro y fuera de los centros. Especialmente en tareas de formación educativa. Los residentes del centro del Mediterráneo acuden al colegio de la barriada, “como cualquier otro niño”, sostiene el director. Además, aprovechan diversos talleres dentro del antiguo colegio que se desarrollan en la biblioteca o en el jardín. Ellos mismos han sido los encargados de cultivar una huerta que ya da sus frutos. Está cuidada como la pajarería, donde los niños dan de comer a periquitos y otras aves que conviven en inmensas jaulas. En el centro de la Esperanza, debido a la edad –más avanzada- de sus habitantes, los responsables los inscriben en cursos de formación para que aprendan un oficio.

Muchos de ellos acuden a los módulos gestionados por Procesa y sufragados por el Fondo Social Europeo, en los que aprenden albañilería o carpintería recibiendo, al tiempo, una beca remuneratoria que ronda los 300 euros al mes. Desde ambos centros abogan por la “socialización” de los menores. Así, rechazan que los niños realicen tareas “sólo entre ellos”.

Tampoco el Mediterráneo tiene problemas de presupuesto. “Ahora necesitamos arreglar un muro”, recuerda del Corral; no obstante, “cuando tenemos cualquier problemas basta con descolgar el teléfono”. Aseguran, en ambos casos, que la predisposición de la Ciudad es “absoluta” a la hora de suministrar cualquier necesidad. La coordinadora de educación de la Esperanza, María Isabel Cerdeira, asegura que muchos de los residentes del centro, que tienen entre 11 y 18 años, tienen ya sus perspectivas de futuro. El inmigrante que reside en el monte Hacho tiene una media de edad de 16 años y, al venir de fuera de España, arriba con unas ilusiones tal vez demasiado halagüeñas sobre el mundo laboral español. “Algunos chicos de los que viven aquí rechazan trabajos en los que cobrarían 1.000 euros porque les parece poco”, comenta Cerdeira.

Y es que la imagen del ‘paraíso europeo’ hondea en los sueños de la mayoría de personas que viven casi en la pobreza. Ninguno de los que llega contempla la posibilidad de retornar, aseguran los responsables.

En el Mediterráneo, donde los niños son más pequeños que en la Esperanza -ya que se acoge a partir de los seis años-, el director atisba las expectativas de los niños. Muchos ya tienen proyectos de futuro, “especialmente los asiáticos”, afirma. De los 21 niños que ahora mismo residen en este centro, 17 son ‘no acompañados’. Hay niños que, sin saber muy bien cómo, llegan desde Asia central. En el de la Esperanza, Pérez lamenta que muchos marroquíes “vienen obligados por sus familias”, para iniciar de este modo la cadena migratoria que muchas familias barajan como posible salida de una situación en la mayoría de casos desesperada. Según las declaraciones del defensor del menor, el 80 por ciento de los niños inmigrantes repatriados vuelven a España. Y es que el intento de cruzar hacia la otra orilla no cesa ya que, como escribiera Oscar Wilde, “a veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto nuestra vida se concentra en un solo instante”. Un momento que, para muchos, diferencia la posibilidad de vivir de la ausencia de esperanza.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto