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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 6 DE DICIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / SNIPER

España se niega a morir

Por J.L. Navazo


Como carezco del don de la ubicuidad, ayer no pude al final asistir a la presentación de la Fundación DENAES (Defensa de la Nación Española), que se había acercado a estas tierras africanas en conmemoración del 28 aniversario de la Constitución expresando así “su cercanía con el pueblo de Ceuta que por su situación geográfica es objeto de las ansias expansionistas de Marruecos”, perdiéndome con ello la intervención del viejo profesor Gustavo Bueno, sólido y fecundo pensador además de auténtico icono de la Universidad asturiana.

En todo caso ahí va un abrazo solidario envuelto en el titular, pese a los epítetos y zarandajas de los retroprogres siempre tan políticamente correctos que no dudarán en calificarlo de facha o retrógrado cuando, sin embargo, guardan un cobarde y cómplice silencio con el nacionalismo violento, rancio y excluyente de las huestes nacionalfascistas de Esquerra Republicana o de las del iluminado protonazi Sabino Arana, fundador de la mitomanía patria en las antiguas Vascongadas. ¡Qué error, qué craso error!

Es plausible que en la formación de España hayan quedado, arrumbados en el camino, pueblos y comunidades, sensibilidades que se remontan particularmente a nuestra enzarzada historia del medievo cuando la antigua Hispania romana, trasuntada en el reino de los Godos quedó rota por la irrupción de un pueblo vigoroso y con hambre de historia que, al amparo de Dios, inauguró la era de las conquistas en nombre de la religión aunque pudorosamente encubiertas, Corán dixit, bajo el término árabe fatiha. De los polvos de esa historia común (pues para mí tan españoles eran Isabel y Fernando como Boabdil, el último rey nazarí de Granada) salen los lodos del embrollo nacionalista actual, pues no estamos viviendo sino una reedición de los antiguos reinos de Taifas, debelados por la fanática entrada en liza de almorávides primero (último tercio del siglo XI) y almohades después (finales del siglo XIII). Pero dudo que las enseñanzas de la historia nos sirvan para algo.

Las naciones-estado, surgidas muchas en el siglo XIX y necesitadas hoy de un marco más amplio de expresión (léase Europa en nuestro caso), necesitan agruparse desesperadamente para poder seguir compitiendo, continuar estando ahí, ante el avance imparable de la globalización y los nuevos conjuntos geopolíticos. Parece pues patéticamentre irrisorio volver al terruño, esconder como la avestruz la cabeza bajo tierra aunque ésta sea la del venerable solar patrio.

España existe, sus pueblos también y loable es mantener unas señas individuales de identidad, pero volver ahora en los albores del siglo XXI a remover las cenizas atizando el espantajo de nacionalismos centrífugos cerrados y excluyentes es más que un error: es un crímen de lesa patria que me temo no vamos a tardar en pagar. Por si fuera poco y con lo que se nos viene encima, el inviable disparate de las presuntas Autonomías (con un Presidente insolvente y zascandil pidiendo ¡más madera! como el genial Groucho de la película) es políticamente suicida. Al calor de la bienpensante fórmula del café para todos del Presidente Suarez, se ha cobijado toda una caterva de gente oportunista y ambiciosa, vividores de lo público. Los nacionalismos y autonomías españolas suelen esconder un entramado de intereses entre los que descuellan los de una oligarquía de provincias, fatua, torpe, mezquina y ambiciosa, sabedora de que la fiesta se acaba pero empeñada, sin escrúpulos, en exprimir las ubres de la vaca . Y el último que apage la luz. Eche el avispado lector, a lo largo y ancho de la vieja piel de toro, un vistazo a su entorno inmediato. Las Autonomías son, a la par, insaciables e inviables. Unas más que otras, como Ceuta ciudad querida. Solamente el alicorto interés de un partido político (en este caso de un color pero podía ser de otro) llevó a un tal Arfonso a desvincular a Ceuta de su encardinación y viabilidad en Andalucía. Más tarde, una cateta y saqueadora clase política local (porque aquí de la paradisiaca manzana de turno comieron todos) azuzó a los caballas en las calles clamando autonomía... para mangonear mejor. Porque si esta entrañable Ciudad es “autónoma” yo soy la abadesa del monaterio de las Huelgas. Digo.

A estas horas y pensando ya en el pase del Tarajal recuerdo con nitidez la asistencia (julio de 1995) a los cursos de verano de la Universidad de Oviedo del entonces presidente de la Ciudad, Basilio Fernández y su encuentro en Gijón con el profesor José Girón, organizador del curso El Mediterráneo en el año 2000. Salió a relucir de todo y dado que había varios representantes del drama yugoslavo (serbios, bosnios, croatas y montenegrinos) fueron obvias las extrapolaciones. Hubo cierto consenso en la asunción del desarrollo como factor de estabilidad y de la inestable complejidad de los estados y sociedades multiétnicas y multiculturales: desde el Líbano a los Balcanes. Por todos pasó, como una sombra, la evolución geohistórica de la realidad española, máxime cuando algunos señalamos al País Vasco -salvando las distancias- como a un potencial Kosovo..... El deterioro de la economía, una inmigración mal integrada y el progresivo debilitamiento del poder central junto a factores externos abiertamente hostiles (que ahí afuera acechan, esperando la ocasión) podrían desembocar en una balcanización de España.
 

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