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OPINIÓN - MARTES 10 DE ENERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Apologistas de chichinabo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Durante mi paso por el ministerio de Marina, donde hice la mili como infante a las órdenes del almirante Abárzuza, ministro del asunto, conocí a un brigada cuya forma de entender la disciplina servía de mofa para cuantos prestaban sus servicios en la planta principal del ministerio. Allegue se llamaba el suboficial que cuando sonaba el teléfono y le tocaba hablar con un superior se cuadraba y hasta daba cabezazos para recitar, casi ininterrumpidamente, la siguiente letanía:

-A sus órdenes, a sus órdenes, a sus órdenes...

Preguntado el brigada por las razones que tenía para cuadrarse y hasta taconear hablando por teléfono, respondía con así:

-Por si acaso el superior me ve...

Aquel hombre, que había encontrado en la Marina su rincón de seguridad, padecía de sumisión; pero carecía de disciplina. Pues luego se demostró que incumplía muchas normas de su cometido como militar.

A las instituciones hay que respetarlas, faltaría más, pero jamás someterse a la voluntad de sus componentes porque sí. Y mucho menos cantar las excelencias de quienes las representan y se arrogan facultades sin más razón que la propia voluntad de erigirse en adalid de una causa que no les toca a ellos enjuiciar públicamente.

Es lo que ha ocurrido, días atrás, con el teniente general José Mena y su arenga contra la posible extralimitación constitucional del Estatuto de Cataluña. Que ha hecho posible que surjan individuos, pocos ciertamente, haciendo apología de la anacrónica actuación de un militar que parece estar viviendo aún el siglo XIX.

Esos sujetos, aduladores siempre de los más poderosos, son quienes me han hecho recordar al brigada que, con sus actuaciones serviles, lograba que hasta el propio ministro se desternillarse de risa cuando le contaban las peripecias telefónicas del suboficial.

A mí también me gustaría reírme de la defensa a ultranza que algunos sepulcros blanqueados han hecho de las declaraciones del teniente general, si no fuera porque la alocución de José Mena es peligrosa para la sociedad y, por tanto, para la democracia.

Eso sí, claro ha quedado que en todos los sitios hay sujetos deseosos de que volvamos otra vez a vivir los pronunciamientos decimonónicos, donde una comisión formada por dos sargentos y un soldado pidió a la reina gobernadora, María Cristina, que firmase un decreto para restablecer la Constitución de 1812, a lo que no tuvo más remedio que acceder. Aunque el llamado Motín de la Granja tuvo algo bueno: puso de acuerdo a moderados y progresistas para limar asperezas y no soliviantar, durante breve tiempo, a los espadones. Generales que formaban parte del juego político; pues cada uno se inscribía en la órbita de un partido político y gobernaba mediante civiles de este partido. Una mezcla de militarismo y civilismo en dosis diversas, hasta que la Restauración inclinó la balanza hacia el segundo término de la ecuación. Y qué decir de lo que vino detrás.

Cierto es que los militares actuales siguen teniendo todo el derecho del mundo a pensar políticamente como crean conveniente. Si bien han de evitar los excesos verbales, carentes de neutralidad, que han hecho que el ministro de Defensa, José Bono, haya actuado en el caso conocido, con rapidez y firmeza.

Si acaso, y buscando algo positivo en la arenga del teniente general, conviene recordar que después de la tormenta viene la calma. Y que durante esa calma los políticos catalanes optarán seguramente por ser prudentes en sus pretensiones. Puesto que se han estado pasando de lenguaraces y exigentes. Menos mal que la democracia funciona incluso con fulanos defensores todavía de la España de Espartero y Narváez.
 

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