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OPINIÓN - MARTES 10 DE ENERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Murió Antonio de la Cruz
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me llaman por teléfono, a esa hora de la mañana donde las calles están repletas de niños que van hacia los colegios, para avisarme de que ha fallecido Antonio de la Cruz. De manera que decido dedicarle este obituario, aunque es algo que me cuesta lo indecible por muchas y variadas razones, que no vienen al caso explicar ni a nadie podría interesar.

Antonio de la Cruz, nacido en la Isla de León, es decir, gaditano de pura cepa, quiso ser también ceutí, porque aquí podía seguir viviendo muy de cerca todo cuanto acontecía en el estamento militar. Un estilo de vida que a él le chiflaba: una vocación no satisfecha, pero que vivió con intensidad por medio del periodismo. Profesión que le permitió contar cada día los pormenores de esa vida castrense que él hizo suya. En su mesa de trabajo, en la redacción, se agolpaban revistas, periódicos, libros y todo papel impreso que tuviera que ver con la milicia.

A pesar de esa atracción que ejercía sobre él la institución, pocas veces uno oyó a De la Cruz contar sus peripecias en la División Azul. En tal aspecto, era muy reservado y si se le recordaba ese pasaje de su vida, en algún momento, él lo convertía en una tonilada: o sea, en una expresión ingeniosa y aguda, tan corta como certera, que despedía un fogonazo de humor e invitaba a cambiar de conversación.

Periodista de la llamada vieja escuela, Toni (a mí me gusta más el hipocorístico con i latina) no perdió nunca el oremus, por más que el paso del tiempo y sus consecuencias fueran relegando su modo de entender la vida al baúl de los recuerdos. Una vida rica en muchos aspectos: pues nuestro hombre supo divertirse como el que más y se privó de muy pocas cosas hasta que los años lo fueron reduciendo al paseo diario y a contar sus cosas en El Faro. Y es que el periódico decano fue otro de sus grandes amores. Si bien en ocasiones se vio precisado a salir de él por cuestiones que tampoco merecen comentario.

De los muertos se suele destacar lo mejor, pero lo que voy a decir de éste, vamos, del maestro Toni, ya lo dejé escrito cuando le descubrieron ese busto que tiene ante la fachada de la Comandancia General de esta tierra. A propósito, nunca se le pudo elegir mejor sitio. De él dije entonces que, por encima de cualquier otra cuestión, me quedaba con su coherencia. Jamás renunció a sus ideas, conocidas sobradamente, pero tenía suficiente sentido común, y el buen gusto, para no expresarlas nunca con ánimos de herir la susceptibilidad de nadie.

Hacía chanza de casi todo: pues como buen lector de Mihura, había asumido que el humor sirve no para cambiar las cosas sino para verlas desde otro punto de vista, y en esa burla se escondía muchas veces la sapiencia de quien había vivido sin importarle lo que pensaran los demás sobre él. Supo desterrar los prejuicios y de esa manera pudo ir cumpliendo años y venciendo la mala salud de hierro que lo iba poniendo a prueba. Sin embargo, le ha sido ya imposible superar esta cuesta de enero.

En fin, querido Toni, recordarte, por más que me desagrade el porqué, es una obligación de quien anduvo una vez en desacuerdo contigo, porque pensaba tener razones más sólidas que las tuyas en lo que nos tocó discutir. No obstante, aquel rifirrafe nos unió, poco tiempo después, más que nunca lo habíamos estado. Y nuestro trato se convirtió en una relación verdadera y podada de todas esas hipocresías que tú, viejo zorro, olisqueabas mejor que un pastor alemán o perro labrador. Termino diciéndote lo que se suele decir en estos casos, tópico manido: en el cielo, por más que digan doctores de la Iglesia que no existe, estarán ya muriéndose de la risa contigo, gracias a tus toniladas. Bromas que trataban de desdramatizar el ambiente en que vivías.
 

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