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OPINIÓN - MARTES 24 DE ENERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Fernando Rodríguez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hubo un tiempo en el cual tuve relaciones fluidas con Fernando Rodríguez Peral. Ocurrió cuando Pedro González Márquez era delegado del Gobierno y tenía a Fernando como asesor en la Delegación del Gobierno.

Fue una época difícil en la ciudad por mor del enfrentamiento que generaba una cohabitación formada por socialistas y políticos pertenecientes a un partido localista. De un lado, estaba el delegado del Gobierno: nacido en Tarifa y con unos conocimientos enormes de cómo hay que ser en la calle. De otro, Francisco Fráiz: con un gran tirón electoral; pero, como he repetido muchas veces, en cuanto se sentía poderoso se convertía en un ser atrabiliario y tronante a quien nadie podía soportar. No me cansaré de repetir que Fráiz despilfarró, en dos o tres ocasiones, un caudal de votos que le hubiera mantenido en el cargo durante muchos años.

En medio de aquel ambiente enrarecido, con trifulcas diarias y declaraciones salidas de tono en los periódicos por parte de ambos bandos, Fernando Rodríguez nunca perdía la calma y sabía mantener el tipo adecuado para cumplir con su cometido de asesor, certeramente.

Mentiría si no dijera que nunca antes había tenido la oportunidad de hablar con él y que el trato que nos dispensábamos era correcto, sin más, y si me apuran hasta distante, en según qué ocasiones. Nuestras relaciones, vistas ya con el paso de los años, comenzaron a forjarse entre dudas y mediante ese estudio precavido que se hacen las personas cuando desconocen su carácter y tratan de evitar entregarse demasiado para no tener que sufrir el contratiempo que suele proporcionar el desencanto de cualquier precipitación.

Y entre tanteos y tanteos, acuerdos y desacuerdos, fuimos compartiendo charlas que nos sirvieron para ir forjando una amistad distante, aunque siempre presta a que un buen día, por cualquier motivo, suene mi teléfono o el suyo y allá que nos ponemos a pegar la hebra para disfrutar de lo que a los dos nos gusta: la lectura.

Espero, estimado Fernando, que no sea criticable el que yo descubra en qué nos gusta emplear nuestro tiempo de ocio. Porque, desgraciadamente, dar a conocer que uno es lector está visto como una demostración de pedantería. Y propicia, indudablemente, la reacción del merluzo de turno, etiquetado con cinco estrellas de estupidez indiscutible. Ese tío, jartible hasta la náusea y convencido de que está en posesión de todas las virtudes que han de premiarse con ese cielo hipotético al cual yo no aspiro y me imagino que tú te lo estarás pensando.

De todos modos, y perdona mi digresión, lo que yo quería decirte, Fernando, entre otras cosas, es que llevo mucho tiempo sin ver que en la Delegación del Gobierno haya asesores como tú. Personas capaces de relacionarse con las demás, y que, sin poner en riesgo ningún secreto profesional, estuvieran al cabo de la calle. Mas no creo que ello sea de interés en las actuales circunstancias. Así, opto por conocer la opinión que tienes de El Penal de El Puerto de Santa María 1886-1981: libro que he querido que tú tengas por saber, perfectamente, que es historia de la que nunca te cansas de hacer acopio. Y te adelanto, además, que ya obra en mi poder la Guerra Civil Española, de Antony Beevor. Y que pronto estará también en tu biblioteca. Y todo por amistad. Ésa que comenzó con pasos dubitativos, si bien se ha ido consolidando sin prisas pero sin pausas. Como debe ser entre personas poco dadas a dorarle la píldora a nadie, porque sí. De las meditaciones que has puesto a mi disposición, días atrás, te diré que me sirven para cumplir con mi deseo de seguir aprendiendo de lo que no se puede mejorar: lo escrito por los clásicos. O sea, que tu buen gusto perdura.
 

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