Es indudable que la misoginia, es
decir la aversión que sienten muchos hombres a las mujeres,
está en su mejor momento. La cosa viene de largo, o sea,
desde el momento en que Eva tuvo que cargar con su cruz de
tentadora. Podríamos citar nombres de grandes hombres que
odiaron a las mujeres sin recato alguno. Aunque basta con
exponer algunos pensamientos de intelectuales como Tolstoi o
Paul Valéry.
El primero dice que la mujer en general es estúpida, pero el
diablo le presta el cerebro cuando trabaja para él. Entonces
realiza milagros de pensamiento, previsión, constancia, con
el fin de hacer algo malo. Y no para ahí, pero no quiero
acabar la columna con él. El segundo, escritor, poeta y
ensayista francés, clasifica a las mujeres en tres clases:
las fastidiosas, las fastidiantes y las fastidiadoras. Y
explica detalladamente cada una de las categorías donde se
ve claramente el odio que sentía por las féminas.
La Iglesia ha sido tachada muchas veces de misógina. Aunque
no seré yo, pobre de mí, quien me ponga ahora a disertar
sobre un asunto que puede echarme encima al meapila local de
turno, ignaro total, que lleva comiendo hace ya un siglo la
sopa boba que le proporciona un cargo al cual se ha agarrado
como náufrago a tabla en alta mar.
A lo que iba: la Iglesia, tantas veces tildada de tener
arrumbada a la mujer y ser más proclive a la defensa de los
varones, ha actuado en Valencia, por medio de su arzobispo,
con total diligencia para desmarcarse de lo escrito por
Gonzalo Gironés: un sacerdote jubilado, catedrático de
Teología, cuya columna en una hoja parroquial, que bajo el
nombre de Aleluya es repartida los domingos en la catedral
valenciana, ha armado el consiguiente revuelo. “La mujer
provoca por su lengua”. Es el título de la publicada el
último domingo.
La primera noticia que tuve de lo escrito por el cura
Gironés, fue por medio de la radio. Si bien es cierto que mi
atención al hecho no fue la suficiente como para enterarme
de todo lo que el buen sacerdote había escrito sobre las
razones que existen para que los hombres maltraten a las
mujeres. Eso sí, a partir de esa hora de la tarde en la cual
me dedico a consultar diccionarios y a leer a los mejores
para instruirme con la voluntad que solemos poner en ello
los autodidactos, me avisaron de que el citado cura iba a
ser entrevistado en el programa Gente. Y allá que me aposté
ante la televisión para grabar la conversación.
He aquí lo que dijo el cura textualmente: “La mujer provoca
por su lengua. Y, claro, el otro ya no aguanta más y
entonces, pues, descarga sobre ella, impulsivamente, su
fuerza que es mayor. Al decir más de una vez no quiero decir
que sea en todos los casos. Hay mujeres provocadoras y usted
lo sabe, le dice a la entrevistadora. Si usted es una santa,
yo doy gracias a Dios, que usted sea una santa humilde, como
ha sido mi madre y tantas mujeres. Pero la provocación de
las mujeres es indudable. Y continúa diciendo, fruto de sus
reflexiones, que el varón pierde los estribos no por su
dominio sino por su debilidad y reacciona descargando su
fuerza que aplasta a la mujer. La provocación no hace
justificar la agresión, lo que hace es atenuarla. De hecho
así la consideran los juristas, aunque yo sólo soy un
moralista. De todos modos la agresión es un pecado mortal,
que no se puede excomulgar. En cambio, el aborto sí. Ya que
la Iglesia considera inmensamente más grave el delito del
aborto. A no ser que premeditadamente se haya preparado el
arma. No niego que haya un bruto, alguna bestia que cometa
un crimen horrendo, pero muchas veces el varón reacciona
porque no puede aguantar más y entonces la agresión sirve
para desfogarse”.
De manera que para desfogarse no hay nada mejor como matar a
la compañera. Y luego hablan del imán de Fuengirola.
|