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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 05 DE JULIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

El innombrable
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los gafes existen y por lo tanto hay que no tomárselos a bromas y mucho menos perderles la cara a quienes han ganado fama de tener mal bajío. Escribí, días atrás, que quien más sabía de gafancias era Jaime Capmany. Pero ya no vive el maestro, desgraciadamente, para consultarle ciertos detalles acerca de alguien que, a mi modesto entender, viene dando pruebas sobradas de que tiene una capacidad de mala suerte que empieza a sobrecogerme. Aunque conviene aclarar, cuanto antes, que las desgracias que genera, allí donde se acerca, siempre repercuten en los demás mientras él sale inmaculado del desastre y hasta mejora en muchos aspectos después de que haya metido el cenizo con su sola presencia.

De momento, para no alarmar al personal, que en casos así suele inquietarse hasta extremos insospechados, y también como medida preventiva para mí, voy a referirme al sujeto como el innombrable; puesto que la sola mención de su nombre me parece toda una imprudencia por mi parte. De hecho, he notado ya signos evidentes de que el fulano ha cambiado mi paso en algunos aspectos. Y, claro, me ha podido las superstición y he empezado a ver de qué manera puedo yo evitar que el innombrable me deje, a la chita callando, más planchado que los pantalones de un petimetre.

Ando, pues, créanme, asustado. Y por ello tratando de elegir el mejor antídoto contra la fuerza de ese aguafiestas que va sembrando el mal fario por doquier. A la par que no dejo de analizar, minuciosamente, situaciones que van proporcionándome la certeza de que estoy hablando de un gafe con una fuerza arrolladora. De un auténtico pata negra a la hora de hacer que lo blanco sea negro, sin motivo ni causa que puedan justificarlo.

En mis pesquisas, o sea, siguiendo el rasto del innombrable, he podido muy bien retrotraerme en el tiempo para enumerar las gafancias que se le podían adjudicar, pero he preferido atenerme a las más recientes.

Y me he encontrado con que Manolo de la Rubia, por ejemplo, a quien tanto trabajo le había costado meter la cabeza en la política activa, después de su paso tumultuoso por Alianza Popular, se convierte en el hombre más importante del GIL en Ceuta. Y de pronto, cuando parecía que podía tener larga vida como baranda de ordeno y mando, le da por recibir en su despacho al innombrable todos los días y acaba pegando las clásicas volteretas de los contaminados por ese cenizo de cinco estrellas.

Tampoco puedo evitar la tentación de recrearme en la situación de la Asociación Deportiva Ceuta. Durante varias temporadas, el equipo presidido por José Antonio Muñoz era la envidia de su grupo y jugaba fases de ascenso como si nada. Vamos, como algo que se había convertido en una tradición. De ahí que nadie le diera la menor importancia a ese acontecimiento con el cual se cerraba el curso futbolístico en la ciudad.

Pues bien, se le hace la vida imposible al presidente, éste se naja y con la llegada de Ernesto Valero, el innombrable regresa al palco del Murube y el equipo empieza a dar barquinazos peligrosos. Demasiada casualidad como para no pensar en lo peor. Podría ahondar en otras situaciones, pero son personales y nunca me ha gustado contarles a la gente ni mis problemas ni mis enfermedades ni mis circunstancias de tieso por las que he pasado muchas veces. Aunque pagándole a todos mis acreedores. De ahí que finalice esta columna, dedicada al gafe, diciéndole a Juan Vivas lo siguiente: ¿no has notado, presidente, que desde hace un tiempo la vida ya no te es tan maravillosa en el cargo y que los problemas se te van acumulando?... Sí, ya sé que tú no crees en los gafes, pero hazme el favor de no perder de vista al innombrable. Te lo digo por tu bien. O sea.
 

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