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OPINIÓN - JUEVES, 06 DE JULIO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Tragedias gráficas
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Les puedo asegurar que, pocas personas defienden la libertad de opinión y la libertad de expresión con más furia española que servidora de ustedes. Tal vez de forma parcial y con motivos fundados, ya que por ser una fiel admiradora de la Obra de San Josemaría Escrivá y atreverme a decirlo perdí empleo y sueldo y me vi en la puta calle en mi anterior empleo, victima de la intransigencia y del fanatismo de los mal llamados “laicos”. “Laicos” para mi puro eufemismo, yo los defino como “ateosdemierda” que me parece denominación más fundamentada y que se corresponde fielmente a la realidad.

Defiendo las libertades. Pero respeto los límites de la intimidad y del recato del de enfrente y no me considero con derecho a airearlos. Hago esta reflexión ante el accidente de Valencia que ha costado la vida a docenas de criaturas. Las tragedias son duros choques para la población, por ello he sido siempre tan crítica con su tratamiento, exquisito en la caso del 11S americano donde no vimos a una víctima ni por asomo, horrible en el 11M con las cámaras retransmitiendo en directo sangre, sudor y lágrimas de las víctimas en una especie de reality show auténticamente macabro en el que se machacaba el derecho a la intimidad de esos supervivientes que emergían sangrando de los vagones humeantes y que tenían todo el derecho a preservar su imagen y a vivir su tragedia personal de forma libre, íntima y a su libre albedrío. No nos ahorraron escenas de muerte, sin detenerse a preguntar a los heridos, los muertos o sus familiares si querían o no verse publicitados como muestra del estercolero inmundo al que puede llegar la mente cobarde y criminal del integrismo cabrón.

Repito: órdenes tajantes en el 11 de septiembre para preservar la imagen de las víctimas, allí, por desgracia y fatalidad, vimos a criaturas arrojándose al vacío desde las torres, pero ni a un herido trasladado en camilla, ni restos mortales, ni escenas de cadáveres. El tacto fue envidiable y el respeto inconmensurable, porque, antes que nada, las víctimas de las tragedias de las catástrofes, de las hambrunas y de las calamidades, tienen derecho a la privacidad, a que no mercadeen con sus penas y a preservar su dolor.

Eso si, si alguien quiere aparecer ante los objetivos, siempre puede manifestarlo e ilustrar gráficamente la noticia, pero con consentimiento expreso y no a mogollón, a buscar el impacto más brutal y a tratar de conmover con la escena más dolorosa y sanguinolienta. En Valencia me causó un shock la imagen de una pobre joven ennegrecida y semidesvanecida en brazos de un voluntario que ilustraba la portada de un periódico, luego más heridos, más camillas y guardia en la puerta de hospitales y tanatorios para “recoger” el dolor de los familiares. Tragedias gráficas a las que mucho público está acostumbrado, tal vez por la asiduidad de las mismas y se considera que el reportaje es correcto si retrata crudamente la realidad, realismo puro y duro que nada aporta y que si busca sensibilizar no lo consigue, porque las escenas de sangre y de ambulancias ululantes son ya algo cotidiano en los telediarios.

Nos pilla,eso si, más lejos. Todos los días de hecho desayunamos con el herido palestino de turno, pobre hombre, llevado apresuradamente y con muy pocos miramientos al dispensario de ellos, por mor de las represalias de los samuelitos. Que hay que tener cojones o ser unos inconscientes como para echarle un pulso al Estado de Israel con la peregrina idea de ganarlo cuando los judíos son los seres más políticamente incorrectos de la Humanidad, no se arredran ante nada, nadie les para y se pasan la opinión mundial y los gimoteos de los profesionales de la buena conciencia europeos, que son mayoría, directamente por el sobaquillo sin desodorizar, cuando no por la punta de sus prepuciejos descapotados, con perdón de la comparación.

Pero hablo de tragedias gráficas y no me gusta el tratamiento periodístico. Abruman los funerales con las familias destruidas por el dolor y fusiladas por las cámaras, cada lágrima captada y retransmitida hacia la avidez del espectador. Innecesariamente morboso y más en un caso terrible como el de la capital del Turia donde, al accidente, se unió el espanto del lugar: un túnel. Dicen que no hay accidentes más espantosos que los de los mineros, en esta ocasión hay que rectificar, porque los mineros pisan un terreno que conocen palmo a palmo mientras que un vagón cargado de viajeros, en las profundidades, en las tinieblas más absolutas, sin más luz que el pálido resplandor de los teléfonos móviles de aquellos que estaban en situación de utilizarlos. Dolor, sangre, muertos, opresión, espantosa claustrofobia…

Definitivamente no. No quiero ver a esa joven con las piernas ennegrecidas y un grito sordo en los labios portada por un voluntario, ni al caballero aturdido restañándose el rostro ensangrentado, ni a los heridos bamboleantes, el psiquiatra Rojas Marcos, jefe de salud mental de Nueva Cork me daría la razón. Cuando la tragedia es horrible y es real hay que pasar de buscar “lo más impactante” para “llegar” al espectador. Al ciudadano cualquier pena le llega y le toca, por mucho que sea retransmitida por la radio y sin escenas gráficas, conmueve el suceso, el resto no es necesario. El maratón de muestras de solidaridad y minutos de silencio, la presencia notoria de autoridades, algunos profundos anticristianos en el funeral, demasiado notoria presencia, demasiadas manifestaciones de duelo políticamente muy correctas. Pero el vagón era viejo y costroso y el conductor un novato y encima no llevaban el sistema para limitar la velocidad, una cadena de fallos humanos y técnicos perfectamente evitables.

Cuando los fallos y las malas condiciones se suceden, el milagro es no acabar en la página de sucesos y asistiendo a un multitudinario funeral. En este caso, como no somos fatalistas sino positivistas, indignan los errores e indigna el tratamiento del suceso. Las tragedias son silenciosas, hondas, profundas e íntimas. No me gustan las tragedias gráficas y vocingleras, es cuestión de sensibilidad.
 

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