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OPINIÓN - MARTES, 11 DE JULIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

La expulsión
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Zinedine Zidane, además de ser uno de las más grandes futbolistas de la historia, ha ganado fama de estar en posesión de cualidades personales por las que también es admirado. Ese saber estar, tan reconocido y puesto a prueba durante toda su carrera deportiva, no le ha impedido, en ocasiones, que se le cruzaran los cables o se lo llevara el siroco y metiese la pata hasta el corvejón. Agredir a un contrario o hacerle una entrada terrorífica son, sin duda alguna, hechos que lamentablemente vemos muchas veces en los campos de fútbol. Sin embargo, cuando el autor es Zinedine Zidane, sucede que quienes le tenemos ley nos quedamos boquiabiertos. Hasta que de repente caemos en la cuenta de que es hombre nuestro admirado personaje. Y, por lo tanto, está sujeto a las debilidades de todo mortal.

Esa debilidad apareció por última vez en el escenario más inapropiado y en el momento más injusto: cuando más de medio mundo estaba deseando que el marsellés alzara la Copa del Mundial. Para despedirle como lo que ha sido: el más grande jugador de una década y uno de los tres o cuatro más grande de la historia futbolística. Quienes le jubilaron antes de tiempo, y tuvieron que tragarse sus palabras, dada las actuaciones del ex madridista en tierras alemanas, empezarán bien pronto a sacarle las tiras de pellejo por ese cabezazo que se estrelló contra el pecho de Materazzi. Una mala acción, desde luego que sí; y sobre todo un despropósito que no sólo ha empañado la categoría del jugador tenido por mito y convertido en símbolo de multitudes, sino que privó a sus compañeros, posiblemente, de ganar la final.

Una final que mereció Francia por variadas razones. Pero en el fútbol, como en otras facetas de la vida, los mejores no siempre ganan. Y a ello contribuyó, es decir a la derrota de los franceses, ese defensa italiano, con cuerpo de jugador de baloncesto y con una malaúva capaz de sacar de quicio al mismísimo santo Job. Y Zidane, que yo sepa, todavía no ha sido canonizado.

Es Materazzi un guerrero obsesionado con intimidar a los delanteros nada más que éstos entran en su zona de seguridad. Aprovecha el primer salto para echar abajo un diente o ponerle al rival la cara tumefacta en un santiamén. Y tampoco desaprovecha la ocasión de ir a un cruce con las de Caín.

Con las de Caín fue Cannavaro -¡qué gran defensor!- a buscar a Therry Henry, en cuanto el balón empezó a rodar. Agresión que, aunque repleta de disimulo, la debió ver el árbitro. Y de no haber sido así, por qué no se dirigió a Medina Cantalejo. Y, sin embargo, sí lo hizo en la acción de Zidane. Y el español cumplió con su cometido: de manera presta y convencido de que la FIFA le debe otro favor por ello. Dos decisiones suyas, con aciertos bien distintos, han ayudado a Italia a ganar un Mundial. Lo cual, en los tiempos que corren en el fútbol italiano, puede ser decisivo para que la corrupción, descubierta en su Liga, sea amnistiada. Y ¡santas pascuas! Medina Cantalejo me sigue pareciendo un árbitro de poco fiar: se ha destapado como alguien que está muy bien visto en los despachos. ¡Uf!...

Aunque ha contado, en este caso, con la ayuda de Zidane. Quien cayó en la trampa que le tendió Materazzi, tal vez preparada, cuando el partido entraba en la fase decisiva. No sé si lo sabremos, antes o después, porque Zidane es de los que piensan que cuanto ocurre en el campo no debe airearse. Pero me da a mí en las pituitarias que por la boca del defensa italiano tuvo que salir mierda. Porque la reacción de Zidane, cuando ya se alejaba del fornido central, fue instantánea y llena de ira. Algo muy grave tuvo que oír el mito para usar la cabeza como venganza de la injuria. Mal hecho. Pero es hombre...
 

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