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OPINIÓN - VIERNES, 14 DE JULIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

El traje corto
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Con las calores crece el arroz y los tumultos interiores viven prestos a salirse de madre ante la menor provocación. Las temperaturas altas suelen servir de estímulo para que la gente estalle en cualquier instante y se arme la de Dios es Cristo. De veranos sangrientos, aparte de ese que le valió a Ernest Hemingway para narrar la rivalidad entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, podríamos hablar y no acabar. De manera que no me extraña lo más mínimo que en Ceuta los rigores del calor hayan empezado a hacer de las suyas.

Se nota, se palpa, se vive, que el gentío está inquieto y espera agazapado su momento para saltar a la yugular de quien ose molestarle por nada y menos. Lo que no entiendo es como Jenaro García-Arreciado, siendo de esa Onuba donde los rayos solares son capaces de fundir a alguien como la fragua al plomo, y lo deja desquiciado, no haya caído en la cuenta de que durante el verano lo mejor es ponerse a cubierto en un burladero de sombra y no da pie a que Fernández Cucurull, entre otros, alivie su excesiva temperatura usándole a él como remedio.

De cualquier manera, por más que el delegado del Gobierno no haya tenido en cuenta los desvaríos que producen las calores, me parece a mí que el hombre tiene derecho a que le dejen tranquilo antes de que cumpla los cien días de mandato. Digo yo. A no ser que, dado mi contumaz despiste, tales días estén ya cumplidos y don Jenaro sea el candidato número uno para que le zurren la badana todos aquellos que, acosados por los sudores y las moscas, encuentren salida a tales molestias jugando al abejorro con la cabeza de tribuno que luce el amigo de Pepe Torrado.

A mí me gusta mucho, la verdad sea dicha, leer las cosas que escribe Nicolás Fernández Cucurull cuando se enfada. Y me gustan mucho menos cuando lo hace bajo el influjo del verano. Pues se le nota que es la época en la cual se ve desbordado por la pasión de sus ideas y se convierte en una persona muy distinta a la de las demás estaciones del año.

Así, bien le vendría a mi estimado senador cubrirse la cabeza con una crema de protección solar para atenuar los efectos del sol inmisericorde. Una crema similar a la que suelo usar yo o bien, si la quiere de más calidad, la que Rajoy ofreció a Moratinos mientras ambos aguantaban la solanera valenciana ante Benedicto XVII.

El consejo es para que la sesera no pierda calidad y se vaya por los cerros de Úbeda. Porque una cosa es decirle cuatro guasas al delegado del Gobierno por declarar que los parlamentarios populares usaron un lenguaje impropio y otra es hacer burla de unas costumbres andaluzas en el vestir y en el obrar, durante ciertas celebraciones. Tradiciones, por cierto, las del traje corto, sombrero cordobés, catavino en la mano y luciendo a caballo maestría de señorito andaluz, que son muy típicas de la derecha rica y, como todo lo criticado, copiado luego por las clases medias y esa burguesía que tanto anhela la llegada del Rocío para pasar por lo que nunca podrán ser: un Domecq o un Guardiola... Que tanto monta, monta tanto.

No ha sido, precisamente, una buena sugerencia la de Nicolás al delegado del Gobierno, esa de que se haga una estatua en el centro de la nueva plaza de los Reyes, y convenientemente ataviado con traje corto, sombrero cordobés, copita de vino fino y abanico, dé clases de urbanidad para parlamentarios discolos. No lo ha sido, de verdad, estimado senador. Tú, a mi modesto entender, dada tu preparación, no debes aconsejar semejantes impropios, habiendo nacido en una tierra a la que un gran poeta llamó la “Andaluza niñería”.

Y, desde luego, me da la impresión de que a partir de ahora no gozarás de mucha simpatía por parte de García Ponferrada y de García Bernardo. ¿Lo coges?
 

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