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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 26 DE JULIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

La vigencia de Ortega
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace ya muchos años que obran en mi poder las Obras de José Ortega y Gasset, editadas por Espasa-Calpe, S.A. Tantos años, que los tomos reunidos en un libro de casi mil quinientas páginas están pidiendo a gritos una restauración. Incluso así, a pesar de su evidente deterioro, el libro aún me permite adentrarme en sus páginas para recrearme de lo que decida elegir de entre todo lo escrito por el maestro hasta el año 31. Por cierto, ya se han publicado las nuevas obras completas, editadas por Tauru, donde se pretende recoger todo lo escrito por Ortega entre el año de 1932 y 1940. Tendré que hacer, pues, un esfuerzo económico y comprarme esas obras.

Leer a Ortega ha sido para mí un placer desde que empecé a frecuentar sus escritos. Tal es así, que muchas veces lamento el no haberlo podido leer mucho tiempo antes. Pero ya sabemos lo de que nunca es tarde... Es curioso que quien fuera un defensor a ultranza de Pío Baroja, y poco dado a celebrar la obra de Valle-Inclán, terminara filosofando con una escritura lo más parecida a la empleada por el segundo en su obra. Más bien barroca, pero entendible de manera que hacía posible que la gente se interesara por lo que publicaba en periódicos, revistas, y en las conferencias que daba.

Impregnar a España de filosofía, acercándola al pueblo por medio de escritos a su alcance, fue uno de los objetivos del todavía vigente filósofo y a quien sus enemigos criticaban que sólo hacía ensayos parciales y sin finalizar. Dicen que Domingo Ortega, el gran torero de Borox, contertulio de Ortega y Gasset, llegó a confesar que desde que conoció y escuchó a don José toreó mejor. Y habló mejor: y desde luego está demostrado que siendo casi analfabeto el conocer al catedrático de Metafísica le hizo hincar los codos y formarse como autodidacto y alcanzar momentos brillantes en cuanto decía. ¡Cuántos toreros, futbolistas, y demás componentes de la farándula, deberían tomar ejemplo y si no leer a Ortega, al menos ir a una academia de la lengua española para no repetir a cada paso ese bueno, interjección necesaria, como descanso para pensar una respuesta, pero nunca para convertirla en muletilla por sistema. Hay futbolistas que repiten hasta 20 veces lo de bueno en una conversación de cuatro o cinco minutos. Y ni se inmutan.

Bueno..., ya se me olvidaba que estaba hablando de Ortega y que el lunes pasado, por la tarde y para aliviar el calor, busqué refugio en la lectura de una conferencia que el maestro dio en el Cinema de la Ópera, de Madrid, el día 6 de diciembre de 1931. El título era Rectificación de la República, y venía a cuento porque, en esos días, con la elección del texto Constitucional y la elección de presidente, quedaba constituida jurídicamente la República española. Habló Ortega de que eran momentos para organizar una nación, edificar un Estado fuerte, pero que ello sería imposible si los españoles seguían como hasta entonces con un temple de ánimo chabacano, flojas las mentes y el albedrio sin una posible tensión de disciplina.

Se refirió al régimen anterior como una sociedad compuesta por unos grupos, los grandes capitales, el alto Ejército, la vieja aristocracia, la Iglesia, cuyo gerente era el monarca. Una sociedad que cuando el interés real o aparente del país coincidía con el de esos grupos, hacían éstos grandes gesticulaciones de patriotismo; pero si la necesidad nacional entraba en colisión con la conveniencia de algunos de ellos, acudían al socorro todos los demás y era la nación la que tenía que ceder, padecer, y anularse, para bien del grupo. Y dejó claro lo siguiente: “Estado y nación tienen que estar fundidos y en uno; esta fusión se llama democracia”. Será motivo de otra columna.
 

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