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OPINIÓN - JUEVES, 27 DE JULIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Fabio Cannavaro
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El fichaje de Fabio Cannavaro ha sentado la mar de bien entre la grey madridista. Puesto que ser del Madrid es profesar una religión cuyos fieles siguen creyendo que los fracasos, de las últimas temporadas, son achacables a la flojedad de sus centrales. Culpa de ese pensamiento la tienen los encargados de contar en los periódicos todo cuanto sucede en ese templo del fútbol, donde parece ser que ha dejado de vagar el sabio proceder de Santiago Bernabéu.

El Real Madrid de la época de Di Stéfano ganó títulos con defensas que eran festejados por la practicidad y contundencia con la que se empleaban, por no decir de ellos que jugaban, incluso entonces, un fútbol rocoso y que daban, por tanto, una impresión de dureza excesiva y de rusticidad apabullante. ¿Se acuerdan de Marquitos, de Atienza, de Pachín, de Pantaleón, de Lesmes II, de Becerril... y hasta del mismísimo Santamaría? Y qué decir de quienes llegaron después: es decir, de Benito y De Felipe. Pues bien, todos ellos, muchos años a las órdenes de Miguel Muñoz, recibían de éste la orden de no pasar de una zona del campo y quedarse siempre en posición defensiva. O sea que Muñoz exigía primero ser defensa y si luego se podían permitir un arabesco en alguna jugada aislada, miel sobre hojuelas. Pero los zagueros tenían prohibido salir de sus posiciones defensivas y, desde luego, la ayuda a sus compañeros de creación y ataque, en ningún momento. Salvo en las jugadas a balón parado, para aprovechar la estatura de algunos de ellos. Y siempre con cuentagotas.

Pero los periodistas de aquellos años, además de ser pocos, sabían que al fútbol no se juega con esmoquin y entendían que el equilibrio entrelíneas del equipo había que conseguirlo aprovechando las cualidades de todos los componentes del conjunto. A Pachín, por ejemplo, se le pedía que usara su físico y su velocidad, para defender y que en cuanto tuviera el balón en los pies buscara al compañero más próximo y se lo entregara. Y así fue sucediendo con Benito, De Felipe y otros centrales, cuya tarea fundamental a la hora de jugar el balón era encontrar pronto la ayuda de jugadores, como Pirri, que estuvieran siempre dispuestos a ofrecerse en todas las situaciones. O bien pasar el balón en largo y que la disputara cualquier delantero. Por no citar a quien con su juego omnipresente, y poseedor de la sapiencia futbolística más grande de todos los tiempos, estaba continuamente de guardia para sacar de apuros a sus compañeros defensas: Di Stéfano.

Cierto es que el fútbol fue cambiando y que los defensas tuvieron que irse adaptando a las nuevas exigencias de un juego donde era primordial sorprender desde atrás y que éstos al atacar se mostraran con cualidades técnicas apropiadas para desempeñar lo que comenzó a llamarse fútbol total. Sin embargo, esa época cogió ya a los madridistas adoctrinados en que el Madrid, por sus muchas Copas de Europa y Ligas obtenidas, no sólo tenía que ganar sino jugar un fútbol donde todo rayara a la perfección. Y la gente, instruida por quienes desde los periódicos daban su particular visión de cómo debía jugarse en el Bernabéu, empezó a creer que iban a ver una sesión de ballet y nunca un partido de fútbol.

A partir de ahí, los defensas del Madrid y, especialmente, los centrales, comenzaron a padecer las críticas acerbas de quienes piensan que su equipo sólo tiene que estar siempre atacando la portería rival. Y que todo defensa ha de jugar vestido de frac. Y luego pensaron lo mismo de los centrocampistas y acabaron por pedir once estrellas. Llegaron los galácticos y todo el invento se jodió. Ahora se espera lo mejor de Cannvaro, sin caer en la cuenta de que éste necesita a Buffon. Pues forman parte del mismo éxito.
 

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