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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE JUNIO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Los descansados
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Por ir contra corriente, me empeciné en el artículo de ayer en no lanzarme a redactar poéticas necrologías bien fundamentadas y escritas en andaluz, es decir, con el giro lingüístico meridional y sureño que tanto enriquece nuestro idioma. Evité hablar y centrarme en la muerte y un lector marisabidillo y respondón me llama al orden por e mail y me reta a que hable de los ausentes ,o, como se dice en la provincia de Cadiz y en Gibraltar “los descansados”, porque, realmente, si han logrado llegar a la luz con su cuenco de arroz bien lleno de dar y recibir amor, descansan en paz.

El problema no es del que parte hacia la eternidad sino de los que se quedan, irremediablemente sumidos en la desolación y en el dolor de la ausencia. Dicen los psiquiatras y los neurólogos, que el dolor del luto dura tres años, igual que la pasión amorosa profunda, de durar más ambos sentimientos, dicen que no podríamos soportarlo mentalmente y ante los embates de neurotransmisores enloquecidos, los resultados serían calamitosos. Tres años de duelo, después se supera. Lo dicen los médicos y deben tener su parte de razón, pero en mi caso he tenido la terrible experiencia de ir contra la Ley Natural y sobrevivirle a un hijo mayor, o a un hermano pequeño, mi querido Gabriel Pineda de las Infantas, que hizo mil veces labores de vástago conmigo y así siempre le consideré.

Desengáñense, el sobrevivirle a un hijo no se supera jamás, ni en tres años de tristeza ni en tres siglos de recuerdos, los científicos pueden decir misa, pero cien veces al día me viene a la cabeza mi Gabriel, sus mañas, su increíble generosidad, su absoluta falta de pudor a la hora de manifestar los sentimientos porque no era ningún tarado emocional, sino un ser equilibrado, con el defecto de recoger y hacer sus mascotas a perros granujientos. El primogénito que nunca tuve y al que temo rememorar vocalizando porque me acusan de pesada y obsesiva.

En este tema tan solo cuento con la comprensión de aquel que fue en vida el mejor amigo de Gabriel, Hamadi Amar Mohamed, mi referencia intelectual del Islam moderno y uña y carne del fallecido. Cuando me avisaron aquella mañana, recién nacida mi ahijada Paula de que su padre había muerto, Hamadi fue el primero y el único en recibir mi llamada “Hamadi, Hamadi, Gabriel se ha matado” y una respuesta “Ya voy” y vino y estuvo en el funeral. Que no fue tan espectacular como el de la más Grande, ni con representación institucional y encima le incineraron cuando él habría querido descansar junto al mar en su amada tierra de Tánger, porque lo mismo que ana rifía sin complejos, mi hijo grandullón iba por la vida ejerciendo de tangerino y haciendo bromas de doble sentido y que tan solo a él le hacían gracia, en perfecto árabe.

Duele la ausencia, allí, junto al féretro de Gabriel no habían docenas de fastuosas coronas de flores, ni los Marismeños cantaron la salve, ni tan siquiera se molestaron en ponerle música de Carlos Cano, el cura oficiante hizo “clic” en un botón y sonó una musiquilla ramplona que es la que acompaña a todos los funerales en esa sede industrial de la muerte que es el desagradable, impersonal y cutre parque cementerio Parcemasa de Málaga. Gente no demasiada, algunos buenos amigos y otros a buitrear y confirmar que mi hijo querido estaba bien muerto y que, el mejor abogado penalista que ha dado Andalucía dejaba de ser competencia. Comulgamos media docena, luego la tenebrosa cremación y a arrojar las cenizas al circuito de motos de Jerez cuando el era amante de la mar y del paisaje hermoso de Marruecos ¿Qué coño pintaban sus cenizas en un grasiento circuito?. Eso si, se ahorraron la tumba, que lo de las cremaciones, tan de moda, es muy echamano, en las playas de mi barriada, el Palo, algunos marineros han escrito un cartel que ponen en sus barquitas “Se echan muertos al mar” ¡Y miren ustedes que las aguas del mar suelen estar frías y su profundidad es oscura!.

Los descansados… Cenizas arrojadas y ningún punto de referencia, ningún lugar adonde ir a rezar, aunque yo nunca estuve de acuerdo ni me conformé, así que acudí al pequeño cementerio marinero de el Palo y allí seleccioné una sepultura que parecía abandonada desde años antes y en la que no rezaba ninguna inscripción, tan solo una humilde cruz de madera verde, así que fui y la robé. Me quedé con la tumba, removí la tierra reseca, enterré una foto de mi amigo y allí acudo a poner flores y ahora estoy meditando como ganarme la confianza del enterrador para que me permita plantar un ciprés que es el árbol de la paz y hacer un sepulcro en condiciones, un lugar de oración y recogimiento, un punto de referencia para el recuerdo. ¿Qué no soy más que una ladrona de tumbas ajenas? Bueno, pues les digo como a Fernando ¿Qué que le digo a Fernando? Pues le digo “Que te vayan dando”.

Las palabras no describen la realidad, las palabras “crean” la realidad. Tras la cremación exclamé “¡Esto es un cutrerío, yo le buscaré a mi hijo mayor una tumba!” Y se la busqué y ahora es mía ¿Qué el panteón de la más grande es magnífico? Pues la sencilla tumba de mi amigo querido tiene una cruz verde que debe ser de los cincuenta y creo que la comparte con un hombre de la mar, con un marengo paleño, hartito de trabajar y de faenar al trasmallo ¿Qué mejor compañía que un pescador para un tangerino como mi Gabriel?. Los descansados…Tres años de duelo ¡Ojalá siempre fuera así! Pero hay excepciones y yo he tenido la dicha o la desdicha de ser una de ellas.
 

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