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OPINIÓN - VIERNES, 30 DE JUNIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

A ver si aprendemos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hemos vivido unos días donde las televisiones, Canal Plus y la Sexta, han tenido la oportunidad de mostrarnos cómo se puede manipular a un pueblo contándoles el cuento del alfajor en su versión hiperbolizada. Tomados los micrófonos por fanáticos de un fútbol donde el juego de la selección era considerado como lo nunca jamás visto, éstos hicieron creer a los aficionados que estábamos en disposición de llegar a la final y de ganarla.

A ningún profesional de los medios, ni hablados ni escritos, les dio por analizar los pequeños detalles, negativos, claro está, que impiden el que un equipo consiga salir airoso de una prueba tan dura cual es un Mundial. Todo era un canto, sin solución de continuidad, a las excelencias de unos futbolistas mimados y a quienes se les ensalzaba como si estuvieran enseñándoles al mundo cómo se juega al fútbol: con una belleza que marcaría un hito en los mundiales.

El mensaje era claro: Luis Aragonés ha conseguido reunir a una generación de “jugones” que van a arrasar con un “tiquitaca-tiquitaca”, para que la vida sea maravillosa. ¿Verdad, Salinas?... Y Salinas, un vasco, catalanizado él, asentía, una y otra vez, a las palabras y a las salidas de tono, sin venir a cuento, de un showman lo más parecido a un locutor de los años 50 de la vida estadounidense.

Llegaban las comparaciones, en tertulias adecuadas al efecto de lo televisado, y se finalizaba diciendo que el medio campo de España era superior a todos los demás. Y que la posesión del balón nos daría los triunfos necesarios para acceder a una final contra Brasil o Alemania.

La locura y el fanatismo se convirtieron en histeria, nada más acabar el partido contra los ucranianos. Xavi, el azulgrana, era el que había inventado el fútbol; el otro Xabi, el del Liverpool, se bastaba y se sobraba para imponer un orden poderoso por delante de sus defensas; Con Cesc, España ganaba un toque de distinción que permitía soñar con las mejores gestas.

El único que no encajaba en todo ese tinglado de exaltación deportiva-patriótica, era Senna. Y aunque no podían boicotear su saber estar en el césped y sus aportaciones, siempre magníficas, como corresponde a un futbolista bueno, le miraban por encima del hombro. Y es que a muchos les fastidiaba que en medio de ese grupo de jugadores blancos, talentosos y jóvenes, existiera la mancha de un brasileño nacionalizado, cuyo color rompía la armonía de una España que no se quiere dar cuenta de que ganaremos un Mundial cuando los hijos de los inmigrantes hagan de lo negro y lo blanco una matización poderosa en todos los aspectos.

Ante esa actitud, el seleccionador no podía sustraerse a la idea de que dejar fuera del equipo a Raúl era una herejía. Necesitábamos a alguien que, como símbolo de Madrid, pusiera la nota de mirada alta al sonar el himno y que a mí me produce la impresión de que el fervor patriótico debe estar entre las nubes. Lo lamentable es que Raúl no es, desde hace ya tiempo, incluso desde antes de lesionarse, el jugador que llega, según Fernando Hierro, como un Ferrari.

Pues bien, en medio de ese fervor populista, insultante hacia los demás -maltratamos a los franceses y a su himno-, nunca oí decir que Puyol jugando de central por la izquierda y cuando lo llevan a la banda, es vulgar, fallón y desbordable. Que Sergio Ramos está encorsetado como lateral derecho. Que Casillas sigue siendo una castaña en el juego por elevación y alguien que jamás sabe manejar el ritmo de un partido -¿les suena el nombre de Buffon?-. Y que nuestro medio campo, en conjunto, a lo que juega es al futbolín.

Ah, Ucrania sigue un partido más y Zinedine Zidane no se ha jubilado. A ver si aprendemos de lo ocurrido.
 

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