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OPINIÓN - SÁBADO 4 DE MARZO DE 2006

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Yo, marinero

Por Andrés Gómez Fernánde


El protagonista de esta “vivencia” era un alumno muy aceptado por el grupo. Destacaba sobre los demás por su agrado y simpatía. Divertido, bromista, ocurrente, en suma, con gran sentido del humor. Pese a su interés por los estudios, no destacaba de manera sobresaliente, aunque lo intentaba. Sumamente disciplinado, aceptaba la autoridad de los docentes. Otra de sus virtudes era la colaboración voluntaria con el grupo, aportando sus ideas.

Pero, nuestro alumno donde mejor se movía era en el deporte. Su pasión era el fútbol. Siempre estaba presente en los improvisados encuentros que se realizaban durante el recreo, siendo “líder” de uno de los dos equipos. Manejaba con mucha habilidad su pierna izquierda. Por supuesto que su presencia era obligada en la composición del equipo del Colegio, dentro de su categoría, para las competiciones oficiales (Juegos Escolares).

En estos tiempos, de manera distendida, dialogando con los alumnos, realizamos sondeos sobre sus vocaciones. No se aplicaban cuestionarios. Solamente les preguntábamos “¿qué te gustaría ser de mayor?”. Las respuestas que se obtenían no eran, como se podía pensar, nada significativas, ya que el “Grado de desarrollo” de la madurez vocacional, dependía de muchos factores. La decisión estaba supeditada al ambiente que el niño respiraba en su casa ˆprofesión del padre-, las capacidades del alumno -rendimiento escolar-, situación económica y, por supuesto, la autoestima.

A nuestro simpático alumno, cuando le consulté, sin dudarlo un solo momento, me contestó que quería ser marinero. En principio no entendí muy bien lo que quiso decir. Yo pensé que iba en el camino de ser un buen marino mercante, o bien, un marino militar, sirviendo en la Armada. Me aclaró que no era eso lo que quería ser, sino “hombre del mar”, pescador, actividad dedicada a la captura de peces, profesión que en mi ciudad recibe ese nombre: pescador.

Bueno, una vez aclarado, lo único que se me ocurrió decirle era que me parecía una labor muy digna, pero muy peligrosa, y, al mismo tiempo, no bien remunerada. Pero él me contestó que era una decisión muy firme, que se trataba de “el sueño de su vida”, que en su casa, su familia se dedicaba a esa noble profesión.

Me hubiera gustado conocer si nuestro querido y simpático alumno vio realizada su vocación, si ejercerá como marinero. En estudios realizados, ya con cuestionarios y consiguientes registros, el porcentaje de alumnos que veían realizados sus sueños, eran solamente un trece por ciento. Lo de nuestro protagonista fue firme y convincente: ¡Yo, marinero! (De “Vivencias de un maestro”, 2ª parte).

Me resistí a aceptar la noticia. De forma casual, al regreso de la ya habitual visita a nuestra hija, la televisión informaba que un marinero de Barbate había desaparecido faenando en tareas pesqueras; llevaban tres días sin saber nada de él.

Al decir el nombre del infortunado pescador, me quedé sin respiración. Se trataba de un buen alumno, de aquella lejana experiencia, en mis primeros pasos dentro de la docencia. Admití que podría ser una coincidencia. Enseguida me puse en contacto con otros alumnos, compañeros de Pedro, que así se llamaba el desaparecido. Lo peor: se trataba de él.

El accidente ocurrió el día 12 de Enero, y, hasta la fecha, su cuerpo no ha podido ser recuperado, con la consiguiente preocupación por parte de la familia, que a estas alturas de la tragedia, lo que sólo espera es recuperarlo.

Durante todo este tiempo he estado en contacto con la familia, que todavía no ha perdido la esperanza de recobrar al desafortunado Pedro, que nunca conocerá las verdaderas causas del accidente, estableciendo, como no podía ser de otra forma, las consiguientes hipótesis que justificaran el fatal desenlace, partiendo de la base que Pedro era un experimentado marinero.

Sus compañeros no aportaron los motivos por los cuales se hubiese producido el accidente.

Me reencontré con Pedro en el verano de 2.004. Fue con motivo de presentar en Barbate mi primer libro “Vivencias de un maestro”. En un corto período de tiempo volví al lugar donde, durante cinco años, di mis primeros pasos como maestro. Me habían preparado un recibimiento del que no me olvidaré. Yo iba acompañado de mi familia.

Ya, a la entrada del pueblo, alguien, montado en una motocicleta, nos hacía señales para que le siguiéramos ˆ me había reconocido, ya que yo iba junto al conductor- Obedecimos las „órdenes‰ del motorista, pero, a los pocos metros, su vehículo empezó a fallar, optando por tomar la decisión de detenerse. Enseguida, dirigiéndome a los míos, exclamé: ¡Es Pedro! Éste había cambiado muy poco.

Otros compañeros se acercaron, y, juntos, nos dirigimos al lugar donde se iba a realizar la presentación del libro, donde vivimos momentos muy emocionantes. Con muchos de ellos me separaban unos cuarenta años sin vernos, desde que llegué a la localidad de tantos y gratos recuerdos.

Unos días antes de Navidad, telefónicamente mantuve una buena e informativa conversación, donde Pedro me refería sus realizaciones, proyectos y apoyos a todo tipo de iniciativas. Él hacía aquello que quiso hacer desde niño: marinero. Iba enrolado en una embarcación, ejerciendo de „lucero‰, y mostraba su total satisfacción. Era muy feliz.

También su dedicación a los demás: presidía una “peña” cuyos objetivos iban en la línea de la realización de actividades culturales, artísticas, socialess y debido a su gran pasión por el fútbol, se responsabilizaba de promocionar a chicos jóvenes en ese mundo tan entrañable para él. Con el clásico “¡Felices Navidades!”, nos despedimos.

Pedro, lleno de ilusiones, nos dejó. Ejemplo de buen ciudadano, de buen padre y esposo, de hermano maravilloso y amigo de todos, que con toda seguridad daba más que recibía, que dejó de hacer aquello que era toda su pasión: su amor al trabajo. Y allí, en el cielo, Dios no tendrá ningún problema con él, ya que todos sus deberes los realizó a la perfección. ¡Hasta siempre, Pedro!
 

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