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OPINIÓN - DOMINGO 12 DE MARZO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Es la hora de los mejores
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hemos vivido días de gran tensión en una ciudad donde las religiones no deben generar motivos de enfrentamientos. Ni las religiones, ni las costumbres, ni las tradiciones de unas comunidades cuyos miembros estamos obligados a convivir bajo la consigna del respeto mutuo. Aunque en el empeño nos toque a todos ceder en altanería y hacer verdaderos alardes de sentido común.

De lo contrario, si nos puede el orgullo desmedido y caemos en la trampa de desdeñarnos por sistema y hacernos a la idea de que la convivencia es imposible porque hay muy pocas cosas que nos puedan unir, estaremos dejando el camino expedito para que los radicales de ambas partes piensen que les ha llegado la hora de hacerse notar. Y entonces, salida la pasta de dientes del tubo, difícilmente podremos devolverla al interior de éste.

¡Y claro que hay cosas que nos deberían unir!...: el deseo de aprovecharnos de lo mejor de cada comunidad y procurar que los jóvenes adquieran en el intercambio unas pertenencias indiscutibles. Jóvenes formados y valedores en todo momento para tejer lazos de unión entre partes necesitadas de mucho razonar y comprensión.

Debo confesar que seguramente me estoy ganando el derecho a que se me tilde de utópico y soñador. Pues bien, aceptado de antemano está el que sea así, pero lo que no podemos continuar, tras lo ocurrido, es pensando que distintas culturas pueden vivir sostenidas por unos cimientos débiles, que han soportado cargas enormes y que con el paso de los años vienen dando muestras de fatiga y que ni siquiera les vale ya con el apuntalamiento del edificio en situaciones donde parece que se puede venir abajo.

Esta vez, la disputa se ha generado por unas letras irrespetuosas de una chirigota, y mañana será por otro motivo bien distinto. Ya que, según están las cosas, cualquier sentimiento herido servirá de pretexto para que surja la bronca y los disparates sean muchos.

Por lo tanto, bien harían los políticos en darse cuenta de que tienen por delante una tarea que, por ciclópea que sea, no tienen más remedio que afrontar bajo el lema de la unión. Lo cual, dado lo que sabemos y estamos viendo, nos parece tan complicado como hacer posible que la utopía acabe sometida a la voluntad de una realidad necesaria.

Una realidad basada en un interés mutuo de aprendizaje en todos los sentidos. ¡Cuánto daría yo por encontrarme ahora en esa edad donde me fuera posible aprender varias lenguas y saberme de memoria hábitos, costumbres, tradiciones..., de otras comunidades! Puesto que atiborrándome de pertenencias, posiblemente se reducirían mis miedos, mis fobias, mis complejos y hasta no caería en el problema que plantea diariamente la susceptibilidad herida. Y con ese interés por adentrarme en los vericuetos de la cultura del otro, tal vez lograría que ese otro me imitara.

La susceptibilidad, que en esta tierra está a flor de piel, ha estado siempre maniatada por el proceder de unos adultos que han sabido en todo momento conciliar antes que enfrentar. Y sería injusto destacar quienes han soportado más y mejor los inconvenientes que han ido surgiendo entre comunidades. Si bien hay una verdad que conviene no echar en saco roto: los tiempos son otros y los jóvenes están más predispuestos a la rebelión que a mantener la calma. Un peligro que ha dejado de ser latente para convertirse en una manifiesta forma de proceder. Y es ahí donde las autoridades, tanto religiosas como políticas, han de poner sus cinco sentidos para que la belicosidad de esa juventud no sea aprovechada para defender intereses espúreos.

¡Qué gran momento, Dios, para hombres con talento y carentes de particularismos!
 

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