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OPINIÓN - MIÉRCOLES 15 DE MARZO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Adéu, Calderé
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Ernesto Valero, empresario de éxito, tomó un buen día la mala decisión de acceder a la presidencia de la Asociación Deportiva Ceuta, animado por varias personas que odiaban a José Antonio Muñoz. Y lo primero que hizo, nada más tomar posesión de su cargo, fue declarar que no le gustaba el fútbol y que, por tanto, tampoco lo entendía. Y, desde luego, dejó bien claro que había ido muy pocas veces al Alfonso Murube.

Las manifestaciones del presidente, desafortunadas, tuvieron su opinión favorable en quienes dijeron que no le hacía falta saber de fútbol a Ernesto Valero, puesto que éste había acertado a la hora de elegir a unos colaboradores capaces de formar una plantilla compuesta por muchos jugadores locales, y con aspiraciones de mantenerse con holgura en la categoría.

Días más tarde, Ernesto Valero, con las ilusiones que generan los cargos recién estrenados, dejaba a un lado la modestia y lanzaba a los cuatro vientos que las intenciones de la AD Ceuta estaban puestas en el ascenso. Y, sobre todo, le obsesionaba algo: recuperar la imagen del equipo. De ahí que no dudó en ordenar que un coche, equipado con megafonía, paseara por la ciudad, anunciando que él recuperaría el prestigio perdido del club.

Fue lo del coche, sin duda, un acto de vileza y un error lamentable de Ernesto Valero y su junta directiva. Porque lo que vomitaba la megafonía, entonces, era la inquina que los emboscados valedores de Valero le tenían al ex presidente. Pues ese grito público de vamos a recuperar el prestigio perdido, contenía todos los ingredientes necesarios para vilipendiar a José Antonio Muñoz.

De manera que al exitoso empresario, Ernesto Valero, acostumbrado a tomar decisiones importantes en sus negocios, lo estaban usando como vocero de quienes en la sombra habían maquinado una operación de acoso y derribo contra el editor de El Pueblo. Y para ello, qué mejor que principiarla quitándole lo que ellos consideraban su juguete preferido: la presidencia del equipo que José Antonio Muñoz hizo crecer desde abajo hasta convertirlo en un grande de la Segunda División B.

Reconozco, que cuando a mis oídos llegaba el mensaje del coche anuncio, me entraban unas ganas locas de escribir ciertas cosas que me eran conocidas. Pero también es cierto que era el propio Muñoz quien me hacía desistir. “No quiero que empiecen a decir que trato de desestabilizar a los nuevos directivos”. Luego, los insultos se trasladaron a la página web del club, y tampoco los rectores de éste pusieron los medios adecuados para evitar que se tratara de dañar gravemente la imagen del ex presidente.

Mientras tanto, y al margen de los pronósticos que hicimos sobre lo que podía ocurrirle al equipo, uno accedió a ir al Murube durante cinco partidos. Partidos suficientes para opinar sobre los males de un conjunto que estaba condenado a pasarlo muy mal. Por razones claras: la lentitud de algunos jugadores y los fichajes desacertados de otros, suponían un serio handicap para el rendimiento del equipo.

Pues bien, José Antonio Muñoz volvió a pedirme, encarecidamente, que no opinara de los males del equipo. Por razones obvias. Sin embargo, Ramón María Calderé comenzó a meterse en camisa de once varas. Es decir, creyó que arremeter contra el ex presidente y su hijo, constantemente, sería actitud muy apreciada en el seno de una directiva que él consideraba ingenúa en muchos aspectos. Craso error.

Ahora, en el momento del adiós, Calderé se habrá dado cuenta de que su gran desgracia ha sido la que le dijeron un día en este periódico: “No haber tenido de presidente a José Antonio Muñoz”. Adéu, Calderé.
 

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