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OPINIÓN - VIERNES 24 DE MARZO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Las cosas claras y...
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Poco después del descubrimiento de América se introdujo en Sevilla, puerto del comercio con Indias, el chocolate. Los jesuitas, misioneros de allá, y los dominicos, que en todo se llevaban muy mal, entablaron una feroz rivalidad sobre si el chocolate debía ser claro o espeso. Y con este fútil motivo, se dividió Sevilla en dos bandos irreconciliables, que llegaron a veces a manifestaciones callejeras, con palizas y heridos.

Cuenta José María de Mena, en su libro El polémico dialecto andaluz, que en estas banderías se distinguieron los jesuitas del “Hospicio de Indias”, veteranos de las misiones de Sudamérica, y los dominicos del convento de Regina Angerolum, más vinculados a las misiones de México. De ahí quedó la frase de “las cosas claras y el choclate espeso”. Y es que los españoles somos muy propensos a la dicotomía.

Aquí se ha necesitado ser de Joselito para denigrar a Belmonte, y a la inversa; de Manolete, para detestar también a un formidable Carlos Arruza, o todo lo contrario; del Madrid o del Barcelona, del Betis o del Sevilla.... Y nunca, desde luego, para disfrutar plenamente del triunfo de nuestros ídolos o equipos a los que pertenecemos, sino más bien con las miras puestas en ver de qué manera podemos decirle a quienes no piensan igual que están sumidos en el error y, muchas veces, provocarlos hasta extremos insospechados.

La banda terrorista ETA, con su anunciada tregua permanente, además de abrir un resquicio a la esperanza y procurarle un respiro al Gobierno, ha dividido ya a los españoles en la misma medida que jesuitas y dominicos lo estuvieron en su día discutiendo sobre cómo debía hacerse el chocolate que luego se degustaría en su correspondiente jícara.

No hay más que oír y leer las declaraciones que se han venido haciendo a raíz de que la voz de una mujer, vestida de fantasma, y flanqueada por dos sombras de la muerte, leyera un comunicado que, a buen seguro, habrá servido para tranquilizar a quienes viven amenazados por los pistoleros.

Lo cual no es moco de pavo. Pues uno, por más que se imagine la angustia que deben padecer los señalados por la diana de ETA, nunca llegará a saber el daño que ese miedo puede llegar a causar en esas personas. Daño irreversible. Y es que la víctima del miedo, por más que vaya protegida, ha de conformarse con ser portadora de un organismo que ya no le responde en toda su plenitud.

A lo que iba. He visto a políticos y periodistas en la televisión discurseando sin poder evitar que en sus mejillas se reflejara el disgusto que les produce que el fin del terrorismo pueda estar recorriendo su tramo final. Porque una cosa es la cautela, la moderación y el buen tino a la hora de opinar en relación con lo ocurrido, y otra es dejar traslucir lo poco que les agrada el que sea ZP quien pueda pasar a la historia como el hombre que hizo posible el cese de la violencia en el País Vasco. Y al revés, claro está.

Por lo tanto, ya ha comenzado la división entre las dos Españas. Una, cuyos componentes viven entusiasmados con la idea de que lo anunciado por los etarras se convierta en el final de una pesadilla de muerte. Y otra, compuesta por ciudadanos que anteponen sus ideas, contrarias al Gobierno actual, a los deseos que les debe dictar su conciencia: que se acabe el terrorismo y no mueran más personas.

Los primeros hablan ya de cautela, de moderación en el decir...; en suma: de no echar las campanas al vuelo. Aunque en sus rostros se calque la satisfacción. Los segundos, comienzan ya a llamarles incautos, providencialistas, listillos, etc, a los primeros. Y todo cuando sólo han transcurridos dos días desde que una mujer, vestida de fantasma y flanqueada por dos sombras de la muerte, nos ha hecho concebir esperanzas.
 

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