PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura


Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - DOMINGO 26 DE MARZO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Bigote y Picoco
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Navegando en la Internet, a prima mañana del sábado, me da por escribir el nombre de Vicente Pantoja, Picoco, pincho el recuadro de voy a tener suerte y tras pulsar convenientemente en el sitio adecuado del ratón, se abre ante mí una página de Antonio Burgos, Apuntes del natural, y dedicada a quien fuera uno de los dos mejores bufones habidos en la España del franquismo y durante los primeros años de la democracia.

Antonio Burgos, cuando le da a sus escritos el toque de andalucismo justo, que es como un buen potaje en su punto, termina deleitándonos a quienes apreciamos su humor sereno y esa ironía de quien encuentra en las tradiciones un filón inagotable para escribir libros y artículos a porrillo. “Se puede hacer un arte del mangazo, y Picoco lo hacía”. Así titula el escritor sevillano su obituario a quien solía decir lo siguiente: “Es que yo me veo por las mañanas en el espejo y me pido mil duros”.

Era Picoco un personaje, como bien recuerda el maestro Burgos, que ni sabiendo cantar, ni bailar, era imprescindible en todas las fiestas flamencas que se daban en una España mísera y triste y donde la risa era un artículo de primera necesidad para poder sobrellevar el modo de vida que había dejado una guerra recién acabada.

Yo tuve la suerte de comprobar cómo cada vez que abría la boca Picoco había motivos más que suficientes para reír con ganas. Sus ocurrencias y sus gracias daban vida incluso a los enfermos y todo él era un caudal de ingenio y ocurrencias.

A Picoco lo conocí gracias a que un día me lo presentó Pepe Jiménez, El Bigote, el otro bufón indiscutible de la época de postguerra y que se consagró por ser el primero y único que le dio un mangazo a su admirado amigo. Algo que parecía imposible en un mundo donde ambos, El Bigote y Picoco, vivían de las fiestas y de algo más que no ha contado Burgos: de ser observadores, intuitivos y licenciados en fisiognomía por la universidad de la calle.

En conocer a la gente por sus gestos, por su forma de comportarse, y por detalles que se nos escapan a la mayoría de los mortales, aventajaba El Bigote a Picoco. Tal vez por ese motivo, el primero parecía más hosco en el trato. El primero también quiso vivir del arte, pero al igual que su compañero de fatigas estaba muy limitado para subirse al escenario de la fama. Eso sí, los dos destacaban por ser amigos de sus amigos, y no sólo vivían de la gracia y de guardar secretos inconfesables, sino de asesorar a quienes les pedían consejos.

¡Qué de veces vi yo a El Bigote advertir de las funestas consecuencias que podría acarrearle a Fulano si se metía en negocios con Mengano! Y de qué manera olía a distancia una traición. En ocasiones, y en vista de la amistad que nos unía, yo me oponía a sus predicciones. Y casi siempre terminaba por tener que darle la razón. Ya que acertaba en un porcentaje elevadísimo. El Bigote, además, incluso cuando se ponía frívolo, desprendía un halo de seriedad que respaldaba la insustancialidad de unas salidas de tono que no eran frecuentes en él. Y hasta me atrevería a asegurar que éstas salían de su boca, intencionadamente, para confundir al personal o acceder a ciertos conocimientos que le interesaban.

El que yo saque a colación, en el día de hoy, a estos dos personajes, se debe, mayormente, a que los políticos cuentan con una serie de asesores que no dan pie con bola. Gentes metidas en un despacho, comiendo de la sopa boba, y que aciertan menos que yo en los juegos de azar.

De haber vivido en estos tiempos, no quiero ni imaginarme lo que hubiera ganado Pepe Jiménez, El Bigote, por el simple hecho de ir detrás de Juan Vivas diciéndole en los jardines que no se debía meter.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto