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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 3 DE MAYO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Flores y comuniones
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

¿A ustedes no les parecen las comuniones un prodigio estético? Realmente, a nivel de marketing espiritual, el catolicismo es la religión más cañera porque sus manifestaciones piadosas son de una belleza tal que, a cualquier espíritu medianamente sensible, dejan sin aliento. Servidora al menos, se queda embobaíta mirando y embelesaíta sintiendo.

Mayo se llena de niñas envueltas en cancanes, en nubes de jaretas y organdí, algodón de azúcar en el vuelo de los vestidos blancos como la nácar, misalitos, limosneras para guardar los recordatorios y flores en el pelo o directamente velos de tul que parecen tejidos de retazos de calima. Los chavales por el contrario, van de marineros, de almirantes o enchaquetados, eso si, más bonitos que un San Luis, más lindos que una jaculatoria. ¿Qué si recuerdo alguna jaculatoria? Joder ¡Faltaría más! Recuerdo especialmente la que recé la noche del veinticinco de Mayo del año 1962, la noche anterior al día de mi primera comunión “Cuatro esquinitas, tiene mi cama. Cuatro angelitos, que me la guardan. Dos a los pies, dos a la cabecera. Y la Virgen María de compañera”.¿Saben? Aún hoy la sigo rezando, porque es mi patrimonio cultural, me pertenece y la murmuro tras encomendarme a mi padre San Josemaría Escrivá, ese que ahora precisamente me está espiando apoyado en la pantalla de mi ordenador y me guiña un ojo tras sus gafas de miope, que son muy parecidas a las mías.

Pero, quiero seguir hablando de comuniones, de estos comulgandos y comulgandas andaluzas que, tras la catequesis y bien aprendido el catecismo, viven la fecha más memorable de su niñez con unos padres y familiares elegantes y endomingados que siguen las tradiciones con todo rigor. Si la comunión es por la mañana, tras la ceremonia litúrgica el desayuno en la terraza de un bar o de una cafetería y luego el almuerzo. Si es por la tarde una merienda cena. Y la gente no remienda de viejo, en Ceuta, en Málaga, en Albacete y en toda nuestra España cañí, donde, el tiempo, compinchado con los querubines que acompañan a niños y niñas camino de la comunión, suele resplandecer y mayear en el exterior de los templos engalanados con flores blancas. Los altares esperan a los niños entre gladiolos, claveles, rosas y azucenas, aunque estas últimas menos, porque por estos lares son difíciles de conseguir aunque son las flores favoritas por su perfume de una chica judía llamada María, si esa misma, la que ha inspirado a pintores, tallistas, imagineros y escultores las obras de arte más maravillosas de la historia de la Humanidad.

En mis tiempos, en el Marruecos independizado en 1956 y más concretamente el 26 de Mayo de 1962, el encuentro de las niñas que íbamos por primera vez a comulgar era en el colegio de las monjas españolas, allí nos reunimos todas para ir en procesión hasta la iglesia de Santiago Apóstol, flanqueadas por dos filas de pequeñas vestidas de angelitos, con túnicas brillantes y coloreadas y alas de organdí. ¿Qué que tal iba yo? Pues sosa e impropia. Como me llevaba mi madre pelada al dos por los piojos, no pude llevar trenzas y corona de flores, sino un casquete que ponía aún más de manifiesto mi cara de pandereta y mis ojillos miopes, aligerados de las gafas para la ocasión, porque llevar gafas vestida de comunión no era apropiado. Paseé por las calles de mi Nador, con mis compañeras, viendo ese universo para mi tan querido, entre brumas, igualito que si lo hubiera pintado un impresionista . Mis paisas rifeños nos aplaudían al pasar, saliendo de los cafetines, mis compañeras de clase moritas se quedaban en el colegio llorando por no poder participar en el espectáculo, aunque luego había desayuno con chocolate y churros para todos los españoles y los que no lo eran. En Nador en 1962, rifeños e hispanorifeños éramos iguales, de la misma tierra y nos caíamos de puta madre, si señor.

Al entrar en la iglesita de Nador, lo primero que impactaba era un penetrante perfume a azucenas, las traían a espuertas desde Melilla para engalanar el templo , perfume de azucenas y ecos dormidos de incienso, mis compañeras con coronas, yo con casquete para disimular y, al momento de tomar el cuerpo de Cristo, la Sagrada Hostia, la niña de al lado, hija de un padre imaginativo e ingenioso, apretó donde debía apretar y su corona se encendió en una pura lucecita, la admiración me dejó con la boca abierta, yo nunca había visto tanto poderío y el padre Adolfo me tuvo que sisear para atraer mi devoción.

En aquellos tiempos dorados, no existían las listas de comunión en el Corte Inglés, ni los restaurantes alquilados por salones, incluso con orquestas y coros rocieros. Allí existía, al caer de la tarde una merienda conjunta de todos los españoles en el llamado huerto de los olivos, un huerto trasero a la iglesia donde se celebraban procesiones, bautizos, bodas y todo lo que cayera en plan cristiandad y en plan como éramos, una colectividad unida como una piña que pensaba en una Patria lejana que muchos niños, aún no conocíamos y que añoraban a España, aún con más intensidad si cabe en los momentos clave en los que, si se es como Dios manda, deben repicar a gloria las campanas.

Si me preguntan si en aquel mayo florido de 1962 repicaron las campanas a la entrada de las comulgandas no sabría que responderles, las niñas íbamos cantando “¡Oh ¡ Buen Jesús, yo creo firmemente, que por mi bien, estás en el altar…”Las voces de las monjitas asemejaban alondras, las de las mujeres de Acción Católica trinar de gorriones y era todo tan hermoso que me considero una auténtica privilegiada y agradezco al buen Dios el poder atesorar en el recuerdo ese todo de trinos, organdí , cirios, incienso y azucenas…La Primera Comunión.
 

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