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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 10 DE MAYO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Universitarios por sistema
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los niños de mi generación carecíamos de casi todo. Y estudiar bachiller o comercio estaba al alcance de muy pocos. Y, desde luego, el ser universitario era algo reservado solamente a los hijos de los ricos y de algunas familias de clases medias cuyos sacrificios iban destinados a que el niño hiciera una carrera.

También había señoras ricas que amadrinaban al hijo de un empleado y les pagaban estudios superiores. Aunque en este caso, los protegidos acababan mayormente ordenándose sacerdotes. Cumpliendo así los deseos de las ricachonas, soñadoras de poder algún día ser confesadas por sus ahijados.

Los universitarios en los pueblos eran escasos. Pero la llegada de ellos a sus casas, en época de vacaciones, suponía todo un acontecimiento. Se les veía pasear con los padres e ir saludando a cada paso a cuantos preguntaban por sus estudios. Con el orgullo lógico. Estudiar medicina o ingeniería era el no va más. Nada que que ver con las carreritas inferiores.

Yo recuerdo, sin embargo, la extraordinaria labor que realizaban las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia. Dirigidas por jesuitas. En la de El Puerto de Santa María, a cuyo frente estaba el padre Bermudo de la Rosa, estuve yo varios años. Y allí se hacían tests entre niños de la misma edad para descubrir el cociente intelectual de cada uno.

De esa manera, conociendo las capacidades de los alumnos, los profesores decidían quienes podían ser elegidos para adentrarse en estudios académicos y quienes pasarían por todos los talleres, durante un año, más o menos, a fin de que se decidieran, vistas sus aptitudes, por el oficio más apropiado para ellos.

Salían ebanistas, torneros, mecánicos, fresadores, impresores, fontaneros... Y los menos, claro está, eran seleccionados para hacer una carrera costeada por la SAFA San Luis. Los elegidos sabían que se les presentaba una oportunidad única. Puesto que no sólo accederían a estudios impensables para ellos, sino que tendrían asegurados el primer puesto de trabajo en las Escuelas de la Sagrada Familia. Con lo cual salían doblemente beneficiados.

Con los cambios que se fueron produciendo en España, afortunadamente, las familias españolas lo primero que pensaban para sus hijos era que tenían que pasar por la Universidad. Y un derecho tan legítimo terminó por convertirse en una necesidad porque sí. Por más que no todas las criaturas estuvieran cualificadas para estudiar y sacar adelante una carrera para la que carecían de condiciones.

Las funestas consecuencias de semejantes errores se han ido viendo con el paso de los años. Y hoy nos encontramos con muchos titulados universitarios que no encuentran empleo o bien pertenecen a esa clase de los ya etiquetados de mileuristas. Y no todos pueden ni siquiera pertenecer a ella, como mal menor.

Mientras, existen oficios donde hay una carencia enorme de buenos profesionales y los que hay no dan abasto para cumplir con la demanda. Lo cual les proporciona un medio de vida que les permite ganar suficiente dinero.

Lo que no debe ser, pienso yo, es que los haya, por ejemplo, que quieran ser periodistas radiofónicos careciendo de expresión verbal. Quien no tiene facilidad para tratar con las palabras y resolver problemas verbales, difícilmente le será posible desempeñar su cometido en el mundo de la comunicación. Y mucho menos competir en él. A los niños cuando se les pregunta por lo que quieren ser cuando sean mayores suelen responder que pilotos de aviones, médicos, veterinarios, etc; pero luego se impone la realidad. Y para quienes la ignoren, tendría que haber un grupo de personas “sabias” dispuestas a torcer voluntades. Antes de que los padres vivan sacrificados de por vida, sin resultados apetecibles.
 

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