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OPINIÓN - VIERNES, 12 DE MAYO DE 2006

 
OPINIÓN / OBITUARIO

Elena Sánchez

Por Manuel de la Torre


Ay, Elena, a los amigos no se les debe dejar como tú me has dejado a mí esta tarde de jueves, cuando me han contado lo tuyo: sumido en una tristeza infinita y pensando que ya no será posible vernos los sábados en esa cafetería céntrica, para desayunarnos e intercambiar impresiones. Mira que hemos hablado, en no pocas ocasiones, que escribir obituarios es algo que me cuesta lo indecible y hasta me pongo a llorar como un niño. Y vas tú, querida amiga, y me haces pasar por este trance tan inesperado como doloroso.

La semana pasada, sin ir más lejos, recuerdo el ofrecimiento que me hiciste, y la respuesta que te di. La que merecías tú: señora que jamás perdía los papeles y siempre tenías una sonrisa a punto para cualquiera que se parara a hablar contigo. Porque tú, Elena, eras persona accesible en todo momento a quienes se te acercaban. Nunca una palabra más alta que otra ni un gesto que pudiera desvelar el menor asomo de contrariedad.

Querida Elena, a partir de hoy el presidente de la Ciudad va a sentirse más solo. Porque ha perdido a una persona de su absoluta confianza. Una funcionaria de alto copete, metida en tareas políticas y al frente de una consejería complicada. Una amiga de verdad. Y una defensora a ultranza de sus cualidades. Menuda faena les ha hecho. Me imagino los momentos tan duros que estará viviendo Juan Vivas.

Querida Elena, te has ido en silencio. Sin molestar lo más mínimo. Y, seguramente, la muerte te habrá sorprendido pensando en las muchas cosas que tenías pendiente. Porque andabas en todo momento trajinando. Yendo de aquí para allá y sin tomarte el menor respiro. Sí, ya sé que trabajar codo con codo con el presidente exige muchos esfuerzos. Y me consta que tú nunca quisiste dar muestras de desfallecimiento. Nada de quejas ni el menor atisbo de cansancio. Y te esforzabas… Por más que en algunas ocasiones me confesaras que te podía la jaqueca.

Querida amiga, adiós. Y que sepas que estas letras me están costando lágrimas. Lágrimas de verdad. De las que como garantía llevan la marca de las personas con muchos años. De no ser así, te puedo asegurar que no habría escrito lo que nunca hubiera deseado escribirte.

Adiós, señora…
 

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