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OPINIÓN - MARTES, 16 DE MAYO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Consejería apetecible
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La consejería de Fomento se ha quedad vacante. Debido al fallecimiento de la que era su consejera. Y quienes seguimos los avatares de la política local, estamos pendientes de la persona que designe Juan Vivas para ocupar ese cargo.

Y es así, porque conviene no distraerse lo más mínimo en todo lo relacionado con este asunto. Pues conociendo la enorme importancia que tiene la consejería de Fomento, uno tiene la certeza de que los hay ya moviendo Roma con Santiago para meter baza en la elección de la persona que ha de sustituir a la malograda Elena Sánchez.

-¿Crees tú, Manolo, que los zahoríes de dinero público, a cualquier precio, ya están proponiendo a una persona de su confianza para conseguir hinchar la cuenta corriente?

Sin duda. Alguien que no tenga, desde luego, la rectitud ni la honradez de la fallecida y que se preste a ciertas componendas para que salgan beneficiados los personajes de siempre. Porque conviene decir, por más que ahora algunos colegas de Elena estén derramando lágrimas de cocodrilo y poniéndose muy bien puestos, que la señora aragonesa estaba harta de soportar presiones y, por tanto, deseaba dejar la consejería.

-¿Por qué no lo hizo?

Pues por un motivo muy principal: estaba muy unida a Juan Vivas y sentía por él cierta admiración. Tampoco era mujer muy dada a escurrir el bulto. Y, sobre todo, era consciente de que el presidente la necesitaba. Algo que jamás salió de su boca. Ya que sus maneras rechazaban cualquier pronunciamiento de tal tipo.

-¿Cómo llevaba lo del juzgado?

-Mal. Porque nunca imaginó verse metida en algo tan delicado. Procuró, cómo no, afrontar los hechos con entereza y pensando en las razones por las que cierta persona se había cebado en ella. Una persona a la que había distinguido con su amistad. Si bien estaba enterada, de pe a pa, de todo lo que se había fraguado en su contra. Y puedo decir, a los cuatro vientos, que jamás la vi pronunciar ni siquiera una palabra ofensiva contra la delatora.

-¿Pensó ella en algún momento que los problemas judiciales podrían dar pie a que Juan Vivas la destituyera?

En relación con esta posibilidad, ella, Elena, solía decirme que estaba agradecida a quienes en el partido podrían haber insistido para hacerla dimitir. De todos modos, a mí no me faltaban argumentos para indicarle que no lo hacían porque les cayera bien. Sino porque la necesitaban. Y que, más pronto que tarde, tratarían de cobrarle con creces tal actitud.

Claro que no hacía falta nombrarle a las personas que no cejarían ni un solo día en hacerle ver que estaba casi obligada a atender todas las peticiones que le formularan. Lo cual detestaba. No me extraña, pues, que semejantes presiones y el mucho afanarse cada día en cumplir con sus cometidos, fueran minando su salud. Que se iba deteriorando a pasos agigantados.

-Manolo, las jaquecas me están martirizando.

Y yo, para no soliviantarla, le respondía: Espidifen, Elena; que es un analgésico del que habla y no acaba Jesulín de Ubrique.

-¿Es verdad, Manolo, que se descompuso el día en el cual le dijeron que Gregorio García Castañeda iba a trabajar a la vera de ella? -No lo sé. Conociéndola, puede ser que esa designación no la hubiera digerido bien. Pero no me dio por preguntarle. Y, por tal motivo, me abstengo de hacer cualquier otro comentario.

-Perdóname, pero se impone hacerte una pregunta muy dura: ¿la muerte de Elena ha beneficiado a alguien que vive pensando nada más que en el dinero?

-Triste sino para él, si acaso es así. Mas debo pensar que todo el mundo es bueno.
 

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