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OPINIÓN - VIERNES, 26 DE MAYO DE 2006

 
OPINIÓN / EL ZAGUÁN

Vivencias de un maestro

Por Francisco Malia Sánchez


Cuando a un maestro de escuela vocacional como fue, y como es, porque, en algunos casos, esta profesión también imprime carácter, D. Andrés Gómez Fernández, de Ceuta, le llegó la hora de su jubilación, supongo, que toda su vida de docente pasó ante él como una película repleta de ricas experiencias humanas, de vivencias intransferibles. Por sus manos pasaron cientos de niños y niñas a los que, además, de formar y educar, también tuvo que aconsejar, asesorar y abrirles caminos en la vida, independientemente de lo que el destino les hubiera deparado después a cada uno.

Don Andrés Gómez Fernández ha querido recoger, pues, todo ese cúmulo de experiencias vividas en todos los colegios por los que ha pasado en dos libros titulados “Vivencias de un maestro (Primera y Segunda Parte)”. Y por sus páginas van pasando hechos, circunstancias, experiencias educativas, todas ellas acaecidas en ese templo de realización personal que es el espacio de un aula.

El pasado verano del 2004 don Andrés consiguió convocar a muchos de sus antiguos alumnos (todos ellos guardan de él un recuerdo entrañable) para presentarles la primera parte de sus vivencias como maestro. Fue una jornada inolvidable la que vivimos en aquel encuentro mitad previsto, mitad espontáneo, entre los que se encontraba un antiguo compañero, Pedro López Muñoz “El Cai”, que, desde la montura de su moto, sirvió de guía a don Andrés en su tardío retorno a Barbate y que, dos años después, entregó su vida a las aguas de la bahía gaditana.

Si, supuestamente y de forma simbólica, en el día de hoy en que don Andrés presenta la segunda parte de su libro “Vivencias de un maestro”, haciendo un ejercicio de retrospección, el maestro quisiera pasar lista en clase, como lo hacía cuarenta años atrás, la voz de Pedro no se haría oír al escuchar su nombre, y su asiento estaría vacío. Sin embargo hoy, un doce de mayo de 2006, entre todos, su viejo maestro y sus antiguos compañeros, intentaremos llenar ese espacio invocando su memoria, de forma que cuando don Andrés (supuestamente, repito) pronuncie su nombre, todos a una respondamos, a la vieja usanza: ¡presente! De hecho el libro que don Andrés ha tenido a bien querer presentar en Barbate, donde comenzó su andadura como enseñante, en su portada, nos muestra una fotografía de un grupo de alumnos de Barbate, entre los que está Pedro, y, a continuación, abre sus páginas con un emotivo capítulo titulado “Yo, marinero”, dedicado al “Cai”.

Por tanto. los compañeros aprovecharemos esta coyuntura para homenajear doblemente al maestro y al compañero de colegio. Al uno por haber estado presente siempre en nuestro corazón como un maestro humanista y entregado, y al otro por haber sido una persona sencilla y ejemplar, simpático y cordial que, sin hacer ningún ruido, pasó por la vida dispuesto siempre a aportar su granito de arena, trabajando en actividades deportivas con niños y jóvenes desde la Peña San José de la que era socio destacado.

El libro está prologado por Don Miguel Calderón Campos, hijo del fallecido don Miguel Calderón Campoy, otro maestro de Ceuta que, como don Andrés, inició su carrera en el entonces Colegio Nacional Generalísimo Franco, actual Centro de Educación Infantil y Primaria “Baesippo”, y consta de cuatro capítulos correspondientes a cada uno de los colegios en los que don Andrés ha impartido su magisterio.

Está escrito con un estilo ameno y sencillo, casi didáctico, que facilita su lectura y nos acerca con más profundidad a la labor diaria de un maestro y que nos muestra, además, el amplio espectro de intercambios de experiencias humanas y pedagógicas que supone toda una vida dedicada a la enseñanza.

Me referiré preferentemente, por razones obvias, al capítulo que don Andrés dedica a Barbate, tanto en la primera parte como en la segunda de “Vivencias de un maestro”.

En ambos volúmenes se relatan historias humanas en las que los protagonistas son los alumnos, algunos de ellos tan peculiares, que no ha necesitado don Andrés nombrarlos para que podamos reconocerlos. Rápidamente la memoria se activa y recupera, con los datos aportados por don Andrés, los nombres y los rostros de aquellos niños subidos hoy a la cima de su madurez.

Completan la memoria docente de don Andrés unas fotografías en blanco y negro que nos acercan más a aquella etapa de nuestras vidas donde el contexto histórico, las circunstancias familiares y las influencias ejercidas por aquellos viejos maestros comenzaron a configurar nuestra personalidad y donde recibimos aquella primeras lecciones que, con mayor o menor fortuna, nos han ayudado a todos a forjar nuestro particular destino.

Les recomiendo su lectura pues no siempre se tiene la oportunidad de entrar, de la mano de un maestro enamorado de su profesión como don Andrés Gómez, en un aula, y ser testigo de primera fila, de las múltiples “vivencias” que pueden acaecer en ese pequeño universo de experiencias compartidas. Y todo ello sin olvidar la proyección humana y trascendente que el hecho educativo puede generar en sí mismo.
 

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