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OPINIÓN - MARTES, 28 DE NOVIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Efecto disuasorio
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Considero que, para que una ley sea eficaz y alcance sus objetivos, tiene que tener, antes que nada, un efecto disuasorio. Y la Ley del Menor, que nació fallida y pamplinera, bucólica y pastoril, sigue sin tener el suficiente rigor como para poner firmes a los delincuentes juveniles. Todos sabemos lo que los legisladores parecen ignorar y no digamos los Poderosos, que viven directamente en otra dimensión atiborrada de escoltas, seguratas, coches blindados y medidas de seguridad, corriendo escaso riesgo de que un berraco de una mara les apuñale en una esquina, un rumano le abra el coche en mitad de la Castellana y les robe a golpes hasta la dentadura postiza o unos chorizos majen a palos a sus hijos en un centro comercial para sustraerles las zapatillas de deportes. La inseguridad y el miedo los padece, en primera persona, el pueblo soberano, el mismo que costea el que, veinte policías, velen las compras de una pareja de privilegiados o que se flete un avión para ir a Londres a comprar en Zara. Oigan ¡Que amargamiento!.

Pero no hoy no voy de agravios, eso se lo dejo como modus vivendi a las minorías, que viven de capitalizar y rentabilizar sus listas de agravios. Aunque no puedo negar que, el que no se tomen medidas resolutivas ante problemas que nos agobian me angustia, como a todos. Y llegará un momento en que, en las alturas, comprendan, que la única solución para la criminalidad juvenil está en rebajar la edad penal de nuevo a los dieciséis años, de modo que los delincuentes, a partir de esa edad, pasen a ser competencia de los Jueces de Instrucción, servidora tiene mucha fe en los Instructores, mucho más que en los Jueces de menores y eso que tengo como madre de mi ahijada Paula a María Luisa Roldán que es la mejor y más sagaz Jueza de Menores de España y lo digo sin ánimos de señalar y mejorando lo presente. Pero los zagalones que delincan en el arco de los dieciséis a dieciocho años a módulos de menores de las cárceles, donde cuentan con la magnífica atención de las Juntas de Tratamiento y de la de Régimen, con todas las posibilidades de reinserción y reeducación de manos de educadores, psicólogos, criminólogos, asistentes sociales y antes que nada con una disciplina carcelaria y con unas normas de comportamiento y de convivencia rígidamente mantenidas por los funcionarios.

La cárcel impresiona, los reformatorios no. Reformar con pamplinas puede ser eficaz e incluso dar resultado desde los doce años, donde el chaval difícil aún es recuperable, hasta los quince. A partir de los dieciséis y teniendo en cuenta la nueva delincuencia dura de las maras sudamericanas que estamos importando y más dura aún de los países del Este con sus mafias que obligan a los niños a robar desde que comienzan a andar y teniendo en cuenta también la caída en picado de los valores, que no es que estén en retroceso sino que no existen y vemos a chicos de catorce años o menos apaleando a un maestro y grabándolo con el móvil, ante la dura realidad es necesaria una respuesta.

Por el bien de los jóvenes y para frenar en seco el que estén opositando para ser futuros inquilinos de los Centros Penitenciarios. A partir de los dieciséis que breguen con ellos los Jueces Instructores y que les reinserten desde las cárceles. Y tendrá que ser así.
 

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