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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

De la “tolerancia”
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Existen palabras y términos, que, a fuerza de repetirse, se abaratan y pierden su auténtico significado hasta convertirse en una especie de ñoñas coletillas, políticamente correctas, pero vacías de contenido, amen de empalagosas.

Particularmente me pasa con el uso y abuso de la palabra “tolerancia” que, para estar bien pronunciada ha de acompañarse de una serie de gestos irrenunciables y con la adecuada entonación lacrimosa, tipo doblaje de las películas de los años cuarenta. ¿Qué cual es la gestualidad que ha de acompañar a la invocación del término? Pues a saber, una expresión entre bondadosa y contrita, intentando que, el rostro, refleje la emoción que embarga el espíritu de quien la invoca. Porque, quien pregona y “se siente” tolerante, se tiene por persona extraordinariamente bondadosa y sacrificada.

¡Memeces!. El montaje, desde un principio está mal enfocado y la semántica desastrosamente utilizada. Pongo ejemplos ¿Qué se puede pensar de un esposo que diga que “tolera” a su mujer? Pues ese “tolerar” no tiene más vuelta de hoja interpretativa que significar que la “soporta” y la “aguanta” y para la cónyuge sería extraordinariamente insultante. ¿Cómo se interpreta que un jefe diga que “tolera” a su empleado? Pues poco menos que le “soporta” haciéndole un favor. Utilizada así la acepción resulta claramente ofensiva. De hecho, yo rechazo con indignación que me “toleren” porque detesto el buenismo profesional y no soporto la sublimación hipocritona de las virtudes lacrimosas como son la compasión y la caridad.

Antes que “tolerancia”, “compasión y caridad” prefiero justicia y respeto. Que me respeten si. Que me “toleren” no. Que sean justos y equitativos con mi persona si. Que sean “compasivos” o “caritativos” no. El que usa y abusa de la “tolerancia” va en plan salvador compulsivo y yo no quiero que nadie nos salve ni a mi ni a los míos. Nosotros queremos ser tratados con justicia, con respeto y si hacemos méritos para ello, ser aceptados o incluso queridos.

A servidora ustedes la pueden querer, algo por lo que les estaré muy agradecida, pero si dicen que me “toleran” es que me soportan malamente, con una especie de calzador, casi a la fuerza y porque no tienen más remedio y si es así, prefiero largarme adonde me acepten, me valoren y me aprecien. Todos tenemos nuestra dignidad implícita al ser humano y merecemos mucho más que ser meramente “tolerados”.

¿Ven como las palabrejas de moda se abaratan y acaban siendo top manta? Burdas expresiones de sentimientos mal definidos y calificados. Cuando dicen que Ceuta es un ejemplo de “tolerancia” flaco favor el hacen a la ciudad, porque significa que, la ciudadanía “se tolera”. No se quiere, ni se aprecia,ni se respeta por principios, ni son colegas o amigos, conviven “tolerando” es decir, soportando. Y servidora, la maestra liendre, que de ná sabe y de tó entiende, ni quiere soportar ni que la soporten. Es más, rechazo con auténtica irritación ser “tolerada” me resulta humillante, como si me estuvieran haciendo un raro y valioso favor. ¿No consideran la utilización y el abuso del término como algo condescendiente y altivo? Eso pasa siempre. Porque nuestros Poderosos están malamente asesorados por los tiralevitas, que no aconsejados por los más sagaces críticos. Los palmeros que se desollan las manos y se parten el culo en alabanzas son bien “tolerados”, a los críticos no se les puede soportar, por mucho que también esté de moda invocar la “crítica positiva” que consiste en dar la razón y rechazar la “crítica negativa” que consiste en exponer con objetividad defectos y aristas que hay que limar.

¿Qué si yo me definiría como intolerante? Pues ni más ni menos como ustedes. No toleramos abusos,ni que se aprovechen de nosotros,ni aguantar y soportar por imposición, ni cacicadas, ni que nos victimicen, ni que nos chupen la sangre y nos parasiten. Porque es insoportable e inaguantable y no hay quien lo encaje sin efectos secundarios, como la infelicidad y la irritación. Personalmente presumo de no haberme confesado “tolerante” jamás, porque nadie soy para ir presumiendo, en plan superior, de “soportar” desde mis alturas. Yo prefiero intentar ser justa, respetar lo que merece respeto, aceptar lo que merece aceptación y nunca jamás desde una especie de moral del sacrificio en plan ¡Que buenos somos porque les “toleramos”!. Porque quien vive aguantando y tragando, sacrificándose y porcuelado, no es un santo, sino un jilipollas masoquista, con la autoestima al nivel de las boñigas y más tonto que bailar la música del telediario.

Hay que variar la terminología y la moral de ser profesionales de la buena conciencia y del sacrificio más abnegado. Porque esto no parece una sociedad sino un martirologio, amén de un campeonato para obtener el record Guiness del mutuo aguante. Y quien mucho soporta y aguanta acaba por reventar, porque hace mucho que se superaron arcaicos conceptos como lo de que, el mundo, es un valle de lágrimas, que hemos nacido para cargar con una cruz y que nacemos para sufrir y morir. La moral sufridora para quien tenga auténtica vocación de martirio y presente alguna anomalía psiquiátrica digna de ser tratada por profesionales. Nosotros, la gente normal, los pepitos, los curritos y las marujas, hemos nacido para ser felices, o al menos intentarlo, pero no para vivir amargados por imposiciones supuestamente éticas y que son un puro invento de marketing político. Nosotros no queremos que, nuestras vidas, las marquen los slongans acuñados en esos despachos enmoquetados cuyos moradores pueden permitirse “tolerar” desde los años luz de sus privilegios.

¿Se figuran que el Zetapé apareciera en un mitin diciendo que “tolera” a los españoles? ¡Nos lo comíamos! En plan ¿Pero que se ha creído este mindundi? ¿Pero quien se cree que es?. Cuidadito, cuidadito con el lenguaje y con el uso y abuso de palabras cursis, porque pueden ofender y hacer sentir que “todo” el pueblo vive merced a un inmenso ejercicio de sacrificio y tanto fue el cántaro a la fuente que, al fin, se rompe. ¿La vacuna contra el mal empleo de los términos? Pues la reflexión objetiva y la utilización racional del lenguaje, para que no se convierta en un lenguaje de pancarta, pasquín o cartel, encargado a unos publicitas y diseñado para “quedar bien” o dar “ buena imagen” y el personal no se queme y recele. Porque, el buenismo empalaga y repele a las mentes normales y prácticas, es una inmensa tomadura de pelo para quienes somos ciudadanos de a pie y estamos en primera línea. Los despachazos y los coches oficiales con escoltas no son primera línea, sino la dorada retaguardia. Hacer realista el lenguaje, cambiar cursilerías por sustantivos que conlleven absoluto respeto a las sensibilidades: justicia, respeto, afecto, aceptación. Inmenso error quien asume intelectualmente que “los buenos” “toleran” desde su infinita superioridad a “los otros”. ¿Existe en el lenguaje mayor crueldad y mayor exclusión?.
 

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