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OPINIÓN - MARTES, 12 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

En primera línea de combate
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Soy abogado. Desde hace veintiséis años. Y de lo que estoy viviendo, profesionalmente, en estos momentos, no tengo referencias anteriores. Ni me sirve la experiencia de perro viejo del Derecho. Será que, aunque los malos tratos contra las mujeres han existido siempre, el problema estaba tan encriptado como esas fatwas que lanzan por Internet los integristas islámicos y que ahora condenan a Gustavo Arístegui por “islamofobia” ¿Qué quien puso la diana al diplomático español experto en asuntos árabes? Pues un mamarracho llamado Mansur Escudero que es el presidente de no se que comisión islámica, un converso radicalizado, aunque el Mansur, en lugar de dar la cara ha echado el culo para atrás, esperando la lógica y durísima respuesta penal a su fechoría.

Terror encriptado en el seno de la familia, silencios cómplices en el entorno y un Síndrome de Estocolmo generalizado entre las maltratadas que les hacía besar la mano del verdugo el día que no las hartaba a palos. Pero, en la era de la información, han sido demasiadas las campañas y demasiado demoledores los mensajes, comenzado, mal nos pese, por tantas famosas y famosillas de la casquería del corazón, que han mercadeado con sus penas y con sus palizas, cheque en mano, ante el micrófono y con la cámara de televisión en directo, enviando sus miserias a millones de hogares. Hablando. Y eso en lo importante: ser capaz de contarlo y de acudir al Juzgado de Guardia o a la Comisaría a relatar el calvario y que el mecanismo se ponga en marcha.

Y se pone. Testigo directo estoy siendo del hecho. Estoy viviendo una primera línea de combate, demasiado repetida, demasiadas veces como para no estar profundamente alarmada. ¿Pero que está pasando? A este paso , amen de llevar el registro general de ADN y controlar la venta de tarjetas para móviles para tener controlado a todo el personal, algo lógico en la situación de guerra soterrada contra el Mal que estamos padeciendo, tendrá también que controlarse psiquiátricamente a “toda” la población civil para evaluar desequilibrios psíquicos y aplicar medidas precautorias.

Las mujeres a las que he asistido últimamente, cuya identidad, como es lógico, soy la primera en salvaguardar, no provenían de un ambiente marginal ni desestructurado, sino de una clase media normal, medianamente próspera y medianamente culturizada. Un denominador común en ambas, un factor que estoy encontrando en muchas víctimas: los maridos consumían cocaína y eran lo que se ha dado en llamar “bebedores sociales” que viene a significar que no agarran normalmente la melopea, sino de cuando en cuando, en plan buen rollito, entre amigos, de fiesta y luego las rayas para despabilarse y la vuelta al hogar para armar la bronca por cualquier nimiedad. ¿Toxicómanos? Ante la policía que corre como fuguillas a detenerles, nada más ser denunciados, tajantes negativas. “¿Yo drogadicto? ¡Eso es mentira!¡Ella que es una histérica y miente para hundirme!”. Pero si. Si son drogadictos, no miserables enganchados que acaban mendigando para una paquetilla con las venas rotas y los pulmones roídos por la tuberculosis, pero son drogadictos porque, cada semana, de fiesta o sin fiesta, tiran por la nariz para darse ánimos, por diversión o por afición, en plan social en plan “Esto lo toma todo el mundo” Con el handicap de que ese “todo el mundo” que se mete mierda en las neuronas, se neurotiza, se desequilibra, puede sufrir episodios psicóticos y, sencillamente, no controla.

De mis dos últimas maltratadas, a una la creyeron, porque llevaba un parte de lesiones y la marimorena judicial incluyó la orden de alejamiento y el juicio rápido. A la otra desdichada, muy jovencita, la pusieron en cuarentena, porque no aportó “el parte”. ¡Aviso a las navegantes! ¡Hay que aportar el parte! Por mucho que, las bofetadas habituales, pasen sin pena ni gloria y se tarde un mundo en denunciar, cuando los moretones incluso ya han desaparecido. Para denunciar hay que tener su picardía y acudir, tras la paliza o la agresión, al dispensario a por “el parte” e intentar ir señalada, porque si no te señalan o la patada ha sido en el estómago o te han metido la cabeza dentro de una bolsa de plástico para asfixiarte, o te han arrastrado de los pelos, si no hay “las secuelas de la agresión” no hay agresión. Lo cuento desde la primera línea del frente donde acabo de ver a una joven, majada a palos, ser dada por poco fiable y no dictar orden de alejamiento contra el pepito porque ella no iba chorreando sangre . Y ahora, para demostrar los malos tratos tenemos que buscar testigos, la médico de cabecera que la vio llena de moretones, las vecinas que escuchaban sus gritos, la conocida que la consoló cuando le dieron de hostias y llevaba la cara como hinchada por la cortisona.¡Que crueldad! ¡Y que desinformación! Hasta para ser considerada víctima hay que demostrarlo cumplidamente, porque ahora ha dado por decir que hay muchas denuncias falsas. Y puede haber alguna. Pero las mujeres a las que yo he acompañado tras tomar esa decisión esencial de sus vidas, que es denunciar, una decisión que puede madurarse durante meses o durante años, esas mujeres, iban como juguetes rotos, totalmente desconfiadas y sin sentirse en absoluto protegidas por futuras órdenes de alejamiento. Porque ya está visto que el alejamiento es un leve paliativo, que no un remedio, el remedio es, de entrada, la prisión incondicional, para que se calme la mala leche y después esa figura jurídica del destierro que existe en nuestras leyes para ser aplicada.

Dicen los expertos que, los maltratadotes, no son locos sino seres perversos. Yo estoy en parte de acuerdo, porque la maldad existe, pero siempre la he visto asociada a alguna anomalía psíquica relevante, de hecho, los psicópatas, son seres de apariencia normal y capaces de llevar una vida normal, aunque tengan el cerebro agusanado. Pero el caso, es que, según mis estadísticas personales, a todos los violentos que estoy teniendo la desdicha de conocer en calidad de imputados, a la perversidad manifiesta se les une alguna adicción. Y encima siempre niegan y no solo niegan, estoy presenciando con estupefacción como mucho berraco llega a alegar “malos tratos mutuos” es decir, que ambos se pegan y también que “Ella empieza y yo me defiendo”.

La primera línea de combate es muy distinta a ver la guerra desde una trinchera o desde la terraza de un hotel, que es como se cuentan ahora muchas guerras, la primera línea es la de las lágrimas, las de la sudorina de ansiedad, la del pánico incontrolable “¿Y después de denunciar tengo que verle? ¿Me lo van a poner delante?”. No, no hay que verle, ni le ponen delante, pero sin “el parte” poca cosa hay que hacer o “el parte” o una reata de testigos, cuando un simple psiquiatra forense podría determinar en el acto si, la mujer, es una víctima hecha polvo psíquicamente o es una ventajista que va a sacar rédito del tema del maltrato. Las mías, por desgracia, han sido víctimas y no lagartas, me crean, en la primera línea hay muchos padeceres, muchos sudores, muchos apretones de mano para reconfortar. ¿Qué si en primera línea está el Mansur Escudero con sus dianas perversas? No ese salió por patas, negando y renegando.

Negar es el recurso de los miserables. Y donde me encuentro ,en la línea de fuego estoy teniendo la mala suerte, maldita sea, de conocer a muchos.
 

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