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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pepe Jordán
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El editor de este periódico, a quien suelo ver de higos a brevas, me ha dicho que últimamente vengo hablando mucho de fútbol. Y debe ser verdad, pues me consta que él se lee cuanto escribo. Pero en sus palabras he notado algo así como que no vayan a creer los directivos de la Asociación Deportiva Ceuta que aquí gustamos de airear los defectos que tiene el equipo. Pues no es así. Y quienes lo crean se equivocan y desconocen mi forma de actuar.

Lo que sucede es algo muy normal: se me ha pedido que opine de la ADC, por parte de personas muy comprometidas con el club y seguidoras acérrimas de éste, y me he visto obligado a acceder. De ahí que haya ido al Murube a ver los dos partidos que se han jugado ya. Tampoco le puedo hacer ascos a los lectores que buscan mi parecer, aunque en el empeño puedan muchos de ellos acordarse de todos mis muertos. Lo cual es algo que tengo asumido. Ante esas circunstancias, no sé si terminaré por aburrirme y desertar del campo, o bien seré un asiduo de los partidos de casa y un seguidor constante de salita de estar, en cómoda butaca, cuando funcione la televisión.

Por cierto, ambos encuentros, es decir, los jugados frente a emeritenses y marbelleros, los he visto a la vera de Pepe Jordán. Un tipo que arbitró en categoría nacional y con quien pegar la hebra supone siempre un placer. Algo raro en mí, puesto que me agrada ser espectador solitario para que nada distraiga mi atención de cuanto acontece en el césped. Aun así, o sea, a pesar de ver los partidos intercambiando impresiones con Pepe, no sólo pude darme cuenta de los problemas del equipo, sino que también, aunque sea lo de menos, Jordán es testigo de que cuanto le iba diciendo se fue cumpliendo con la misma exactitud con la que dicen que funcionan los relojes suizos.

En no pocas ocasiones, he escrito que en el fútbol actual se impone que el entrenador tenga en las gradas a alguien, con capacidad futbolística suficiente, para que le recuerde los errores que se producen en el terreno de juego y acuerden de qué manera se pueden enmendar. Me explico: yo estaba sentado muy cerca del lugar por el cual transitaba Carlos Orúe, enfrascado en parar las arremetidas de los jugadores del Marbella, quienes avisaban constantemente que podían batir a Novoa. Pero el entrenador no acertaba o los futbolistas no lo entendían.

Desde mi posición, y con la tranquilidad que produce el ver los toros desde la barrera, me daban ganas de ponerme en contacto con el buen técnico jerezano, a fin de indicarle que sus problemas podían ser solucionados en un periquete. Que tenía una brecha abierta en el lado derecho de su equipo, por la que entraban los visitantes como Pedro por su casa. Un agujero que, de no arreglarse deprisa y corriendo, hundiría irremisiblemente la embarcación. Miraba, una y otra vez, los esfuerzos que hacía Amézaga, por ejemplo, por remediar los ataques en oleadas que recibía por su lado. El hombre pedía ayuda, pero ésta no le llegaba nunca; si exceptuamos los cruces que hacía el omnipresente Sandro.

¡Que poco aportaba De Gomar a la hora de defender! Estuvo todo el tiempo más pendiente de aprovechar el fallo de sus rivales que atento a parar los contragolpes de su marcador. Y ese pasillo lo aprovechaba el Marbella para atacar y, de paso, destrozaba todo el orden del medio campo y ponía de los nervios a los defensores locales. Perdido Ramírez, ausente Narváez, y sin participar Navarro, la parcela central se convertía en un calvario para el bregador Víctor Vía. Lo ideal hubiera sido tapar la vía de agua, nada más producirse, y entonces el enorme esfuerzo de Herrera y, cómo no, de Sandro, habrían tenido premio. Tal vez el de la victoria. El fútbol es así...
 

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