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OPINIÓN - DOMINGO, 24 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Renovarse para evangelizar

Por Antonio Ceballos Atienza


Mis queridos sacerdotes, amigos del alma:

Al comienzo de curso pastoral 2006-2007, y después de un merecido descanso, me ha parecido bien entrar en comunicación con vosotros y recordaros algunos aspectos esenciales a tener en cuenta en nuestra vida y ministerio de presbíteros. Con el mayor aprecio y amor que os tengo a cada uno de vosotros, os escribo estas líneas, en este momento actual y desafiante, en la sociedad y en la vida de la Iglesia, que urge un gran impulso misionero y evangélico, así como una entrega revestida con un espíritu valiente y humilde.

Gracias a todos


Ante todo, doy gracias al Señor y a todos vosotros, queridos sacerdotes, por la gran tarea pastoral que cada uno de vosotros estáis llevando a cabo en la misión apostólica que tiene confiada durante este curso pastoral. Doy gracias a todos los sacerdotes mayores, que sois un tesoro en nuestra Iglesia de Cádiz y Ceuta por vuestro celo apostólico y por los trabajos pastorales realizados y los que aún seguís realizando. Agradezco vivamente vuestra entrega generosa a todos los sacerdotes de edad intermedia, que actualmente lleváis el peso pastoral y apostólico en nuestra Iglesia en estos tiempos difíciles y recios.

Estoy también muy agradecido a los sacerdotes jóvenes, que generosamente estáis ilusionados con la misión apostólica que se os ha confiado en esta nueva singladura de vuestra vida. Muestro mi agradecimiento a los religiosos, religiosas, personas consagradas, tanto de vida activa como contemplativa, que ocupáis un lugar apostólico irreemplazable y testimonial en el corazón de la Iglesia diocesana. Gracias a todos los laicos por el esfuerzo apostólico que vais realizando ya, desde el mismo Sínodo diocesano, tanto en las parroquias como según el carisma o movimiento que el Señor ha concedido a cada uno de vosotros para la edificación de la Iglesia.

Renovarse para evangelizar


Todos juntos tenemos que hacer este camino apostólico, inspirados en el estilo de vida que el Papa Juan Pablo II le gustaba repetir y que nos invitaba a vivir permanentemente con ese “volver al modelo apostólico primero” (Apostolicam vivendi formam). Todos juntos, a la manera de los apóstoles, con este estilo de vida evangélica, llevamos en lo más profundo de nuestro corazón sacerdotal, a todos los laicos y consagrados, ya que sin ellos es imposible atender a todas y cada una de las necesidades pastorales en esta nueva travesía evangelizadora. Entremos más adentro, en la espesura de la nueva evangelización y en la hondura a la que somos llamados. Considero que estamos viviendo uno de los momentos más hermosos, evangélicamente hablando, que vive nuestra Iglesia; un momento de gracia y de hondura, que con ilusión y entusiasmo desea renovarse continuamente a la luz del Evangelio. Este momento de gracia exige el espíritu y la presencia del modelo apostólico de San Pablo y su impulso misionero. La vida y ministerio de los presbíteros se encuentra en estos momentos con serias dificultades para transmitir la fe a quienes no tienen disposición ni, en ocasiones, capacidad para recibirla. Esta situación produce efectos muy negativos en los agentes de pastoral: catequistas y, muy particularmente, en los sacerdotes. A diario se enfrentan con una tarea evangelizadora que supera sus fuerzas y les produce un innegable cansancio. “El mundo, dirá el Papa Benedicto, tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios tiene que vivir en nosotros y nosotros en Él. Esta es nuestra llamada sacerdotal: sólo así nuestra acción de sacerdotes puede dar fruto”.

Algunos medios indispensables para el camino de la renovación para la misión


4.1. El Señor quiere ejercer su sacerdocio a través de nosotros

El estilo de vida del modelo apostólico primero exige que volvamos a considerar lo maravilloso que es ser hoy sacerdote, tal y como nos lo ha mostrado el Papa Benedicto XVI cuando dice: “El misterio del sacerdocio de la Iglesia está en el hecho de que nosotros, míseros seres humanos, en virtud del sacramento del orden, podemos hablar con su “yo”: “in persona Christi””. Por eso, “para que el ajetreo diario no marchite lo que es grande y misterioso, necesitamos volver a aquella hora en la que Él puso sus manos sobre nosotros y nos hizo partícipes de este misterio”. El Señor quiere ejercer su sacerdocio a través de nosotros. Esto hace que vivamos con ilusión, humildad y valentía la misión que se nos ha confiado.

4.2. El mismo Señor es el que nos impuso las manos


Entremos en la hondura del misterio de nuestra vida y ministerio como sacerdote. En este mismo sentido es impresionante recordar que en el gesto sacramental de la imposición de manos por parte del obispo, es el mismo Señor el que nos impuso las manos. Este signo sacramental resume todo un recorrido existencial y explica la radicalidad y sencillez evangélica para ser transparencia de Jesús en el camino y en la mesa.

Con este gesto el Señor toma posesión de nosotros diciéndonos: “Tú me perteneces. Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú estás protegido bajo el hueco de mis manos y te encuentras en la inmensidad de mi amor. Estás en el espacio de mis manos, dame las tuyas (...) ¡No tengas miedo! Estoy contigo. ¡No te dejo, y tú no me dejes!”. La vivencia entrañable de esta realidad en nuestra vida y ministerio hace que caminemos con esperanza.

4.3. Ser sacerdote es ser hombre de oración


El estilo de vida del modelo apostólico primero postula en la vida y ministerio del sacerdote el “ser hombre de oración”. Ser sacerdote, ser amigo de Jesús, significa ser hombre de oración.

Después de largos años de vida de ministerio, considero que un sacerdote, cada día, debe dedicar la mañana a la oración apostólica y al estudio de la Palabra de Dios, y la tarde a la acción pastoral. Jesús se retiraba durante muchas noches enteras “a la montaña” para rezar a solas. También nosotros tenemos necesidad de retirarnos a esa “montaña” de la oración para entrar en una relación íntima con Jesús. “Esto significa, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, que tenemos que conocer a Jesús de una manera cada vez más personal, escuchándole, viviendo junto a él, estando con él. Escucharlo en la “lectio divina”, es decir, leyendo la Sagrada Escritura, pero no de una manera académica sino espiritual; de esta manera aprendemos a encontrar a Jesús presente que nos habla (...). La lectura de la Sagrada Escritura es oración, tiene que ser oración, tiene que surgir de la oración y llevar a la oración”. Es importantísimo en el sacerdote el rezo de la liturgia de la horas como oración de la Iglesia, ya que es la oración de los sin voz y de los pobres. Es de sumo interés recordar que el apóstol de Andalucía, San Juan de Ávila, en su tiempo, dedicaba dos horas de oración por la mañana y dos horas de oración por la tarde.

Mis queridos sacerdotes, si estamos dedicados a la oración y contemplación y al estudio de la Palabra, podremos ser creativos para estar hoy al lado del mundo de la cultura y de los pobres; al lado de los inmigrantes y del mundo del trabajo, y también de la nueva situación social y política; aprenderemos a estar al lado de los jóvenes y de la familia, y en la formación de un catecumenado permanente de adultos. Comprendo que para tener esta actitud contemplativa hay que educar ya, desde el mismo Seminario, en los noviciados y lugares de formación, y en las parroquias, dado que el creyente del siglo XXI o es un contemplativo o no tiene nada que hacer, como decía el Papa Juan Pablo II. Esta actitud contemplativa no es exclusiva de los monasterios de clausura, religiosos o presbíteros, sino que debe estar también al alcance de todos los laicos, porque juntos tenemos que hacer este camino evangelizador. La contemplación apostólica hay que vivirla tal y como la vivió el apóstol San Juan “in sinu Jesu”. El mismo Jesús ya vive “in sinu Patris”. El apóstol “in sinu Jesu et in sinu ecclesiae”. El sacerdote debe permanentemente recostar su cabeza sobre el pecho de Jesús, todos los días, con una actitud contemplativa para recoger los latidos del corazón apostólico de Cristo y poder llevar esos mismos latidos a la tarea evangelizadora.

4.4. Ser sacerdote es ser amigo de Jesús. Fraternidad sacerdotal y fraternidad apostólica


El estilo de vida del modelo apostólico primero pide, en la vida y ministerio de los presbíteros, “ser amigos de Jesús”. También hay que cuidar e intensificar la vida de fraternidad íntima entre los presbíteros y la fraternidad apostólica con los laicos, religiosos, religiosas y consagrados. Los sacerdotes somos amigos de Jesús. Así nos lo recuerda el Papa Benedicto cuando dice: “No os llamo ya siervos, sino amigos (...) El Señor nos hace amigos suyos: nos confía todo; se confía a sí mismo para que podamos hablar con su “yo” “in persona Christi capitis”. ¡Qué confianza! Verdaderamente se ha puesto en nuestras manos. Este es el significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de Jesucristo. Tenemos que comprometernos con esta amistad cada día. Amistad significa comunión de pensamiento y de voluntad (...) La amistad con Jesús es siempre por antonomasia amistad con los suyos. Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con Cristo total, con la cabeza y el cuerpo; en la lozana vid de la Iglesia animada por su Señor”.

El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, subrayó la necesidad de “hacer de la Iglesia la casa y escuela de la comunión”. Hace ya algunos años que venimos promoviendo y animando una espiritualidad de comunión y fraternidad, esforzándonos incansablemente, a fin de que este sea uno de los principios educativos de fondo en todos los ámbitos: en la parroquia, asociaciones, hermandades y movimientos eclesiales, en todos los organismos diocesanos y, sobre todo, en el Seminario, en los noviciados de vida consagrada y entre los laicos. Hay que potenciar los encuentros ordinarios, viviendo el misterio de comunión para la misión.

4.5. Disponibilidad interior para aprender para la vida: la formación permanente


El estilo de vida del modelo apostólico primero exige, también, la formación permanente, entendida como la “docibilitas”, es decir, disponibilidad interior para estar siempre dispuestos a aprender para la vida. San Pablo, en la segunda carta a los corintios, nos presenta un modelo de actuación. Un modelo de vida de ministerio ejercido en circunstancias difíciles.

El apóstol, en el último tramo de su vida apostólica, en plena noche oscura del alma, confiesa que todavía no está vuelto del todo al Señor, porque le molestan sus flaquezas, aún no está reconciliado con sus flaquezas y debilidades y ruega al Señor insistentemente que le libre de esa situación. Él afirma: “Por tres veces rogué al Señor que se alejase de mi”. Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome, sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 8-10). El apóstol Pablo, una vez que escucha aquellas palabras de Jesús: “mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”, queda reconciliado con sus flaquezas, entiende y acepta sufrir evangelizando en debilidad y fragilidad, como un encargo que ha recibido del Señor Jesús. El Señor es la fuerza en la debilidad. El Señor es la energía en la dulzura. El Señor es la medida, el canon, el camino de la vida apostólica, por eso grita: “por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente...”(2 Cor 12, 15). Después de Cristo ha sido el apóstol Pablo el que mejor ha vivido el misterio pascual.

Nuestro presbiterio diocesano durante este curso 2006-2007 va a estudiar, meditar y orar en formación permanente “in situ”, y en los retiros de arciprestazgos, esta situación descrita por el apóstol Pablo. De esta forma considero que encontraremos, también, este estilo de formación permanente para la vida apostólica y la nueva evangelización, con un nuevo ardor y nuevos métodos.

5. Llamados a ser santos en el camino ordinario de cada día


El estilo de vida del modelo apostólico primero exige, en la vida y ministerio de los presbíteros, vivir la propia vocación a la santidad en el camino ordinario de cada día, mediante la caridad pastoral. El obispo y los presbíteros tenemos que vivir nuestra propia vocación a la santidad en el ejercicio de la caridad pastoral, en un contexto cotidiano de dificultades externas e internas, de debilidades y fragilidades propias y ajenas, de imprevistos cotidianos, de problemas personales e institucionales. Esta situación cotidiana debemos afrontarla con entrañas de misericordia, amor y equilibrio, armonizando los múltiples compromisos entre sí y celebrando los divinos misterios, la oración privada, el estudio personal, la programación pastoral, el recogimiento y el descanso necesario.Con la ayuda de estos medios y, sobre todo, en el ejercicio de la caridad pastoral y la gracia que Dios concede, desempeñemos cada día nuestro ministerio como verdaderos testigos de la esperanza, anunciando el Evangelio de la alegría y de la esperanza.

6. Vivir en un cenáculo permanente


El estilo de vida del modelo apostólico primero exige, en la vida y ministerio del presbítero, vivir en un permanente cenáculo, que la Iglesia lleva en su corazón, con María, la madre de Jesús, en actitud de oración para recibir el Espíritu Santo y salir a los caminos a anunciar el Evangelio de la esperanza. Sin el Espíritu Santo no podemos hacer nada y menos evangelizar. Como aquellos primeros apóstoles, en aquella primera hora de la Iglesia, los sacerdotes tenemos que permanecer con María en una actitud de oración. La Virgen nos enseña a mirar a Jesús, y nos enseñará a vivir en fraternidad. Ella nos alienta a recibir el Espíritu Santo que nos estimula a anunciar el Evangelio del Reino con ilusión y esperanza. Espero, mis queridos sacerdotes, que estas notas sencillas os puedan ayudar a la reflexión y oración personal y para encontrarnos en fraternidad sacerdotal y apostólica.

Reza por vosotros, os quiere y bendice. Vuestro Obispo,
Antonio Ceballos Atienza

 

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