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OPINIÓN - SÁBADO, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Víctima de sus mentiras
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace poco que se armó la marimorena porque Günter Grass, premio Nobel de Literatura, declaró haber sido miembro de las temibles Waffen-SS. Y cuando todavía colea la polémica sobre el autor del Tambor de hojalata, nos cuentan que Hemingway alardeó en unas cartas de haber matado a 122 prisioneros alemanes. Ha sido el periodista alemán Rainer Schmitz (de la revista Focus) quien, buceando en varias cartas de Ernest Hemingway, ha revelado que el escritor reconoció haber matado a más de un centenar de presos, totalmente desarmados, sólo por el placer de matar. ¿Verdadero, falso, exageraba Hemingway cuando le enviaba cartas a su editor, Charles Scribner, contándole los resultados de su carácter violento y su pasión por las acciones temerarias? No cabe la menor duda de que el portentoso escritor fue un mentiroso compulsivo.

He aquí lo que escribía en un día de 1949, referido a lo que había hecho por haber cumplido cincuenta años: “Hice el amor tres veces, maté tres palomas seguidas (unas muy rápidas) en el club, bebí un cajón de Piper Heidsieck brut con amigos y miré el océano en busca de peces grandes toda la tarde”. En suma: nada de lo que dijo el célebre escritor de sí mismo y poco de lo que dijo sobre otros puede ser aceptado sin corroboración.

Muchas de las mentiras más complicadas y reiteradas tienen que ver con su servicio en la primera guerra mundial. Todas ellas quedaron plasmadas en Adiós a las armas. Su mejor obra, y la que le dió fama y dinero. Ahí se inventó la historia de que había sido herido en el escroto, no una vez, sino dos, y decía que había tenido que apoyar los testículos sobre una almohada. La verdad es que fue herido, pero él hiperbolizaba el hecho. Tampoco es verdad que hubiera sido derribado dos veces por fuego de ametralladora y alcanzado treinta y dos veces por balas 45. Y, de paso, habló que había recibido el bautismo católico en lo que las enfermeras creían que sería su lecho de muerte.

Todas estas aseveraciones las cuentas Paul Johnson, en Intelectuales. Un libro en el cual podemos ver la cara y la cruz de unos hombres que se convirtieron en guías de la sociedad, aprovechando la decadencia del poder eclesiástico, en el siglo XVIII. Todo comenzó con Rousseau. Tampoco sale bien librado el escritor estadounidense de su paso por la guerra en España. Las malas lenguas dicen que se pasaba las horas muertas bebiendo y disfrutando del ambiente de los mejores locales del Madrid de entonces. Y que, por lo tanto, mentía cuando relataba lo ocurrido en el frente de Teruel.

Se le reconocen cuatro visitas al frente (primavera de 1937, primavera y otoño de 1938). Y escribió lo siguiente: “Mi simpatía está siempre con los trabajadores explotados, contra los terranientes ausentes, aunque beba con los terratenientes y tire a las palomas con ellos” El PC era “el pueblo de este país” y la guerra era una lucha entre “el pueblo” y los terratenientes ausentes, los moros, los italianos y los alemanes”. Dijo que el PC español le gustaba y lo respetaba, y que era “la mejor gente de la guerra”. Comparen estas declaraciones del Hemingwey de la guerra civil con la forma de vida que llevó en la España de postguerra. Y verán lo poco que el genio tenía de comunista.

“Matar es algo que me divierte y me produce placer”, y relata en la misiva cómo le dio muerte a uno de los más de cien muertos que se achaca: “Era un joven soldado que trataba de huír en bicicleta y le disparé por la espalda. Tenía la edad de mi hijo Patrick (es decir, 16 0 17 años)”. Pues bien, a pesar de todo, y aunque ser intelectual no exime de la maldad, yo sigo pensando que el violento escritor es víctima de sus mentiras. Eso sí, su recuerdo será sambenitado.
 

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