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OPINIÓN - LUNES, 14 DE ABRIL DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

La catástrofe de los alimentos

Por Maite Valderrama (*)
 


Acomienzos del año 2001 una representativa encuesta mostraba que aproximadamente 2,5 millones de alemanes se habían convertido en vegetarianos. Los motivos eran evidentes: la epidemia de EEB o encefalopatía espongiforme bovina (llamada enfermedad de las vacas locas), es sólo el primer punto culminante de un amplio escándalo relacionado con los productos alimenticios. ¿Sucederá en España algo parecido ahora que ha saltado a la luz publica la aparición de algunos casos de EEB?

Sin embargo quien dejó de comer carne de vacuno, pudo darse cuenta de que tampoco puede seguir comiendo carne de cerdo, porque hay rebaños enteros que han sido drogados con antibióticos.

Hay expertos que consideran que los antibióticos en nuestras comidas son tanto o más peligrosos que los priones de EEB. Y quien quiera “cambiar de tren”, ingiriendo ahora carne de pescado, se entera por los resultados de un reciente estudio de la Unión Europea de que los peces del Mar del Norte y del Báltico están contaminados con dioxina, lo que no es de extrañar a raíz del conocido envenenamiento de los mares. ¿Es entonces mejor recurrir a las carpas y truchas caseras?.

Sería estupendo, pero sólo si éstas no fueran alimentadas con sus congéneres del Mar del Norte y del Báltico que han sido elaborados y transformados en harina de pescado. Así van quedando sólo las aves de corral, pero tampoco de éstas excluye recientemente la Oficina Federal de Salud de Alemania el peligro de transmitir la enfermedad de la EEB, tampoco en el caso de ovejas y cerdos. Así se va cerrando el círculo vicioso.

Durante años se ha ocultado sistemáticamente a los consumidores el hecho de que estamos siendo sometidos a un gran experimento con alimentos que tienen muchos factores de riesgo, con pesticidas y venenos de hongos de la variedad de los mohos en las papillas para bebés, gusanos en el pescado, dioxina en las gallinas, hormonas en los turbocorderos y ahora además nuevamente EEB. Sin embargo el engaño y el exponer a los consumidores a muchos peligros continúa con gran actividad; el empeño de algunas multinacionales de introducir en nuestra dieta alimentos transgénicos puede ser un buen ejemplo de ello.

¿Quién sabe por ejemplo que aproximadamente un 75% de todos los productos alimenticios en Alemania pasan por “procesos de refinamiento” industrial?. Para que los huevos del desayuno tenga el color amarillo apropiado, se mezcla el alimento de las gallinas con el colorante correspondiente. El color rosado del salmón de mar es el resultado de la química alimentaria.

Las sopas instantáneas no tienen nada que ver con una sopa verdadera, sino que son el resultado de una complicada tecnología. La masa de la pasta se hace espumosa a base de fermentos para que los spaghetti se puedan preparar con más rapidez. El aroma de melocotón en el yogur se elabora de hongos y bacterias.

Muchas veces se utilizan productos de desecho como material básico de la industria alimenticia, así por ejemplo el llamado pastel de albúmina, que queda de sobra en la producción de carne de gallina, y que después de ser tratado con lejía de sosa acaba como suministrador de valores nutritivos en las sopas en latas; o los restos que quedan de la preparación de la soja, que se mezclan en el pan integral como fibra vegetal.

Una especialidad culinaria muy típica es el cóctel de mariscos, en el que se revuelven, trituran y aromatizan los restos de la pesca, prensándolos en forma de calamares o gambas.

No sólo los comederos de los animales se han convertido en “basureros de la sociedad de bienestar” (según Hubert Weiger de la Alianza Protectora de la Naturaleza, Bund Naturschutz, de Alemania), sino que también lo son entretanto los platos de comida de los hombres.

(*) www.vida-universal.org
 

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