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					Más sobrio que nunca en las formas y en el vestir más 
					italiano que siempre, De la Encina quiso poner ayer punto y 
					final a su etapa al frente de la Comisión Delegada del PSOE 
					para Ceuta haciendo una declaración de principios ante la 
					prensa, de cuyo trato se quejó sutil y reiteradamente. 
					Acostumbrado tal vez a otros niveles y a otras esferas, 
					porque, según dijo, él ha pasado en sus veinticinco años 
					“reales” de militancia por la administración local y 
					autonómica antes de llegar a la estatal, donde lleva ya 
					camino de los 16 años, el parlamentario nacional cuestionó 
					la insistencia de los periodistas en conocer cómo marchaba 
					la refundación de su partido durante el último año, 
					especialmente en las últimas semanas. Educado y respetuoso 
					como siempre, en ese y el resto de asuntos fue, durante la 
					generosa hora que duró su comparecencia, coherente con su 
					discurso y contradictorio con la realidad. 
					 
					Quienes luchan por aparecer en los medios de comunicación se 
					sorprenden de que alguien denuncie sus llamadas. Ayer, el 
					diputado no pudo criticar ninguna malinterpretación, 
					exageración o censura de sus palabras. Al contrario, se 
					dedicó a despreciar la atención otorgada a las “medias 
					verdades, que como todo el mundo sabe son las peores 
					mentiras” del ‘sector crítico’, escudado en el anonimato. 
					 
					Sin embargo, el parlamentario eludió responder a si no se 
					consideraba responsable en parte de haber devaluado la 
					calidad de los medios de comunicación, que en su práctica 
					totalidad ofrecieron (ofrecimos) a los renovadores. Hubiera 
					preferido, a tenor de sus palabras, que los periodistas 
					hiciesen de censores voluntarios en lugar de trasladarle sus 
					críticas para darle la oportunidad de exponer su versión de 
					los hechos. De la Encina no quiso aclarar si, colocando la 
					guillotina sobre las cabezas de quienes opinasen de forma 
					divergente, contribuía a incentivar su miedo a exponerse. En 
					cualquier caso, con su mayor o menor cobardía pagarán sus 
					cuitas si hoy no consiguen que su apuesta por un frente 
					común de izquierdas frente al proyecto del PP resulte 
					ganador o al menos demuestre tener apoyos para ser tenido en 
					cuenta desde ya. 
					 
					Como no se hizo, ayer desplegó miradas más que amenazadoras 
					reprobatorias entre los asistentes a su rueda de prensa. 
					Hace semanas que, ante el discurrir de los acontecimientos, 
					este periódico ofreció a De la Encina y a Carracao sus 
					páginas para exponer su propuesta para el partido y sus 
					argumentos sobre el proceso de afiliación en curso. 
					Desecharon la oferta en este y en todos los demás, dando 
					pábulo a que durante dos meses sólo se haya hablado de 
					trifulcas, amistades rotas, exabruptos verbales y puñaladas 
					traperas. 
					 
					Ayer, De la Encina dio la impresión de sentirse aliviado por 
					encontrarse a veinticuatro horas de dar carpetazo a un annus 
					horribilis, a un periodo en el que ha recibido las mayores 
					críticas mediáticas que se han oído de él en medios 
					nacionales afines al PSOE. En un puesto de envergadura como 
					el de portavoz de Infraestructuras de su partido en el 
					Congreso y en un ejercicio complicado, con varios problemas 
					de magnitud para su ministra y unos Presupuestos peliagudos 
					para repartir, el diputado ha acabado dando la impresión de 
					estar harto y superado por el ajetreo y el vociferío. 
					 
					Hace semanas trató de ceder parte de su responsabilidad en 
					Carracao, al que nombró portavoz de la Comisión Delegada, un 
					puesto que nunca ha querido ejercer y cuyas potestades ha 
					eludido expresamente asumir. Desde entonces, De la Encina 
					pareció estar cargando con una cruz más que con una 
					responsabilidad. 
					 
					Los hechos han acabado por minar su imagen como cargo 
					orgánico incapaz de cerrar disensiones (“no se ha reunido 
					con nadie porque ni había militancia ni me lo han pedido”, 
					afirmó) y tras varias idas y venidas de parecer, criterios y 
					plazos, anunció que la Asamblea sería en noviembre y no pudo 
					ser; condicionó la fecha de su celebración a la visita de un 
					alto cargo de la Ejecutiva Federal y ayer ni siquiera supo 
					decir el apellido de quien nos visita. Seguro que fue un 
					lapsus, pero nadie pudo ayudarle: “Abraham….”. Nadie conoce 
					su apellido. Aseguró que sólo por firmar a favor de un 
					Congreso Extraordinario no habría purga y Gema Prieto, 
					Rafael Leal, María Elena Torregrosa y otros han sido 
					inadmitidos por razones desconocidas que se negó a concretar 
					apelando al “respeto” que le merecen pero que, insistió, 
					“existen”. 
					 
					Ayer fue, como siempre, correcto, pero no mostró la misma 
					consideración hacia todos sus ex compañeros. Se cebó, por 
					ejemplo, con Javier Martínez, a quien vino a explicar que no 
					se le había admitido porque no pidió hasta que Palomo y su 
					Ejecutiva se derrumbaran que su ficha de afiliado se 
					trasladara a Ceuta. Si no lo hizo antes algo querrá para 
					hacerlo ahora, así que nada, fue el argumento que deslizó el 
					diputado tras falsear que ha pedido en tres ocasiones su 
					cambio de agrupación (lo ha hecho en dos) y de trastear de 
					nuevo con su relación con Zapatero, que nunca ha sido más 
					que coyuntural. Con Manuel Calleja también fue duro, aunque 
					no citó su nombre. En su caso el reproche fue decir que un 
					día le vio en el barco y no le saludó siquiera, una versión 
					de los hechos radicalmente distinta a la que este contó al 
					día siguiente de la escena. 
					 
					Hizo causas belli contra las apariciones y las críticas 
					virulentas en la prensa e incluso citó la portada en la que 
					un militante decía que habría que tirar la puerta de la sede 
					para recuperar el partido. La regla se podría aplicar a 
					Antonio Gil, que ha puesto la cara y el nombre más que 
					nadie, pero se desmenuza al saber que quien dijo aquella 
					frase, que descontextualizada y tergiversada ha servido para 
					tanto, sí estará en la Asamblea. 
					 
					De Antonio Gil tampoco, aunque resulta paradójico que 
					defendiese la sorprendente incorporación el censo de 
					Juventudes al del PSOE (ayer uno de los militantes de la 
					primera organización, José María Guerra, se dio de baja 
					alegando haber había sido afiliado sin autorización en la 
					segunda) como la asunción de integrantes de una formación 
					“hermana” para contribuir a la “renovación” del partido y 
					obviase que este representa a UGT, supuestamente otra 
					hermana, de la que su partido no expulsó a su principal 
					dirigente ni cuando este le planteó una huelga general a un 
					presidente socialista. 
					 
					Con casos más difíciles de defender como los de la esposa de 
					Basilio Fernández, María Elena Torregrosa; un amigo de León 
					Molina como el discreto Rafael Leal o la alabada Gema 
					Prieto, pareja sentimental de Gonzalo Sanz, se negó a entrar 
					en harina. Les invitó a ir al juzgado o a utilizar los 
					cauces reglamentarios y estatutarios internos a su alcance. 
					 
					Sobre Manuel Tenorio, al que no se mencionó por su nombre 
					siquiera, tampoco dijo nada. Ferraz o la Delegada o quien 
					sea, porque a ´Toñi Palomo, a la que comparó con Viriato, 
					desde luego no ha sido desde San Antonio, según subrayó, 
					puso ayer en un brete también a la Delegación, que ha visto 
					cómo uno de sus cargos de libre designación eran expulsados 
					del partido que sostiene el gobierno central por indeseable. 
					Fernández Chacón no piensa, al menos por relación 
					causa-efecto directa, desposeerle de su puesto en Sanidad. 
					 
					De Justino Lara, que tanta solidaridad militante ha recibido 
					tras saberse de su depuración, se mostró incrédulo porque 
					dijese que estaba dispuesto a ser candidato y que además ya 
					lo había hecho otras veces. Algo así debe de haberle pasado 
					a Sanz. Sobre Carracao, increíblemente, a veinticuatro horas 
					de la cita congresual volvió a decir que nunca se había 
					postulado al cargo como los otros. Sólo hizo una nueva 
					apostilla: “Públicamente”. Eso a pesar de que el asesor ha 
					presentado a su Ejecutiva en reuniones públicas y nunca ha 
					desmentido nada de lo publicado sobre sus planes. Por si 
					fuera poco, De la Encina volvió a contradecirse y dijo que 
					hace una semana el hijo del senador le pidió abandonar la 
					Comisión Delegada, “un gran gesto”, afirmó sin explicar el 
					porqué de su magnitud si desconocía sus intenciones. 
					 
					El parlamentario ya dijo hace semanas que Carracao nunca 
					consentiría competir con amaños, pero ayer se esforzó en 
					resaltar que él tampoco. “Nunca he venido aquí a hablar de 
					mí”, recordó al empezar su comparecencia. Ayer era el día. 
					 
					Y De la Encina tiró de curriculum para recordar a quienes 
					dicen que los próximos al aparato sólo quieren cargos para 
					no acabar en el INEM que él ya tenía su vida profesional 
					arreglada cuando entró en política. Destacó que lo hizo “por 
					ideales y no para trepar” y se mostró abanderado de “la 
					justicia, la igualdad, el respeto al adversario aunque 
					piense distinto y los valores democráticos”, los principios 
					de su partido. “Sería incapaz de aceptar participar en un 
					proceso sin reglas democráticas y limpias”, concluyó frente 
					a quienes le sitúan como cabeza de un pucherazo. 
					 
					Porque, destacó una y otra vez, los expulsados sólo han sido 
					unos pocos, una minoría muy minoritaria “indisciplinada”, 
					que no “discrepante”, en una disquisición que no acabó de 
					resolver muy satisfactoriamente. Hay razones públicas 
					genéricas para la purga, término que se negó a aceptar, pero 
					las particulares, quien las quiera saber, que vaya a la 
					escuela. O a Ferraz. 
					 
					El diputado pretende hacer hoy “borrón y cuenta nueva”, 
					abrir, sí, un diálogo interno, pero acabar con el 
					espectáculo mediático de la “manipulación” y la 
					“intoxicación”. “Esta es la verdad del PSOE, un partido con 
					130 años de historia que no a permitir a nadie que le dé 
					lecciones de democracia y derechos constitucionales”, 
					terminó tras desear un nuevo líder que “sea quien sea, 
					sienta las siglas del partido”. 
					 
					Él, adelantó, se hará a un lado y seguirá “trabajando por 
					Ceuta”, una ciudad en la que recordó que nació y destacó que 
					sigue teniendo en mente desde hace doce años en el Congreso 
					de los Diputados. Cuando hoy se vaya por la tarde, después 
					de conocer el veredicto de la militancia sobre la nueva 
					Ejecutiva y, en último término, sobre su trabajo, volverá a 
					la península. Volverá con la ministra de Igualdad, el 
					próximo día 22. “Entonces se encontrará con un partido en 
					camino de restañar sus llagas internas o herido de muerte”, 
					aventuró ayer el profesor Calleja.”Si volvemos a la 
					situación de octubre de 2007 nada de todo este esfuerzo 
					habrá servido para nada”, había confesado minutos antes De 
					la Encina como temiendo de si haber aceptado este “reto 
					difícil” de la deconstrucción y posterior refundación del 
					PSOE ceutí no acabará empañando esa ”media vida larga” que 
					lleva en política. 
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