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OPINIÓN - DOMINGO, 28 DE JUNIO DE 2009

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Raíles
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

A lo largo de mi vida he viajado en tren innumerables veces, cuyo recuerdo se pierde en la noche de los tiempos, pero nunca, hasta hace poco, en trenes de determinados países que me contagian la mugre y la miseria hasta ponerme tarumba y desear el nunca jamás de volver a repetir semejantes viajes en semejantes convoyes.

Ceuta tenía su tren, en tiempos en los que dominaba el estamento militar en todas las facetas sociales de la vida caballa, que enlazaba con la capital de la soberanía parcial que nuestro país ejercía sobre otro país, que no fue incorporado plenamente y en el que existían autoridades propias autóctonas.

Eso que complico en el anterior párrafo tiene la denominación de protectorado y corresponde al acuerdo con Francia firmado el 27 de noviembre de 1912 mediante el cual nuestro país “se quedaba” con el Rif, la Yebala y Tarfaya y los franceses con el resto (lo mejorcito, vamos).

Bueno, entremos en lo que encabeza este artículo.

Esas barras metálicas sobre las que se desplazan las ruedas de los trenes y que actúan como soporte y dispositivo de guiado tienen otras cualidades un poco más tenebrosas. Son armas letales cuando se producen accidentes. En realidad son sucedáneos de aquel invento mata-humanos que se llamó guillotina, hoy en desuso pero con variantes que se utilizan en algunos países de gobernantes con mentalidad básica primitiva.

El tren de Ceuta, al menos en el que hice algunos viajes acompañando a mi padre, era de color plateado tirando a sucio y al que llamaban ómnibus, por su aspecto de autobús, estaba formado por dos unidades, que a veces se convertían en una.

Los raíles son los que veía cotidianamente en mis desplazamientos laborales de antaño, no en vano he trabajado 30 años en el Metro de Barcelona, y de aquellos vetustos tranvías de mis primeros días en la ciudad condal, recién llegado de Ceuta, con los que me desplazaba a la playa de la Barceloneta y a los que los catalanes llamaban “jardineras” y que eran parecidos a los que hoy en día se utilizan para subir al Tibidabo y que tienen por nombre “Tranvía Blau”

Actualmente vuelven a circular por Barcelona, tras largos años en desuso, y las máquinas actuales, como las de antaño, son totalmente ecológicas en todos sus aspectos (hasta el de matar) y pese a que lo tranvías son ultramodernos, siguen ocasionando accidentes.

Precisamente ayer un convoy causó heridas a varias personas que iban como pasajeros de pie. Unas hojas de árbol, creo de plátano por lógica, depositadas encima de uno de los raíles hizo trastabillar las ruedas del vehículo y haciéndolo patinar hasta topar con los topes de final de recorrido.

Este patinaje espontáneo, que no tiene nada de artístico, es lo que está haciendo el inefable Mariano Rajoy con su terca postura en referencia a uno de los miembros de su partido que tiene apellido de una entidad local menor situada en la provincia de Burgos y perteneciente a un municipio de nombre de personaje famoso relacionado con Ceuta.

Cuando lo que está pasando ahora con los peperos ocurre con los socialistas… los gritos del líder pepero se oyen hasta la Antártida. Una manera como cualquier otra de ocultar su frustación y su impotencia por batir limpiamente a los socialistas. Ya nos tiene acostumbrado constatar que usa las malas artes y esto ya no nos sorprende ni asombra.

Tiene suerte Mariano Rajoy de estar rodeado por presuntos chorizos, aunque estos no repartan con nadie ni con el partido, supuestamente.

No se porqué, pero parece que la corrupción acarrea votos y no es cuestión de matar a la gallina de los huevos de oro. Si no, no se entiende esa terquedad.

Hasta mañana.
 

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