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					Conocido como “el taxista”, Enrique González Guerrero era 
					uno más en la barriada Juan XXIII, donde vivía. Todos los 
					vecinos coinciden en que “aunque tenía sus cosas, era una 
					buena persona que no se metía con nadie”. “Hacía su vida y 
					se llevaba bien con la gente del barrio”, apuntaba uno de 
					ellos a las puertas de la casa del fallecido.  
					 
					Justamente frente a la casa de Enrique se encuentra el 
					quiosco donde las personas del barrio se reúnen 
					habitualmente. El jueves por la mañana, Enrique salió a este 
					puesto para comprar una cerveza y un paquete de tabaco, 
					según explicó la dueña del negocio, después “invitó a todos 
					los que estaban aquí”, añadió. Allí lo vieron por última vez 
					algunos de sus conocidos. 
					 
					Tras enterarse, los vecinos lamentaron su muerte. “Era muy 
					noble, nunca dió ningún problema”, comentaba el dueño del 
					estanco que frecuentaba. Una de sus conocidas decía no 
					terminar de creerse lo que le habia sucedido a su vecino: 
					“Lo conocía desde que eramos pequeños. Espero que los que lo 
					hicieron se pasen toda la vida en la cárcel”.  
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