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					La historias personales de los inmigrantes cobran diferentes 
					significados al amanecer, de ahí el sello de la muestra 
					fotográfica que simboliza el Día del Refugiado 
					 
					Treinta fotografías sobre diferentes amaneceres en el centro 
					del Jaral, sus vistas al mar de la desolación o la evocación 
					a la belleza de la naturaleza; un antes y un después sobre 
					una misma imagen que bajo el cielo encapotado va cobrando 
					diferentes significados cuando la luz regresa en los 
					primeros instantes del alba.  
					 
					Quizás por eso, ‘Las alboradas del CETI’, una compilación de 
					instantáneas que “encierran un mensaje y un significado” 
					para los propios inmigrantes, “un amanecer hacia un mundo y 
					una vida nueva”, explicaba Carlos Bengoechea, director de 
					las instalaciones del Jaral. La segunda jornada del Día del 
					Refugiado acentuaba ese acercamiento entre la población 
					ceutí y los extranjeros con los conviven día a día por cada 
					esquina, cada rincón, cada calle o cada plaza. Huellas que 
					esconden historias personales y que ayer mismo ellos, los 
					inmigrantes, daban a conocer a los ciudadanos no sólo con 
					sus biografías relatadas en primera persona, sino a través 
					de imágenes tomadas en diferentes espacios y momentos en la 
					ciudad y que sirvieron de contraste con la situación que 
					otros africanos viven en centros de refugiados. Fotografías 
					que fueron cedidas por ACNUR para “conmemorar su 60 
					aniversario y el Convenio de Ginebra, a través de la reforma 
					del estatuto de los refugiados”, acentuaba Bengoechea.  
					 
					La vida cotidiana, los oficios, la formación y educación 
					recibida, así como actividades de ocio y tiempo libre, 
					fueron los cuatro bloques temáticos que los clichés 
					revelaron en las paredes de las estancias del CETI. Y se 
					suele decir que una imagen vale más que mil palabras aunque 
					estas fueron necesarias para entender los rostros perdidos 
					como el de Djakaridia Sidibe, que alcanzó la mayoría de edad 
					en la ciudad después de haber escapado de Mali al ver sus 
					sueños truncados. “Quería ser futbolista y mi tío no me lo 
					permitía cuando es lo que más deseo. Mi equipo preferido es 
					el Barcelona y me gustaría, algún día, jugar en él. También 
					en el Milán”, bromeaba el joven, para el que esta nueva 
					oportunidad simbolizaba “el estudio de un PCPI con Cruz 
					Roja, talleres de cocina por las tardes en el CETI y ser 
					parte del equipo de aquí, en el que juego como delantero”, 
					confesaba, dejando ver la primeras sonrisas en su gesto 
					quizás un poco tímido ante las cámaras. 
					 
					Para trascendente, también, la llegada a nado hace seis 
					meses de otro joven de apenas 18 años procedente de la 
					República de Guinea, Cherif Diallo. Él, como otros muchos 
					inmigrantes, no sólo de Ceuta, sino del resto del mundo, ha 
					sufrido “persecuciones” por “problemas políticos” en su país 
					de origen; quizás, por ello, ante interrogantes sobre su 
					familia o el hogar que dejó atrás sólo contestaba, “no tengo 
					a nadie, sin más”.  
					 
					Pese a todo, Cherif no ha dejado escapar las puertas del 
					futuro y al igual que muchos de sus compañeros, “estudio con 
					el profesor Miguel, muy bueno” dentro del grupo que prepara 
					los exámenes para el DELE, el Diploma de Español como Lengua 
					Extranjera, un soporte casi vital para que ellos demuestren 
					el dominio de la cultura y las destrezas españolas a la hora 
					de solicitar refugio político. “Sólo quiero estudiar en la 
					universidad, no tengo muy claro qué, pero mucho”, confesaba, 
					con gestos muy amables que demostraban su “pasión por 
					España”. Pasiones y deseos que en el CETI y sus más de 500 
					residentes de esconden tras las alboradas.  
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