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					Si bien Gloria Muñoz Calatayud (Tetuán, 1944) reconoce 
					que no fue en el aula, sino en su casa, gracias a su padre, 
					donde descubrió el amor por la lectura, durante toda su 
					carrera como profesora de lengua y literatura en Ceuta no ha 
					cesado en el empeño de servir como canal para que sus 
					alumnos encontraran en los libros el mismo mundo maravilloso 
					que ella descubrió en su infancia. Después de 42 años de 
					profesión y varios ya retirada, confiesa que nunca encontró 
					la “fórmula secreta”, pero nunca se cansó de buscarla. Quizá 
					por esa apasionada dedicación acaba de recibir el más alto 
					galardón que concede el Gobierno de España a toda una vida 
					dedicada a la enseñanza, la Medalla de oro del Mérito al 
					Trabajo.  
					 
					Pregunta.- Cuarenta y dos años en la docencia dan para 
					mucho, y siempre en el ámbito de la lengua y literatura, 
					¿nunca se cansó? 
					 
					Respuesta.- Bueno, los clásicos siempre son los mismos, pero 
					creo que yo lo he explicado de forma distinta. He mejorado 
					mucho dando las clases e imagino que cuando empecé con 23 
					años serían mucho peores. Nadie nos ha enseñado a dar clase 
					y he ido incorporando cosas distintas a lo largo de los 
					años. Vocación por enseñar la tengo clarísima, pero vocación 
					de aprender, también. Mi obsesión en la enseñanza siempre ha 
					sido la lectura, por eso la búsqueda del procedimiento más 
					adecuado para tratar de entusiasmar a los alumnos ha sido 
					constante.  
					 
					P.- ¿A qué conclusión ha llegado? 
					 
					R.- Pues nunca he encontrado la fórmula, decía en mi 
					discurso que el imperativo no se puede conjugar con el verbo 
					leer, porque eso genera una resistencia en el niño. Por eso 
					he tenido que buscar una estrategia y tener muchas cosas en 
					cuenta: según la edad, el curso, el grupo, el texto o la 
					obra a leer... después de tantos años no tengo ninguna 
					fórmula magistral, pero para mi hay una cosa que es 
					fundamental y que es lo único que me ha dado resultado, esto 
					es leer en clase y hacerlo entre todos.  
					 
					P.- ¿Es algo que empezó a practicar desde el principio en 
					sus clases? 
					 
					R.- Sí, siempre, pero fui mejorando la técnica. Si los 
					alumnos de bachillerato tienen que leer ‘La colmena’ no 
					vamos a leerla entera en clase, pero seleccionaba fragmentos 
					para que ellos supieran qué aspectos eran aquellos en los 
					que tenían que fijarse en el momento en que yo no estuviera 
					delante. Siempre iniciábamos la lectura en clase y le 
					dedicábamos todo el tiempo que hiciera falta, yo he 
					subordinado otros aspectos de la asignatura a la lectura.
					 
					 
					P.- ¿Los cambios en la sociedad han hecho que le 
					resultara más o menos difícil acercarse a los alumnos? 
					 
					R.- Creo que la experiencia siempre ha servido. Esa 
					dificultad que podían presentar los alumnos se ha suplido 
					con la facilidad que te da la práctica y el saber que si no 
					funciona por un lado tenemos que intentarlo por otro.  
					 
					P.- Entre los cientos de alumnos que ha tenido y, dada 
					esa vocación por aprender, ¿qué le han enseñado sus alumnos 
					a usted durante todos estos años? 
					 
					R.- He aprendido a mantenerme en el nivel de la juventud, de 
					saber qué es lo que piensan y cuáles son sus preocupaciones. 
					Los que nos dedicamos a la enseñanza tenemos esa cercanía, y 
					eso también te ayuda a acercarte a ellos.  
					 
					P.- El proyecto de Bibliotecas Escolares ha sido una de 
					esas formas para acercarse a ellos? 
					 
					R.- Participé en este programa del ministerio y comenzamos 
					la biblioteca del instituto, que era prácticamente 
					inexistente. En este espacio es donde pude experimentar con 
					todas mis ideas relacionadas con la lectura de una forma 
					distinta a lo que es el programa oficial, porque si hay que 
					leer ‘El lazarillo de Tormes’ hay que hacerlo; de todas 
					formas hoy en día hay unas adaptaciones magníficas de los 
					clásicos.  
					 
					P.- ¿Cómo cree que está la situación de la lectura en 
					Ceuta? 
					 
					R.- La situación de las bibliotecas en la ciudad no la 
					conozco, pero puedo decirte que en el Instituto y de una 
					forma muy tímida hemos atraido a los alumnos para que ya no 
					solamente vinieran a por la obra obligatoria, sino que 
					elegían libremente, esto ha sido una tarea muy difícil. Si a 
					un niño no le gustaba un libro, le sugerías otro. Hay que 
					fomentar la atracción de la lectura de cualquier forma, yo a 
					los niños de primer ciclo les decía que vinieran conmigo a 
					la biblioteca a ordenar una estantería... eran actividades 
					no ya de aproximación a la lectura, sino al mismo libro 
					(ríe).  
					 
					P.- ¿Es usted de las personas que comienza un libro y lo 
					termina, o si no le gusta lo deja? 
					 
					R.- He llegado a un punto en que si no me gusta lo dejo, 
					pero me ha costado. Mi padre me decía “la lectura es un 
					placer, si no te gusta lo dejas”, pero como siempre he sido 
					muy responsable me parecía que mi obligación era terminarlo. 
					Me he tragado unos rollos espantosos, hasta que por un lado 
					lo decidí y por otro encontré a un ensayista francés que 
					hablaba de los derechos del lector. Fuera de la clase 
					obligatorios, defiendo hasta el derecho a saltarse páginas.
					 
					 
					P.- ¿Qué tipo de literatura le gusta? 
					 
					R.- Me gustan mucho los clásicos, pero fuera de la clase leo 
					mucha narrativa, novela. Ahora leo mucho y lo hago en la 
					Biblioteca Municipal, ya he dejado de comprarme libros 
					porque no caben en casa. Generalmente elijo autores 
					españoles. Ultimamente me han gustado mucho ‘Inés y la 
					alegría’ de Almudena Grandes o ‘El mundo’, de Juan José 
					Millás.  
					 
					P.- Si pudiera sugerir a alguien para recibir una medalla 
					como la suya, ¿quién sería? 
					 
					R.- Es una pregunta muy difícil... Tendría que meditarlo 
					para poder responder.  
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