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OPINIÓN - DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pepe Benítez


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Miro a través de los cristales del cierro de mi casa, y veo como varios niños, a pesar de que la tarde es cruda y ventosa, juegan en el polideportivo que tengo frente a mí, sin tomarse el menor respiro. Corren, regatean, chutan, gritan, celebran los goles, se lamentan, y hasta discuten acaloradamente por lances futbolísticos, vistos de manera distinta. En cuestión de segundos, las aguas vuelven a su cauce y el balón sigue rodando por una pista que a mí me hace pensar en la mentira de ese tango que nos dice que veinte años no es nada. Son tantos, que uno, tal vez asediado ya por la nostalgia de un diciembre que se aproxima a su final, cae en la tentación de ponerse sentimental. Y, claro, afloran los recuerdos y aparece la imagen de Pepe Benítez: el mejor animador deportivo que yo haya visto jamás, repartiendo órdenes y parabienes en ese modesto escenario situado en la barriada de Zurrón.

Era un día de mediados de julio, de hace ya 24 años, cuando yo pude saludar efusivamente a quien había llenado mis veranos adolescentes de competiciones deportivas, celebradas en una plaza céntrica de mi pueblo: El Puerto de Santa María. En la Plaza de las Galeras, que así se llama el lugar, Pepe Benítez, en un época donde escaseaban los entretenimientos y el hambre seguía haciendo de las suyas, despertaba la ilusión de la gente y generaba divertimiento entre la chiquillería que asistía a un juego, entre otros más dispuestos por él, que llamaban baloncesto.

Pepe Benítez era un personaje en los veranos de mi pueblo. No en vano, en cuanto el sol cedía un poco y la brisa culebreaba entre las palmeras del Parque de Calderón, la gente acudía presurosa a presenciar ya un partido de balonmano, ya de baloncesto, o a disfrutar de unos juegos recreativos ideados por un ceutí que terminó ganándose el corazón de los portuenses. Todo el mundo quería ser amigo de Pepe y éste se dejaba querer en medio de un ambiente festivo. No tengo la menor duda, aunque no suelo hablar de ello con él, en las escasas ocasiones en que nos paramos a pegar la hebra, que en la alacena de su memoria deben tener sitio preeminente aquellos veranos vividos en la margen derecha del río Guadalete, amenizados, cada dos por tres, por el ulular de la sirena del Adriano I: el histórico vapor del Puerto.

Mi llegada a esta ciudad, como entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta, me permitió reencontrarme con la persona más popular de los veranos portuenses. Y fue, precisamente, en esa pista de Zurrón donde pudimos abrazarnos. Y rememorar, entre apretones de manos y risas nerviosas, aquellas tardes, tan lejanas en el tiempo, en que su capacidad de organización le permitía montar espectáculos deportivos, que a todos nos venía la mar de bien para dejar de mirar, durante unas horas, lo que había a nuestro alrededor.

Nunca he perdido la visión de Pepe Benítez, vestido con camisa azul y pantalón blanco, dando consignas y preparando todo lo necesario para convertir una plaza pública en el mejor escenario deportivo. Lo hacía todo y todo le salía a pedir de boca. Y es que siempre tuvo la habilidad suficiente para distraer al personal con escasos medios. Pepe, apartado ya de ese trajinar deportivo y de otras muchas cosas, es persona a quien habría que reconocerle sus méritos y premiarlos cuanto antes. Sería la mejor respuesta a alguien que dedicó los mejores años de su vida a procurar que los jóvenes encontraran en el deporte no sólo la camaradería sino una manera de crecer alejada de los muchos obstáculos que iban surgiendo. Una tarea, conviene decirlo, pocas veces apreciada por quienes deberían estar al tanto de ella.

Pero me da la impresión de que, al ser Pepe Benítez poco dado a dorar la píldora a los gobernantes de turno, la petición caerá en saco roto. Sin embargo, uno, en este día de diciembre, mirando a través de los cristales del cierro, ha creído conveniente recordar que nunca ha conocido a un animador deportivo tan extraordinario como el hombre que habita en la barriada de Zurrón. Un hombre que nunca renegó de sus ideas y que sigue viviendo su coherencia con la dignidad que le caracteriza.
 

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